Capítulo 8

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Cuando andaban uno al lado del otro, sin rozarse, no lo hacían a la par durante mucho tiempo. Justin aceleraba, sin ser consciente de ello, y terminaba dejando atrás a Bego. Ella se aturdió la primera vez que se vio incapaz de seguirle el paso. Él le pidió perdón. Le explicó que era algo que hacía de modo reflejo. Había dado cientos de paseos en el patio de la prisión, siempre al mismo ritmo, casi siempre solo, como un cuerpo al que le hubieran incorporado un piloto automático. Tenía que estar muy pendiente para no tomar, también ahora, aquel rápido y obsesivo ritmo. Por eso, mantener el paso lento de Bego le gustaba y sentía que le hacía bien. Ella le retenía con un beso y una sonrisa cada vez que apreciaba que le rebasaba un poco.

La tarde de ese sábado recorrieron la Gran Vía cubiertos por el mismo paraguas, arrullados por el golpear de la lluvia sobre la tela impermeable de suaves flores. Fue Justin quien lo sujetó, asegurándose de que a ella no le cayera ni una gota, sin importarle que él se estuviera empapando el costado izquierdo.

—¿Por qué dice Rodrigo que tienes que probar la llave en casa de... —se negó a nombrarla—, de esa?

—Al parecer funciona en un noventa por ciento de las cerraduras convencionales —respondió Justin—. No puedo arriesgarme a llegar allí el día D, con todo preparado, y no poder abrir la puerta. Cuando consiga el paquete será para deshacerme cuanto antes de él, no para tenerlo en casa ni pasearlo de un lado a otro como un inconsciente.

—¿Y si compruebas que no va? —preguntó con preocupación.

—Él me enseñará otro método. Tranquila —le susurró al oído—. Conoce unos cuantos y de un modo u otro daremos con el apropiado para la cerradura que ella tenga.

Bego le había pedido, incontables veces, que desistiera de esa locura. Esta vez se mordió la lengua y calló. Presentía que sus súplicas volverían a resbalar por sus oídos sordos. De haber intuido que ya se había encontrado con __________, la preocupación le hubiera llevado a insistirle sin ninguna tregua.

—¿Cómo sabe tanto sobre estas cosas? —interrogó sin importarle mostrar desconfianza.

—Ha tenido amigos de todas las calañas. El que se la lio con el aval bancario le enseñó los secretos de las cerraduras, a hacer el puente en un coche —sonrió recordando el comentario de Rodrigo—. Bromea diciendo que nunca se sabe cuándo vas a necesitar hacer uso de alguna de esas habilidades. Pero es un tío legal. Eso puedo asegurártelo.

Pasaban ante el edificio de la Diputación cuando ella le dijo que quería enseñarle unas botas en un escaparate. Aseguró que no las había comprado porque dudaba entre unas con cremallera delantera y otras que simulaban atarse con una hilera de pequeños botoncitos. Justin la estrechó más fuerte y le besó el cabello diciendo que estaría encantado de ayudarla en la elección, y que sería un placer hacerlo también con ropa interior si lo necesitaba.

—¿Tendrías paciencia para ver cómo me pruebo un modelo tras otro? —preguntó con voz melosa. Él le revolvió el pelo con el rostro hasta encontrar su oreja, donde le susurró:

—Una paciencia infinita.

Bego aún reía cuando, en la plaza de Moyúa, intentó girar a la izquierda. Él la atrajo hacia sí para corregir el rumbo y continuar de frente, por el semáforo que llevaba al centro de la plaza. Se detuvieron en tierra de nadie tirando cada cual hacia un lado diferente.

—Crucemos en línea recta —propuso Justin señalando el camino en medio del aburguesado jardín estilo francés que cubría el centro de la rotonda—. Hay menos gente y dejaremos de tropezar con otros paraguas.

Antes y Después de odiarte... (Justin Bieber)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora