29
Le asfixiaba verse encerrada en el coche, sin otra cosa que hacer que esperar y confiar en que no fuera demasiado tarde cuando llegaran. No conseguía deshacerse del pensamiento de que no volvería a verlo con vida, de que cuando le abrazara para decirle cuánto le amaba, él ya no pudiera escucharla. Y ese padecimiento la fue aturdiendo y enterrando dentro de sí.
El estridente sonido del claxon no la inmutó. Rodrigo acababa de realizar un peligroso adelantamiento, pero ella ni siquiera pareció notarlo. Quería que volaran, que atravesaran en un instante la distancia que aún les separaba de Justin. En ningún momento protestó porque él condujera con desquiciada imprudencia, zigzagueando para adelantar a derecha e izquierda. Llegar. Ella quería llegar cuanto antes, no importaba cómo.
—Me engañó —dijo con la mirada perdida en el exterior—. Me engañó y yo le creí.
Rodrigo, atento a los coches que esa tarde parecían circular desesperadamente adormecidos, no respondió. No eran las primeras palabras sin coherencia que ella pronunciaba desde que habían salido de Basauri.
—Le exigí que le retirara la vigilancia —musitó tras prolongados minutos—. Le recordé que no es legal pinchar los teléfonos de un ciudadano honrado. —Una agria mueca de impotencia curvó su boca—. Estuve dispuesta a todo para que le dejara en paz.
Él prestó más atención, pero continuó en silencio mientras, entre una y otra revelación, ella hacía largas pausas. Estaba ausente, como si no supiera realmente de lo que hablaba. O tal vez, pensó, era a Justin a quien se dirigía, con ese susurro tenue y extraviado, en la desesperanza de no saber si tendría ocasión de decírselo mirándole a los ojos.
—Me dejó creer que le había convencido, que aceptaba —continuó a la vez que apoyaba la sien en el cristal.
El pecho de Rodrigo se comprimió ante su figura abatida, ante su voz ausente que brotaba de algún rincón perdido de sus pensamientos, ante su agonía. Pensó que similar sufrimiento llevaba su amigo metido en el alma, y rezó. Rezó como nunca lo había hecho para que Justin tuviera la oportunidad de verla y escucharla como él lo estaba haciendo. Porque ya no dudaba de que su amor por él fuera sincero. Lo había visto en sus ojos, en su voz, en su angustia mientras él le fue contando cómo había llegado Justin a reunirse con un narcotraficante llevando encima un kilo de coca. Cómo se había visto obligado a conseguir un paquete igual al que su hermano, junto a su amigo Sergio, robaron porque «había muchos y no se notaría la falta de uno». Cómo, los muy ingenuos, extrajeron los datos del ordenador para cubrirse las espaldas al pensar que lo más valioso que se llevaban eran la coca y la pistola que acabó llevándole a la muerte. La había visto encogerse de dolor cuando le habló del empeño de Justin en alejarlo de las calles que le habían metido en la sangre la emoción por delinquir, y de cómo llegó a creer que al cambiar de barrio y de compañías lo había conseguido.
—Debiste contarle que eras poli, que le habías estado vigilando. ¡Todo! —soltó sin poder contenerse—. Debiste contárselo todo.
__________ volvió la cabeza hacia él, y la imagen de Justin a la que hablaba se le fue emborronando, lentamente, hasta convertírsele en Rodrigo. Apretó los párpados, consciente de pronto de que había estado pensando en voz alta.
—Tuve miedo a que me dejara y lo fui retrasando un día tras otro. Creí que tendría tiempo para buscar las palabras adecuadas.
—¡Nunca habría hecho eso! —le recriminó con resentida dureza—. No existe nada que él no te hubiera perdonado.
—Lo sé, pero entonces me equivoqué —dijo con voz entrecortada—. Comenzó a tratar con gente extraña y volví a desconfiar. Pensé que había estado ciega, que en verdad era el delincuente que buscábamos. Y aun así... —Dejó escapar un suspiro, bajo y trémulo—. No informé, no cumplí con mi deber. Le quería demasiado.
ESTÁS LEYENDO
Antes y Después de odiarte... (Justin Bieber)
RomanceUna historia de misterios, amor y dolor que os irá enamorando poco a poco...