18
Pagó las revistas al quiosquero y este le devolvió el cambio en monedas. Las guardó en el bolsillo del abrigo y sujetó las publicaciones con el brazo izquierdo, pegadas a su pecho. Después, con expresión lastimosa, se encaminó hacia la tienda.
Llevaba días en los que nada le daba ánimos. A Justin le quedaba un último diseño que no tardaría en entregar, y ahí terminaría todo. Lo más probable era que nunca más volvieran a verse.
Los ojos se le llenaron de lágrimas y se las secó con la suave lana gris de sus guantes. Hacía rato que había anochecido. Las farolas y los escaparates de los comercios iluminaban la calle y ella caminó por el centro, con la cabeza gacha para que nadie la viera llorar.
Tomó aire al avistar la tienda, se frotó las mejillas y ensayó una sonrisa.
Llevaba esa mueca, rígida y artificial, encajada en el rostro, cuando abrió la puerta y sonó el tintineo de bienvenida. Y, de pronto, todo ese artificio se hizo verdad: sus ojos chispearon sorprendidos y su boca dibujó un emocionado arqueo.
Él interrumpió su conversación con Lourdes y se volvió al oír el sonido que anunciaba una llegada. Se pasó la mano por la nuca, azorado. Se había acercado con la única intención de ver a __________, había entrado sin tener claro qué disculpa utilizar para su visita, y ahora que la tenía enfrente seguía sin ocurrírsele ninguna.
La pelirroja se le adelantó con la explicación.
—He pedido a Justin que eche un vistazo a los muebles y que nos diga si pueden encajar con el diseño que aún tiene entre manos.
—Sonrió a __________, orgullosa de la hazaña de haberle retenido hasta que ella llegara.
Justin soltó aire, aliviado. Con la cazadora abierta, introdujo las manos en los bolsillos de sus vaqueros, encogió los hombros y sonrió con torpeza.
__________, ensordecida por los latidos de su aturdido corazón, se acercó sin dejar de mirarle.
—Es una sorpresa encontrarte aquí —murmuró soltando las revistas sobre el mostrador.
Lourdes tosió con suavidad y le pellizcó el dorso de la mano mientras fingía interesarse por las portadas.
—Sí, qué sorpresa —intervino con agilidad—. Yo también se lo he comentado: ¡bendita casualidad, hoy que necesitábamos tu opinión! —Y ella misma rio su ocurrencia.
__________ no se atrevió a confirmar la mentira, pero tampoco la objetó. Ante su silencio Justin comprendió que debía hacer algún comentario.
—Yo le he respondido que... —tragó, y el nudo en su garganta aumentó de tamaño—, que por mi parte no hay problema.
Una apocada sonrisa fue el comedido agradecimiento de __________.
Al cabo de unos minutos ocupaban el despacho. Sentados ante el escritorio, uno al lado del otro, examinaron muebles, lámparas y adornos, y lo hicieron sin preocuparse de que el tiempo avanzara y llegara el momento del cierre. __________ disfrutó de la sensación de estar junto al hombre del pasado, el dulce y tierno, el tímido que se acercaba sin rozarla. Justin, por su parte, encontró lo que buscaba al entrar allí esa tarde: había deseado sentir de nuevo esa calma que le acompañó mientras pintaba con ella al lado; esa serenidad que le invadió al mirar al mar, sentado en la arena; esa inconsciencia que consiguió borrarle los malos recuerdos cuando la escuchó reír. Había querido volver a sentirse bien, y no conocía otro modo de hacerlo que estando con ella.
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Antes y Después de odiarte... (Justin Bieber)
RomanceUna historia de misterios, amor y dolor que os irá enamorando poco a poco...