No soplaba ni una leve brisa. Los cipreses no gemían esa tarde. Se erguían orgullosos y protectores, pero silenciosos. No querían perderse ni una sola de las palabras que Justin musitaba con voz apenas audible. No querían que el aire secara sus lágrimas, tristes pero por primera vez liberadoras.
Con el brazo izquierdo inmovilizado en el interior de su cazadora, y tres rosas blancas en la mano derecha, Justin contempló la lápida, cubierta en los costados por minúsculos líquenes de musgo. Eran las huellas del inclemente y largo invierno que de una forma u otra los había marcado a todos.
—Perdóname, papá —musitó mientras rozaba con los dedos los tallos sin espinas—. No supe entenderlo. Solo pude ver que nos abandonabas cuando más te necesitábamos y castigué tu marcha con un desprecio que no merecías. Era apenas un niño —se justificó sin mucho convencimiento—. No pude comprender que ama se llevó tu alma. Ahora lo sé. —Giró la cabeza, y su mirada triste se iluminó al contemplar a __________, que aguardaba con discreción a mitad del camino—. Ahora lo sé porque tampoco yo podría vivir sin ella. También ella es la dueña de mi alma. Si me faltara solamente querría seguirla. No importaría si al cielo o al infierno, pero seguirla, porque no podría vivir sin ella como tú no pudiste vivir sin ama.
Se inclinó para dejar las rosas sobre la lápida, una junto a cada uno de los tres nombres tallados. Por primera vez rozó con los dedos los profundos surcos que formaban el de su padre, y una extraña paz le inundó el corazón. Clavó lentamente una rodilla en tierra. Se sentía más cerca de él de lo que había estado nunca, ni siquiera cuando, con la inocencia de sus pocos años, su padre fue para él una especie de héroe inmortal.
—Me consuela saber que la quisiste tanto. Ella era... Ella era lo más hermoso que teníamos y se fue. —Se frotó los párpados humedeciéndose la yema de los dedos—. Dile que la quiero, que no se preocupe, que ahora todo está bien, que yo estoy bien. Que ya siempre estaré bien.
Inspiró hondo y se bebió las lágrimas que aún no había derramado. Después detuvo la mirada en el nombre de Manu.
—No son robadas —dijo señalando las flores—. Esta vez las he comprado. Ella las ha elegido por mí. —Se volvió hacia __________ de nuevo y la contempló con adoración—. La recuerdas, ¿verdad? Decías que te gustaba. —Volvió a oírle rogar que la llevara a vivir con ellos—. No imaginas cuánto la amo. Ella... —Tragó, pero el nudo de emoción no le desapareció—. Ella es todo cuanto necesito para ser feliz. Me ama, me va a dar un hijo. ¿Imaginas algo más hermoso que un hijo de la mujer que es toda tu vida? Si es niño le pondremos tu nombre y... y te prometo que lo cuidaré mejor de lo que supe cuidarte a ti. —Resopló despacio. Le estaba costando deshacerse de los remordimientos—. Te echo de menos. —Sollozó sin preocuparse de quién pudiera escucharle—. No puedo evitar echarte de menos. —Se pasó la mano por el rostro para espantar los malos pensamientos y trató de sonreír—. Si es niña le pondremos __________. Es el nombre más dulce que existe —aseguró curvando tímidamente los labios—. La amo. La amo con todo mi corazón, con toda mi alma. Paso horas mirándola, solo mirándola y preguntándome qué he hecho para merecerla. —Observó una vez más la losa y se puso en pie—. Si estuvieras aquí me dirías que estoy loco. Y yo te respondería que sí, que estoy loco y que quiero seguir estándolo siempre. —Inspiró lenta y profundamente y retrocedió unos pasos. Le dolía irse, le dolía dejarlos solos—. Os amo a los tres. —Se colocó la mano en el pecho, sobre el corazón—. Os llevo conmigo. Siempre os llevaré conmigo.
Bajó los párpados y dejó caer el brazo a lo largo del cuerpo. Continuó inmóvil, despidiéndose con palabras silenciosas que nadie salvo ellos pudieron escuchar.
Un roce en la cara interna de sus dedos le hizo suspirar. Ella sabía cuándo dejarle solo y cuándo rescatarle de la oscuridad. Abrió los ojos y la vio a su lado, con su hermosa sonrisa llena de luz. Sin dejar de mirarla, extendió la palma de la mano y ella posó en su superficie la suya, pequeña y cálida. Sus dedos se entrecruzaron con suavidad y Justin cerró los suyos, despacio, como si además de apresarle la mano tratara de capturar también toda su ternura.
Se entendieron sin necesidad de pronunciar palabras. Se comprendieron con la voz del alma, como tantas otras veces, y juntos comenzaron a guiar sus pasos hacia la salida.
Solo entonces los majestuosos cipreses se cimbrearon, sin que les agitara el viento, invadiendo el camino con un suave olor a sosiego y a resina. Las inhiestas copas, a fuerza de blandirse hacia los costados, provocaron una suave brisa que jugó con sus cabellos y se enredó en sus cuerpos, atándolos con invisibles hilos trenzados con suspiros. Después se alzó para llenar el cielo, no de lamentos, sino de dulces y apagados susurros.
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Antes y Después de odiarte... (Justin Bieber)
RomantikUna historia de misterios, amor y dolor que os irá enamorando poco a poco...