CAPÍTULO 19

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La luz de un día frío y gris entristecía las primeras horas de la mañana. Una fina lluvia perseveraba desde que finalizó el fuerte chaparrón de la noche anterior. El cementerio de Derio estaba prácticamente vacío. Una pareja de ancianos rezaba, bajo la protección de un paraguas negro, ante un panteón con la figura en granito de un abatido ángel, y una mujer caminaba a lo lejos al abrigo de los cipreses. Ante la sepultura de piedra gris estaba Justin, de pie, soportando la humedad como quien aguanta un merecido castigo eterno.

Esta vez no había ofrenda. Ninguna flor robada iba a concederle la indulgencia de su hermano.

—Hace mucho que no vengo a verte. Perdóname —pidió mirando hacia los lados porque le avergonzaba poner sus ojos sobre la lápida—. Últimamente estoy haciendo cosas que...

Se pasó la mano por la cara, de arriba abajo, para aguantar las lágrimas. No pudo contenerse. Se dejó caer de rodillas sobre la tierra y durante unos minutos lloró en silencio, con los puños crispados en el borde de la húmeda losa.

—Te he fallado. —Sollozó y bajó la cabeza—. No soy tan fuerte como creía. No sé lo que siento cuando estoy con ella, pero sea lo que sea no duele, Manu. No duele. ¡Y estoy cansado de que todo me duela! —Se apartó las lágrimas con rabia. Quería mostrarse fuerte ante él a pesar de haberse derrumbado—. No volverá a ocurrir. No volveré a acostarme con ella ni a verla. Ni siquiera pensaré en ella... —Se detuvo al comprender que estaba mintiendo a su hermano y se estaba mintiendo a sí mismo—. ¡Maldita sea, Manu! La he besado, la he tenido entre mis brazos, la he... —rugió con impotencia—. Pero esto no cambia nada. Pagará lo que nos hizo. Lo juro.

Se secó el rostro, que siguió empapándose con el lloro silencioso del cielo, y cerró los ojos para oír el suave lamento de los cipreses. Por un instante envidió la paz perpetua de los muertos.

Y con esa desgana de vivir volvió a preguntarse por qué le abría ella los brazos, por qué le dejaba entrar en su cuerpo, por qué se mostraba tan dispuesta si nunca le quiso. Qué quería, qué buscaba. Pero, igual que le ocurría con tantas otras preguntas que se hacía sin descanso, tampoco para estas encontró respuesta, aunque sí la feroz necesidad de buscarla de nuevo para ahogarse en ella.

—No voy a pedirte perdón —dijo de pronto—. No lo merezco. Sé que voy a volver a caer, hermano. Sé que voy a olvidarme de la poca dignidad que me queda y la voy a buscar porque... —durante unos segundos se frotó los párpados con los dedos—, porque con ella estoy vivo. Jodido y miserable, pero vivo. Por eso cuando... cuando esto acabe, cuando ella esté entre rejas, cuando ya no pueda verla aunque me maten las ganas, volveré y te pediré perdón. No antes. —Una suave ráfaga de viento arrancó lastimeros gemidos a los cipreses y llegó hasta él para acariciarle el rostro—. Y, por favor, cuida de ama. —Las lágrimas regresaron para rodar por sus mejillas—. Dile que la echo de menos.

Reanudó el recorrido con los dedos por el nombre de Manu. Justo sobre él, igualmente inundado de lluvia, estaba tallado el de su padre. Lo ignoró deliberadamente para ir a rozar el de su madre. Lo tocó con dulzura mientras con una pena infinita le susurraba un «te quiero».

No le quedaba alma cuando, media hora después, salió del cementerio por la puerta principal. Sentía que estaba traicionando a quienes quería, a quienes necesitaba. Y todo por sentirse, durante unos miserables momentos, un poco más vivo.

—Está muy solo ahí, en esa fosa —escuchó decir a su derecha. Se detuvo y se volvió despacio. Junto al muro, resguardado de la llovizna por un paraguas negro, el comisario le miraba con gesto retador—. ¿Te gustaría hacerle compañía?

Antes y Después de odiarte... (Justin Bieber)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora