No era la más puntual de mi clase, pero nunca llegaba tarde. Digamos que era de las personas que no llegan ni muy temprano ni muy tarde.
En el pasillo principal del instituto estaba una lista la cual nos ubicaba nuestra aula, me acerqué a el grupito que había. Me puse de puntitas tratando de ver la lista pero mi altura me lo impedía ya que soy de estatura baja.
—¡Hey, Mía! —gritaron mi nombre. Giré y vi que era Lina, mi mejor amiga.
—Hola, Lina —caminé hacia ella—. ¿Sabes cuál es nuestra aula?
—Sí, es la veinticuatro.
—¿Segundo piso? —asintió—, ash, odio subir escaleras.
—Mi amiga, tendrás que acostumbrarte —rió.
—¿Sabes que más odio? —comenzamos a caminar—, el numero veinticuatro.
Subí las escaleras a regañadientes y al entrar a el aula miramos que en la puerta estaba nuestro horario. Matemáticas a primera hora, que horror ¡odio matemáticas!
Escogimos nuestros asientos, los dos primeros de la tercera y cuarta fila. Yo me senté en la cuarta fila, lo cual me hacía quedar enfrente del escritorio de maestros.
La clase de matemáticas comenzó y así sucesivamente hasta la hora del receso.
Lina y yo fuimos a la cafetería y después de comprar lo que comeríamos tomamos asiento en una de las mesas.
—Juro que me aburrí en la clase de matemáticas —bufé.
—Matemáticas siempre es aburrida —sonrió Lina.
—Lo sé.
—¿Ya saben quien es el maestro de literatura? —llegó corriendo Alicia, mi otra mejor amiga y se sentó frente a nosotras.
—No —negué con la cabeza—. ¿Quién es?
—Es un profesor nuevo y ¡por dios! ¡Es tan sexy!
—Si es nuevo ¿cómo quieres que sepamos quién es? —tomé un sorbo de mi jugo—, y es más. Ningún maestro puede ser sexy.
—¿Y por qué no? —preguntó Alicia.
—Va contra las normas.
—¿Las normas? —preguntó Lina, algo confusa.
—Sí —sonreí—. Si el profesor es sexy ninguna de sus alumnas pondrán atención a su clase, por lo cual reprobaran —me encogí de hombros—. Por eso ponen profesores feos.
—¿De verdad va contra las normas?
—Alicia, no seas tonta. Mía, sólo esta jugando.
—Me lo creí —Alicia me fulminó con la mirada.
—No me mires así —sonreí—, sólo jugaba.
La hora del receso termino, así que regresamos a nuestra aula para tener esas dos horas de literatura.
Me senté en mi asiento con mis manos sobré la mesa y mi cabeza sobré ellas. Todos hablaban y reían, pero yo no hacía nada, simplemente quería irme a casa.
—Buenos días jóvenes —dijo una voz de hombre.
Levanté la mirada y pude ver a un muchacho joven que dejaba sus cosas en el escritorio. Sentí la mirada de Alicia en mí, así que la miré y vi como movía sus labios sin hacer ruido «Él es —decía—, él es el maestro sexy». Sonreí y dirigí mi vista hacia al frente.
—Soy su profesor de literatura —se recargó en el escritorio, cruzando las piernas—, mi nombre es Camilo y me gustaría que se presentaran, así los iré conociendo. ¿Les parece? —todos dijeron que sí—. Muy bien comencemos... por usted—me señaló con su dedo índice.
—¿Yo? —pregunté más nerviosa que sorprendida.
—Sí. ¿O tiene algún problema?
—Lo tengo —susurré y me puse de pie.
—¿Qué dijo?
—Que esta es una de mis partes favoritas del inicio de clases —mentí.
—Eso espero. Ahora preséntese.
—Mi nombre es Mía Vega, tengo diecisiete años. Me gusta leer, pintar, amo todo lo que tenga que ver con el arte —me quedé en silencio.
—¿Es todo? —asentí—. Mucho gusto señorita Mía, tome asiento.
Y así sucesivamente se fueron presentando mis compañeros y aunque ya los conocía a todos, conocía algo nuevo de ellos. Las chicas trataban de lucirse frente al maestro, tratando de ser más interesantes. Cuando todos terminaron, él habló.
—Ahora es mi turno —sonrió—. Mi nombre es Camilo Acosta, tengo veintitrés años y me encanta leer...
—¿No es muy joven para ser maestro? —preguntó una chica desde el fondo.
—Nunca se es muy joven o viejo para hacer algo.
—¿Tiene novia?
—Esas son cosas privadas, así que anoten lo que escribiré en el pizarrón.
Todos comenzamos a escribir el temario. Era mucho, pero a mí no me molestaba como a mis demás compañeros. Yo amaba escribir, así que no había problema. Sonó la campana, señal de que sus dos horas habían terminado. Tomó sus cosas, se despidió y se fue.
En el instante en que desapareció de la puerta, todas las chicas comenzaron a hablar de él y créanme que Alicia no se quedo atrás. Ya la tenia a mi lado hablando de el maestro.
—¿Vieron lo sexy que es? —pregunto Alicia, con una gran sonrisa.
—Alicia, el maestro no es sexy —negué con la cabeza—, no sé que le encuentras de sexy.
—Todo —habló Lina—. Mía, tienes que aceptar que sí es sexy.
—Juro que si por cada persona que dijeran que es sexy les diera sida imaginario, ustedes ya no tendrían cura —sonreí y salí del aula.
Camine por todo el pasillo hasta llegar al baño. Entre y me mire en el espejo, las imágenes del profesor pasaron por mi mente; recordé su linda sonrisa y... ¡Oh, espera! ¿Dije linda sonrisa?
Salpiqué de agua mi cara y me mire en el espejo.
—Aleja ese pensamiento de tu cabeza —me dije.
Miré el pequeño reloj que tenia en mi muñeca y me fui corriendo al aula. Al llegar miré que estaba vacía, no había nadie ni una mochila. Deje caer mis brazos a mis costados y salí del aula para ver si miraba a alguien, pero no.
Caminé por el pasillo solitario en pequeños pasos con la cabeza abajo, rezando para que no me viera un prefecto. De la nada choqué con alguien, sacándome de mis pensamientos.
—¡Ay! —me quejé—, ten más... —me quedé en silencio al ver quien era.
—No te miré, disculpa. ¿Pero no tendrías que estar en clases?
—Sí —asentí—, pero no sé donde están todos.
—Están en el auditorio y tú deberías estar ahí.
—Gracias por decirlo. Lindo día maestro —me giré.
—No creo que te dejen entrar.
—Haré el intento, así que me voy —bufé y caminé.
—¿Eres Mía? —preguntó con más seguridad que con duda.
—No soy suya —bufé—, ni de nadie.
—No dije que eras mía, pregunté ¿si tu nombre era Mía?
—Ah... —sentí como mis mejillas se sonrojaron—. Sí, ese es mi nombre.
—Tu nombre es lindo y original —sonrió.
—Creo que tengo que dar las gracias, ¿no es así? —enarqué una ceja—. Gracias.
Sin dejar que el profesor hablara, me fui corriendo hacía el auditorio. Me quede sentada en una de las bancas esperando a que salieran todos.
—Mía, ¿por qué no entraste? —pregunto Lina, sentándose a mi lado—. Alicia y yo te estuvimos buscando.
—¿Dónde te metiste? —pregunte Alicia.
—Fui al baño, cuando regrese no había ni un alma. Salí a buscarlos y el profesor Camilo me dijo que habían ido a el auditorio...
—¿Hablaste con el sexy profesor?
—Alicia, supéralo. No es sexy.
—Superalo tú —habló Lina—, Alicia tiene razón y el maestro es sexy.
—Ustedes no tienen arreglo —sonreí.
—Mía, tienes que aceptar que el maestro de literatura esta como quiere.
—Nunca lo aceptare ya que para mí, no es sexy.
Tuvimos la ultima hora, al terminar el día de clases me despedí de Lina y Alicia. Cada una tomó su camino.
Yo tenía que ir a recoger a mi pequeño hermano al jardín de infantes, ya que mi abuela no podría ir por él.
Miré mi reloj y me apresure porque sabía que si llegaba tarde Alex, lloraría. Al legar miré que mi pequeño hermano de cuatro años estaba sentado mirando para todos lados.
—¡Mía! —Alex, corrió hacía mí.
—Alex —me puse de rodillas y lo abracé—. ¿Cómo te fue en tu primer día de clases?
—Muy bien —sonrió y retiró el cabello que cubría su frente—, me dieron una estrellita por escribir mi nombre.
—Eres muy inteligente —me puse de pie y lo tomé de la mano—. Me siento muy orgullosa de ti. Ven vamos a casa.
Giré sin retirar la vista de Alex, escuché a alguien decir mi nombre. ¿Pero quién me llamaría si nadie me conocía?
Miré a la persona frente a mí, sonriéndome.
—Hola, Mía.
—Hola maestro.
—¿Qué haces aquí? —bajó la mirada hacía Alex—. Él es...
—Él es mi... —sin pensar dije lo siguiente—, es mi hijo.
—¿Tu hijo? —preguntó sorprendido—. Pero eres muy joven para tener un hijo.
—Esas son cosas privadas que no hablo con mis maestros.
—Aquí no estamos en la escuela, podemos tratarnos como amigos.
—Gracias pero ya tengo amigos, no necesito más.
Sujeté más fuerte la mano de Alex y nos fuimos.Tomé un transporte publico, el cual me dejaba cerca de la casa de mi abuela. Mi pequeño hermano y yo vivíamos con mi abuela desde hacía tres años ya que mis padres murieron. Mi padre era un soldado y en una guerra perdió la vida. Mi madre al enterarse, entró en depresión. Olvidándose de que tenia hijos, por los cual luchar. Desde ese momento yo me hice cargo de Alex. A los meses mamá murió de un infarto.
Como no tenemos a nadie más que a mi abuela materna, nos mudamos a vivir con ella; es un amor de persona. Nos cuida y nos quiere tanto.
—Alex —me arrodillé a su lado, antes de llegar a casa—, no le digas a la abuela lo de esta tarde. Lo de mi comportamiento con el maestro y que le dije que eras mi hijo.
—¿Por qué no?
—Porque no quiero que lo sepa, me regañaría. Que sea un secreto entre tú y yo. ¿Sí?
—Sí —asintió.
—Gracias —lo abracé y besé su frente—. El fin de semana te llevare al parque.
—Wiii... —comenzó a brincar.
—Vamos a casa —tomé de nuevo su mano.
Al llegar a casa, comimos, me di una ducha y bajé a hacer mi tarea. Al terminar le ayude a Alex a hacer unas letras y números. A la hora de la cena nos reunimos todos en la mesa y como era costumbre hablábamos de como nos había ido en el día.
—¿Cómo te fue en tu primer día de clases, Alex? —mi abuela preguntó sonriendo.
—Muy bien. Tengo muchos amiguitos y la maestra Flor, me dio una estrellita por portarme bien —ya nos lo había dicho más de mil veces, pero no dejaba de hablar de eso.
—Felicidades hijo, sigue así —le sonrió—, y ¿a ti como te fue, Mía?
—Bien abuela, aunque me tocó en el segundo piso y ya sabes.
—La flojera de subir escaleras —rió.
—No es flojera, es sólo que me dan miedo las alturas.
—Eso es mentira —dijo Alex—, tú eres floja para subir escaleras.
—Esta bien, lo acepto. Me da flojera subir escaleras, es algo que no puedo evitar —sonreí.
Al terminar de cenar ayudé a mi abuela a levantar la mesa, después fui a acostar a Alex. Le conté un cuento y se quedo dormido. Me fui a mi habitación y me puse el pijama y me metí entre las sabanas, quedándome dormida.
A la mañana siguiente me levanté temprano, me di una ducha, desayuné y me fui al instituto.
—Hola, chicas —saludé a Lina y a Alicia que ya estaban en el aula.
—Hey Mía, ¿cómo te fue con las escaleras? —sonrió Lina.
—Muy bien —me senté—, ya sabes. Somos grandes amigas.
—¿Son tus nuevas mejores amigas? —preguntó Alicia.
—Claro que por supuesto que no —las abracé—. Ningunas mejores amigas que no sean ustedes.
—Tomen asiento, jóvenes —dijo una voz masculina.
—El profe sexy —susurró Alicia, sentándose a mi lado. En la quinta fila, yo quedaba en medio de Lina y Alicia.
—Callá —susurré—. Te va a oír y ahí te quiero ver.
—Señorita Vega, guarde silencio.
—Pero no estoy hablando.—Ahora lo esta haciendo.
La clase comenzó y algo dentro de mí, decía que me levantara y gritara, que hiciera un desorden en el aula. Pero alejé ese pensamiento. Traté de relajarme, de olvidarme que estaba ahí en clase y créanme que eso alejo lo malo de mí, hasta que gritaron mi nombre.
—Señorita Vega —gritó el maestro.
—¿Qué? —alcé la voz, pero no fue un grito.
—Conteste a mi pregunta.
—¿Qué pregunta?
—No está poniendo atención, ¿verdad?
—Claro que sí.
—Entonces conteste a la pregunta.
—¿Cuál pregunta?
—No preguntó nada —habló Alicia—. Estábamos hablando del libro que leeremos este mes.
—Ah... —miré fijamente a el maestro—. ¿No que era una pregunta? Mentir es malo profesor.
—No poner atención cuando el profesor habla es peor.
—Ya pondré atención —me senté bien en mi lugar—. ¿Feliz?
El maestro me ignoró por completo, cosa que odiaba que hicieran. Me dieron ganas de levantarme y golpearlo, pero me resistí.
—Este mes leeremos El diario de Ana Frank...
—Ya lo leí —dije de mala gana.
—Lealo de nuevo.
—No —bufé.
—¿Qué ha dicho?
—Que no lo leeré, ya me lo se de memoria. Así que escoja otro.
—Aquí yo soy el profesor, así que hace lo que diga.
—Será muy el profesor —alcé mi ceja—, pero no leeré algo que ya me se de memoria.
—Castigada.
—¿Qué? —me puse de pie.
—He dicho que está castigada, así que en la hora de receso se quedara aquí conmigo.
—¡Ja! —hice mi sonrisa más “mala”—. Este es un castigo de primaria ¿no es así? Por si no lo sabe, somos alumnos de preparatoria por lo cual...
—Por mí puedes estar casada y tener hijos. Pero mientras me faltes al respeto, te castigare.
—Ni que fuera mi... —en ese momento guarde silencio. No debía nombrar a papá, no de esta forma.
El timbre sonó, me deje caer en el asiento. Todos salieron al pasillo, Lina y Alicia se acercaron a mí. El profesor salio por la puerta, sin antes decirme un «La veo en su castigo. » Un compañero gritó en el pasillo que tendríamos las siguientes dos horas libres.
—Por lo menos dos horas para no ver a ese odioso —alcé la voz.
Mi sorpresa fue ver a la persona que entraba al aula, diciéndole a todos que salieran. Era el profesor, que cínicamente me sonrió y dijo...
—Tu castigo comienza desde ahora.
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No sé si es amor
Teen FictionCuando el amor es puro y verdadero lo que menos importa es la edad.