CAPÍTULO... o4.

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—Mía —escuché la voz tras de mí. Sequé mis ojos, giré y miré que era Camilo—. ¿Te encuentras bien?
—Sí —me puse de pie.
—Lamento haberme expresado de esa forma. Pero no sabía que...
—Pocas personas lo saben y... —no pude evitarlo y rompí en llanto.
—Tranquila, Mía —se acercó a mí y me abrazó.
—Lo extraño, extraño mucho a papá —dije entre llanto y me aferré a él, a su pecho.


Esto no era algo que me agradaba hacer. No me gustaba que me vieran débil, mucho menos que me vieran llorar. ¿Y qué hacía ahora? Dejar que mi enemigo numero uno viera mi lado débil, el lado que escondía a todo mundo. Me separé de Camilo, sequé mis ojos y di unos pasos hacía atrás.


—No piense en decir a alguien que lloré. Mucho menos que lloré frente a usted.
—No lo pienso hacer. No te preocupes.
—Eso espero —lo miré con una mirada acusadora—, o ya se imaginará lo que sucederá.
—No tienes que amenazarme.
—Me gusta que entienda rápido.


Me di la vuelta y me fui corriendo de regreso a mi salón. Antes de entrar a el aula me percaté de no tener lágrimas en mis ojos; ya que si me miraban que lloré significaría debilidad y yo no quería ser ni verme débil ante nadie. Entré y tome asiento en mi lugar, tratando de ignorar la mirada de todos.


—Muy bien chicos —habló Camilo. Se detuvo en medio del salón—, quiero que mañana me entreguen un ensayo relacionado con la lectura del libro de este mes.
—¿Lo podemos entregar hecho a computadora? —preguntó un compañero.
—No. Lo quiero a mano y en hoja blanca.
—Los trabajos a mano ya son cosa del pasado —dije mientras miraba a Camilo—. Los jóvenes de ahora hacemos los trabajos a computadora.
—He dicho que el trabajo es a mano —se pudo escuchar los susurros de queja de mis compañeros—. Guarden silencio o hago que lo entreguen hoy al finalizar las clases —todos hasta el alumno que siempre hablaba, guardo silencio. 
—¡Chicos! —me puse de pie y los miré a todos—, no guarden silencio. Nosotros tenemos derecho a opinar y si algo no nos gusta debemos decirlo.
—Señorita Vega —bufó.
—Profesor Acosta —me giré para verlo. En el momento que nuestras miradas chocaron le sonreí, pero mi sonrisa era burlona—, usted es joven y debe entender que los jóvenes tenemos vida social y bueno...
—Guarde silencio y tomé asiento —alzó la voz. Estuvo a punto de decir otra palabra pero el timbre se escuchó—. Pueden salir... Mía, puedes venir un momento.
—Creo que me va a castigar —le dije a la clase en voz burlona.


Todos comenzaron a reír y al ver la cara del profesor, salieron, dejándonos a nosotros solos. Caminé hacía su escritorio y me detuve frente a él.


—¿Para qué me necesita? ¿Me castigara o me dará un sermón?
—Quiero volver a pedir disculpas. Lamento la forma en que me expresé. Pero también quiero pedir que me respete ya que soy su superior.
—Se supone que es el maestro, y los maestros no sé disculpan ante sus alumnos... Con esa actitud perderá el respeto de todos.
—Pido disculpa porque se que hice mal, pero también quiero que tú te disculpes...
—Mía Vega, nunca y escuché bien. NUNCA pide disculpa —lo miré acusadoramente y luego me quedé seria—. Sabe que me decepciona maestro —volví a sonreí burlonamente—. Usted debe imponer ¿cómo se dice... ? —me di pequeños golpes en la barbilla.
—Ya basta, Mía —se puso de pie—. He soportado tus travesuras de niña inmadura, tus faltas de respeto pero ya...
—¿Ya sé canso de mí? —le pregunté sonriendo—. Si ya no me soporta ¿por qué no me lleva a dirección?
—Debería hacerlo. Hacer que llamen a tu madre o te suspendan. Pero sabes muy bien por qué no lo hago.
—Dudo que mi madre venga —crucé mis brazos sobre mi pecho—. Y no dice nada por qué si habla me echaran del instituto y el remordimiento caerá en su conciencia y eso no lo dejara vivir en paz.
—Nunca te tomas las cosas en serio. Debes de aprender a madurar.
—Tomó en serio lo que me interesa y yo sabré si maduro o no. Puedo ser como Peter Pan e irme a vivir al país de nunca jamás —sonreí y me fui.

