Capítulo XIX

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Me arrodillé frente al retrete y comencé a expulsar el alcohol que había ingerido la noche anterior. "No vuelvo a salir con Rachel nunca más" -me juré a mí misma.

Logré ponerme en pie, aunque en un abrir y cerrar de ojos me desplomé en el suelo. Todo me daba vueltas y aquella terrible jaqueca no cesaba. Era evidente que había bebido mucho en la discoteca y, si mi memoria no me fallaba, también había estado hablando con algún que otro chico. Agradecí no amanecer al lado de alguien por la mañana, pues no tenía intención alguna de terminar en la cama con un hombre. Creo que eso era lo único positivo de la situación.

Arrastras, conseguí regresar a la habitación y recostarme sobre el edredón fresco y mullido. Cerré los ojos, con la esperanza de que el dolor de cabeza desapareciese, pero en cuanto el irritante sonido de mi teléfono se escuchó por la habitación, no hoz más que aumentar.

- ¿Qué quieres?

- Buenos días a ti también. Yo muy bien, gracias por preguntar.

- Rachel, no estoy para aguantar tus sarcasmos a estas horas.

- Cariño, no sé a qué te refieres con "a estas horas" porque ya es la una del mediodía.

Directamente arrojé el móvil al suelo y corrí como pude al vestidor. ¿La una del mediodía? ¡Me había olvidado completamente de ir a ver a Nathan!

- ____, ¿sigues ahí?

- Lo siento, ahora no puedo hablar. -dije atropellando las palabras, a la vez que me ponía unos vaqueros- Te llamo luego, ¡chao!

Guardé el teléfono en el bolsillo y acto seguido bajé casi corriendo las escaleras. Fui a la cocina y me tomé una aspirina para la cabeza. Después cogí las llaves de casa y el abrigo. Crucé los dedos, esperando que Nath no se enfadara.

~*~

Tomé de mi bolso la llave de repuesto de la casa que Jay me había dado. Con cuidado, empujé la puerta y me adentré en aquella casa tan antigua y con tanto carácter. Dejé la chaqueta en el perchero y me quedé de piedra al escuchar unas voces que provenían del piso de arriba.

Con inseguridad, subí lentamente las escaleras y crucé el pasillo de puntillas. El corazón me dio un vuelco al ver la puerta de su cuarto abierta. ¿Habría pasado algo?

Sigilosamente, me asomé por el marco de la puerta. Reconocí perfectamente ese pelo largo y con tirabuzones al final. Ella estaba de espaldas, apoyada al borde de la cama y acariciando su rostro con suavidad.

- Te echaba de menos -habló con su voz ronca, mientras le agarraba de la mano. Sentí una fuerte presión en el pecho al escuchar aquello. A mí nunca me decía cosas así. Cada vez que llegaba, me despreciaba y tan solo insistía en ver a Ariana. Ahora debería estar más feliz que nunca.

- Y yo a ti -dijo ella, depositando un beso en su frente.

Preferí no seguir viendo aquello, por lo que apreté los puños con fuerza y salí de allí. Cerré la puerta principal de un portazo. Supuse que me abrían oído, aunque eso ahora era lo de menos. Mi amiga tenía razón: tanto esfuerzo no sirvió para nada.

~*~

Algunas personas me miraban extrañadas. Yo también lo haría sí viera a alguien por la calle, sin paraguas y completamente empapada por la lluvia, caminando a paso rápido y empujando a gente, con la cabeza baja e intentado disimular la rabia y la tristeza que siente. No importaba demasiado lo que la gente pudiera pensar de mí. Me detuve frente al porche de mi edificio, cerré los ojos e intenté tragarme todas aquellas lágrimas.

Abrí los ojos en cuanto oí que las compuertas se cerraban. Sin pensarlo dos veces, me lance -literalmente- contra el ascensor.

- Por los pelos, eh. -dijo una voz masculina a mi lado, provocando que me exaltase- Vaya, no sabía que había chicas tan sexis en este edificio.

Al oír aquello me ruboricé y decidí mirarle a la cara. Mala elección. Me perdí en su mirada.

- ¿Hola...?

- ¿Qué? -los colores aumentaron, pues se había percatado de que estaba pasmada, mirando al chico que tenía enfrente. Era una de las personas más atractivas que había visto en mi vida.

- Oh, qué mona, se ha puesto roja. -me pellizcó la mejilla, haciendo que me pusiese todavía más colorada (si eso era posible). Me pareció extraño que tuviese tanta confianza y no tan siquiera supiese mi nombre.

Y, como si hubiese leído mis pensamientos...

- ¿Cómo te llamas?

- ____, ____ A-Anderson, creo -me rasqué la nuca.

- ¿No sabes como te llamas? -preguntó divertido. Estaba quedando como una idiota.

- ¡Claro que lo sé!

- Era broma, era broma...

- ¿Y tú, cómo te llamas? -le pregunté, un poco más confiada.

- Rubén. Rubén Doblas, pero puedes llamarme Rubius.

Glad You Came (Nathan Sykes y tú) 1ª temporada TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora