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  No hay nada que me haga olvidarte 

-Dangerously,  Charlie Puth


Observó como entraba al edificio de Be&Co., Peeta había hecho un buen trabajo convenciendo a Derek para que le entregara aquel informe sobre el técnico que laboraba en la obra de las oficinas de su padre. Según los papeles en su guantera, su nombre era Gale Hawthorne, tenía 23 años y era técnico de aquella constructora, además de soltero.

Lo había estado rondando un par de días después de que su amigo le entregara la carpeta. Estaba rompiendo tantas de sus reglas por aquel hombre. Rogaba que valiera la pena. si ese chico no resultaba ser lo que anhelaba, no sabía que sería de ella; y odiaba que le importara tanto acercarse a él, se sentía como si fuera otra persona, como una adolescente persiguiendo al chico de una banda.

Salió de su auto con intención de abordarlo en la entrada, así que espero, cuando el reloj marcó las 6:00 p.m. el muchacho salió puntual.

-Hola- dijo para captar su atención. Él, con sus movimientos cautelosos, la miro, y se sintió como una presa acorralada por un lobo feroz.

-Eres Maggie, ¿cierto?- la muchacha no pudo captar algún tono particular en su voz.

-Es Madge- refunfuño la rubia.

-¿Y qué te trae por aquí Madge?-.

-Estaba pasando por aquí, mi clase de arte es a unas pocas cuadras...- Gale la analizo mientras ella le contaba como es qué había vuelto a dar con él. Era bonita, no le gustaban muchos las rubias, pero ella parecía lista, y sus piernas enfundadas en la falda de gasa, quizás podría pasar por una modelo y no habría gran diferencia.

Tal vez fuese buena idea salir con ella, hace tiempo que no salía con una chica por más de dos semanas y, si era tan inteligente como para trabajar con Undersee, lo mantendría interesado por un poco más de tiempo.

-Qué te parece si te invito un café, y me sigues contando, lo que estabas diciendo-

-Oh, bueno, la verdad es que estaba a punto de ir a clase...-

-Vamos, conozco un lugar aquí cerca que puede gustarte-.

[...]

Detuvo el repiqueteo de su pie contra el piso, miro nuevamente el reloj y apretó la boca. Madge no solía llegar tarde y, si tenía que faltar, intentaba avisarle con tiempo.

No podía soportarlo más, si algo le pasaba a su amiga.... Decidido, estaba a punto de salir de su taller, cuando la rubia apareció por la puerta, con una sonrisa tatuada de mejilla a mejilla.

-¿Estas bien?- le pregunto extrañado.

-Por supuesto- le contesto dejando caer todo el material de trabajo en el piso, sin consideración alguna.

-Madge, estas actuando raro- la tomo por los hombros y la sentó al borde de su mesa de trabajo.

-Peeta- ella lo tomo por las mejillas –Creo que estoy enamorada –le confeso.

Él quedo estupefacto, su amiga solía ser, algo exigente, en lo que respectaba a los chicos. El resto de la tarde se dedicó a escucharla hablar de este hombre, Gale, que parecía sacado de una novela, de esas que veía su madre, tal y como lo describía Madge. Le contó acerca de la tarde que había pasado a su lado y de la siguiente cita que él le había pedido cuando ambos habían terminado con su taza de café.

-Solo espero que no rompa tu corazón- fue lo único que le dijo al respecto.

[...]

-Hola Katniss- aquel saludo a sus espaldas la había detenido de su esmerado trabajo redactando un ensayo sobre la familia de las Ninfeáceas.

Volteo, solo para encontrar al encantador chico Mellark sonriéndole.

-Peeta-.

-¿Te interrumpo?- le pregunto, y ella solo pudo negar con un movimiento de la cabeza, haciendo que su trenza se desacomodara un poco -¿Puedo sentarme?- esta vez asintió, intentando volver su concentración en la tarea pendiente.

La miro, parecía de verdad concentrada, le gustaba mirarla, y últimamente, ella le permitía acercarse más, solía comer con ella, Madge y Delly cuando tenían un rato libre a la misma hora del día, y si corría con suerte y la encontraba sola, como esa tarde, ambos se dedicaban a estudiar en silencio. El silencio era mejor que verla desde el otro lado del comedor, así que si ella no estaba muy conversadora, él sabía entenderlo y tatar de no distraerla. Se había enterado por Madge, que Katniss estaba becada y que esa beca dependía de sus calificaciones.

-Kat –la llamo dejando su lectura de lado.

-¿Si?-.

-¿Te gustaría dar un paseo, hoy por la tarde?- Se animo a invitarla por primera vez despues de la fiesta de Johanna.

-Tengo trabajo después de la escuela- respondió cortante.

-Puedo... ir a recogerte, si quieres- le ofreció tímidamente, rogando porque la chica aceptara.

Peeta Mellark podía ser demasiado insistente si se lo proponía, pero no debía sorprenderle, de vez en cuanto le sorprendía lo decidido que podía llegar a ser, como cuando intentaba a toda costa que sus horarios coincidiesen, según Delly, con la cual había empezado a hablar más debido a que comían todos juntos de vez en cuando, Peeta adelantaba clases para poder acompañarlas en el almuerzo.

Pero ella no deseaba un chico en su vida, no quería enamorarse, no sabiendo que podría terminar como su madre, sumida en las sobras y abandonando por completo todo lo que la rodeaba. Si eso era estar enamorado, no quería sentirlo; pero a Peeta parecía no importarle, ni siquiera cuando ella trataba de alejarlo con algo de indiferencia. Él parecía dispuesto a clavarse hasta el fondo en su corazón, pero ella sabía que esa sería la ruina de ambos.

-No- respondió con voz gélida.

-Está bien- dijo desilusionado el rubio, regresando su mirada al libro –Yo... te traje esto- la interrumpió nuevamente, dejando frente a ella una bolsa de papel que desprendía un delicioso aroma, -Adiós –y lo vio marcharse con su mochila en un solo brazo.

Al abrir la bolsa, se encontró con tres panes en miniatura de pasas y nueces. El aroma rebobino algo en su subconsciente; le recordó a su padre, en medio de una panadería, pidiendo dos galletas y una barra de pan de nueces para la cena de aquella noche, por ese entonces ella debía tener unos 8 años y miraba boquiabierta todos los distintos pasteles en los aparadores.

-Gracias –le dijo a la nada, sin despegar la mirada de la dirección en la que había desaparecido el "chico del pan".

Cuando llego a casa aquella tarde, y comió despacio un pedazo de aquel pan, fue como llenar en su interior un hueco que no sabía que existía, compartió uno con Prim y, antes de que su madre hiciera preguntas, ella ya había huido de la cocina. No quería volver a tratar el tema de los chicos con su madre, ya bastante había tenido de ella insistiendo toda la semana con el tema de la noche de la fiesta, como para sumarle a eso que había sido el mismo chico el que, literalmente, había puesto esa noche algo de pan sobre la mesa.



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