27
No había contado con que Rodrigo estuviera aún en casa. Había albergado la esperanza de que al fin, y por mucho que necesitara su ayuda, le mantendría alejado de su último problema. Pero se equivocó. Lo supo en cuanto comenzó a avanzar por el pasillo.
—¿Lo ha entendido? —La voz emergió de la cocina y tras ella asomó su amigo—. ¿Habéis hablado?, ¿todo está bien entre vosotros?
—Ahora no puedo, perdona.
—Es cierto; te has retrasado. Mejor me lo cuentas por el camino o no llegaremos a la hora.
—No voy a ir —dijo sin detener el paso—. Tengo algo que hacer.
—¡No jodas, tío! —exclamó yendo tras él—. No puedes arriesgarte a perder el trabajo, así que déjate de tontadas. Si no has dormido esta noche ya lo harás cuando volvamos por la tarde.
Justin se paralizó en la entrada del cuarto y se dobló con un gemido. Rodrigo acudió en su ayuda con rapidez.
—¿Qué te duele? ¿Qué tienes? —preguntó, nervioso y sin saber qué hacer.
—Creo que me han roto una costilla —resopló con lentitud.
—¡¿Pero qué dices, de qué estás hablando?!
—De tres malditos hijos de puta —gimió al enderezarse—. Me han destrozado las entrañas.
—Deja que te mire —pidió mientras trataba de quitarle la parka. Justin se dejó ayudar, pero solo hasta deshacerse de la prenda.
—No hay tiempo. —Entró en su habitación—. Hay algo que debo encontrar.
Abrió el armario haciendo caso omiso a las preguntas de Rodrigo sobre quiénes le habían dado la paliza. Dos grandes cajas de cartón con el nombre de Manu pintado con grueso rotulador negro quedaron a la vista. Cogió la que estaba en la parte superior. Casi al instante aulló de dolor mientras doblaba las rodillas y él y la caja terminaban en el suelo.
—¡No seas cabezota! —protestó Rodrigo agachándose a su lado—. ¿Y si de veras tienes rota una costilla? ¡No tienes buen aspecto, joder!
Justin se quedó inmóvil y en unos segundos se le atenuó el dolor.
—Todo está bien —aseguró—. Tengo que encontrar algo entre las cosas de Manu.
—Primero deberíamos comprobar qué tienes. O mejor todavía, ir a urgencias a que te examine un médico.
Pero Justin ya no escuchaba. Había retirado el fleje de la caja que había mantenido escondida con el fin de evitarse un poco de sufrimiento. Como si los recuerdos se pudieran ocultar en algún sitio; como si los recuerdos no estuvieran siempre en ese corazón que se desangra día a día porque añora al ser que perdió.
Destaparla fue para él como una profanación. Le mortificó contemplar los libros, los discos, los cómics. Toda la vida de su hermano en dos simples bultos que cabían en el sobrante de un armario. En un lateral, entre el cartón y unas fotografías, sujeto por una goma elástica, un montoncito de entradas de cine, de conciertos, de partidos de fútbol. Recuerdos de grandes momentos; cosas simples que para él habían sido verdaderos tesoros.
Llevó los ojos a la oscuridad y dejó que su tristeza aflorara convertida en llanto silencioso, en desconsuelo.
—Justin... —musitó Rodrigo presionando con afecto sobre su hombro.
Él alzó su palma abierta para pedirle que esperara, que le diera unos segundos, que necesitaba las lágrimas para limpiar el dolor que le estaba matando por dentro.
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Antes y Después de odiarte... (Justin Bieber)
RomanceUna historia de misterios, amor y dolor que os irá enamorando poco a poco...