Capitulo 28

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Justin cogió el cargador, lo encajó en la pistola y la empuñó con su mano izquierda cuidando de que su dedo no rozara el disparador. Había levantado el seguro manual, pero toda precaución le parecía insuficiente.

—No imaginaba que fueran tan pesadas.

—Ni tan fáciles de obtener. Cualquier cabrón puede armarse de un día para otro sin ningún problema —dijo Rodrigo analizando la suya, otra vieja Browning de 9 mm conseguida también esa misma mañana en el mercado negro. El camello que ya antes consiguió la coca les había asegurado que sería pan comido y que el precio dependería de si querían un arma limpia o una usada en anteriores fechorías. A menor precio más riesgo de acabar siendo condenado por un delito cometido por otro.

Los ojos azules de Justin, ensombrecidos por unas profundas ojeras, percibieron la facilidad con la que su mano se adaptaba a la empuñadura y el índice se apresuraba hacia el gatillo, como si lo hubiera hecho siempre.

—¿Has disparado alguna vez? —preguntó.

—En las casetas de las ferias. —Los dos rieron para espantar la preocupación—. Mi puntería ha conseguido muchos osos de peluche para mis chicas.

Justin sacó el cargador, lo dejó junto al arma y la observó sin tocarla. Le incomodaba su parecido con la que un día sujetó su hermano. Se le encogía el corazón y le provocaba malos presagios.

Apoyó los antebrazos en el borde de la mesa y miró a Rodrigo, que aún jugueteaba con su pistola descargada.

—Estás a tiempo de echarte atrás. —Guardó silencio para darle tiempo a pensarlo—. Esta no es tu guerra.

—Jamás —dijo con rapidez—. Ya te lo he advertido. Si tú sigues con esto, yo estaré a tu lado hasta el final.

Justin se frotó su descuidada barba de dos días, pensativo.

—Si va a ser así, quiero poner una condición.

—¡No la aceptaré hasta después de haberla escuchado! —respondió con guasa.

—Llevarás puesto un pasamontañas —indicó sin prestarle mucha atención—. No quiero que nadie se quede con tu cara y pueda identificarte después.

—¡Pero qué dices! Es más que probable que no consigamos...

—¿Quién lo asegura? —le interrumpió con una inesperada sonrisa—. Nadie debe reconocerte. Cuando esto termine tienes que vivir tranquilo, sin ningún miedo a que alguien venga a por ti. Por eso no me acompañarás sin pasamontañas. Y este punto no admite discusión.

—No tengo chismes de esos —indicó acomodándose en la silla.

—¡Pues bajas, compras uno y vuelves a subir! Tenemos tiempo de sobra.

Oír hablar del tiempo del que disponían impulsó a Rodrigo, que se levantó al instante y se aseguró de que llevaba dinero en los bolsillos.

—¿Te compro tabaco?

Justin miró el paquete que tenía sobre la mesa. Apenas quedaban cinco pitillos.

—No. Tengo suficiente —respondió quedándose quieto mientras su amigo se colocaba la cazadora y se ponía en marcha.

Prestó atención al sonido de sus pasos alejándose y al ruido que se produjo cuando abrió la puerta. Después esperó a que la cerrara.

Suspiró con alivio. Ya solo le quedaba recoger las cosas y salir antes de que él volviera. Le quería y no iba a dejar que participara en ese suicidio. El problema era suyo y él lo resolvería.

Antes y Después de odiarte... (Justin Bieber)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora