13
Lourdes sonrió al ver a __________ mirar su reloj de pulsera. Eran las siete y cuarto de la tarde y calculaba que, en la última media hora, había hecho el gesto de consultarlo cada tres minutos. El catálogo, de suaves tapas de cuero negro, había llegado a media mañana. Desde entonces, __________ lo había abierto como cientos de veces y lo había lustrado con una pequeña gamuza en unas cuantas ocasiones. Pensó que era el lógico nerviosismo que precede a un encuentro de enamorados, y lamentó que aquello no fuera una verdadera cita. No sabía qué sentía aquel hombre por su amiga, pero tenía muy claro lo que su amiga sentía por él, meditó mientras la veía elegir entre las gruesas bolsas de papel con el anagrama de la tienda, como si entre ellas esperara encontrar una más perfecta que el resto.
—¿Crees que tu artista vendrá hoy?
__________ introdujo el muestrario en la bolsa y la cogió por las asas para comprobar su peso.
—Dijo que lo haría, y que yo sepa él no ha fallado nunca. —Su expresión ausente no varió a pesar de sus dudas internas. La posibilidad de que no apareciera tras haberlo ofendido con su comentario sobre la honradez le roía el ánimo.
—Ten cuidado. —__________ la miró extrañada—. Tu sonrisa —aclaró Lourdes con expresión divertida—. Cuando hablas de él sonríes como una boba y tus ojos chisporrotean como estrellitas en una noche de verano. Y cuando lo tienes delante todavía es peor. Él lo notará si no tienes cuidado, y no sé si quieres que lo note.
__________ fingió no haber oído. Sabía que no bromearía con eso si conociera toda la verdad. Pero le había contado bien poco. Apenas unos apuntes de su hermosa y frustrada historia de amor; nada que le hiciera imaginar la verdadera dimensión del drama que los había separado.
Dejó la bolsa sobre la mesa, en el despacho, y se sentó, dispuesta a repasar cuentas para soportar mejor la espera. Las fue examinando y separando por las fechas en las que debían afrontar los pagos.
No escuchó el sonido de la puerta del almacén ni a Justin recorrerlo con lentitud de extremo a extremo. Solo cuando sintió que alguien entraba en la oficina alzó la cabeza y lo vio.
Sintió su corazón latirle en la garganta. Y ni por un instante recordó el tonto consejo de Lourdes de disfrazar su sonrisa o atenuar el chisporroteo en sus ojos. Se sentía demasiado feliz cada vez que le veía, aun a pesar de sus formas destempladas, como para pensar en otra cosa que no fuera él.
Justin sí ocultaba sus sentimientos, y ella lo sabía. Lo sabía desde que, __________gado de alcohol, le confesó que la amaba tanto como la odiaba. Por eso, una vez más, no tuvo en cuenta la actitud distante y fría con la que se le acercó.
—Tenemos el catálogo —dijo ella amontonando de forma acelerada las facturas y metiéndolas en un cajón para desocupar el escritorio.
Justin arrastró la silla y se sentó, con la espalda apoyada en el respaldo y las piernas separadas, con aspecto cansado pero desafiante. Acababa de inspeccionar el almacén y descubrir el escondrijo perfecto. Estaba tenso, más consciente que nunca de lo que le había llevado hasta allí.
—No hemos hablado de plazos de entrega. —Apoyó los codos en los reposabrazos y juntó las manos bajo la barbilla—. No lo hice con el cliente y tampoco lo he hecho contigo.
—Me he permitido solucionar eso. —Se humedeció los labios, nerviosa—. Le dije al señor Ayala que los días laborables dispones de poco tiempo. Lo entendió. Además, sabe que lo que ha pedido no se hace de la noche a la mañana. Confía en tu sentido de la responsabilidad.
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Antes y Después de odiarte... (Justin Bieber)
Storie d'amoreUna historia de misterios, amor y dolor que os irá enamorando poco a poco...