* * *

—¿Qué paso ahí dentro? —preguntó Lina, sentándose mi mujer.
—¿Qué paso ahí dentro? —la miré fijamente—. ¿Qué piensas que paso? Sólo habló conmigo por lo que sucedió en su clase.
—Si tú lo dices.
—Lina, si no crees es muy tu problema.
—No te enojes —me abrazó—. Siempre te creo lo que me dices.


La última hora fue libre. En el instituto donde estudiaba no les importaba si no teníamos ninguna clase; si tenias un pie dentro del instituto ya no podías retirarte a menos que uno de tus padres fueran por ti. En mi caso nadie vendría por mí ya que mis padres estaban muertos y mi abuela ya era un poco mayor para venir por mí. Llegaron por Lina y Alicia, se ofrecieron a llevarme a casa pero me negué, ya que tenia que ir por Alex.
Cuando se fueron tome mi mochila y caminé hacía la cafetería, pedí unas galletas de chocolate y un jugo de manzana y me senté en una de las pequeñas mesas que rodeaban la cafetería. Di un pequeño sorbo a mi jugo y comencé a leer para que esa hora se fuera volando.


—¿El príncipe feliz? —dijo una voz de hombre. Levanté la cabeza y miré a quien me hablaba.
—Sí —cerré el libro y tomé una de mis galletas. Al ver que miraba algo confundido el libro, seguí hablando—. Esta es una edición para niños, tal vez no lo conozca. 
—¿De qué trata?
—De un príncipe feliz —conteste sarcásticamente—. Trata de un príncipe que fue muy feliz mientras estuvo vivo, cuando murió le construyeron una estatua y... —Camilo se sentó frente a mí mientras le hablaba del libro. Se miraba muy interesado por mi reseña.
—Deja muy buena enseñanza.
—Lo sé. Mi padre me lo leía todas las noches. Desde que él murió siento que al leer esté libro el esta a mi lado.
—Es muy bueno que pienses eso.
—Creo que sí —extendí el jugo hacía él—. ¿Gusta jugo?
—¿Tiene veneno o algo parecido?
—Ya he aprendido mi lección, ya no tratare de envenenarlo —sonreí.
—Creeré —dio un sorbo al jugo—. Sabor manzana...
—Su favorito —sonreí. Le sonreí como una niña tonta.
—Y tus amigas ¿por qué no están contigo?
—Sus mamás vinieron por ellas.
—¿Tu mamá no vendrá por ti?
—No —bajé la mirada—. Mamá murió.
—No lo sabía...
—¿Por qué tenia que saberlo? No soy de esas personas que van contando su vida a todo mundo.
—En mí puedes encontrar un amigo.
—Gracias pero en verdad ya tengo amigos y no quiero más —me puse de pie—. Puede quedarse con el resto del jugo y las galletas.


Me fui dejando solo a mi maestro de literatura. Pase a lavar mis manos al baño y cuando estuve a punto de salir del instituto recordé que había dejado mi libro en la mesita. Regresé corriendo y cuando estuve en mi destino me di cuenta que no estaba mi libro ni mi profesor. Así que maldije y me di la vuelta y corrí hacía el aula, tal vez ahí estaría el profesor con mi libro. Cuando estuve a milésimas de cruzar la puerta sucedió algo que no esperaba, algo que simplemente no estaba en mis planes.
Había chocado con alguien, lo que me hizo caer. Al darme cuenta de todo; yo estaba en el suelo arriba de Camilo, él me sujetaba la cintura. Nos miramos fijamente y en un abrir y cerrar de ojos, sin pensar las consecuencias... LO BESÉ.

No sé si es amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora