CAPÍTULO... 19.

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—Tienes que ir, Mía.
—No, no pienso ir.
—Mía...
—No, Alicia, no pienso ir.
—Fuimos el mejor grupo en sacar excelentes notas y ahora nos están premiando.
—No me importa —me levanté de mi asiento y tomé mi mochila—. No pienso ir.
—Okay, si quieres quedarte encerrada llorando por Café todo el fin de semana, bien, es tu problema.

Al escuchar a Lina decir eso, abrí los ojos como plato.
No podía creer que Lina, mi amiga, dijera eso.

Sin procesar muy bien lo que me acababa de decir, di vuelta sobre mis talones y negando con la cabeza comencé a caminar fuera del aula.

—¡Mía! ¡Mía!

Lina corría tras de mí, pero no me detuve. Estaba furiosa. Furiosa porque lo que había dicho era verdad.
No podía dejar de llorar al pensar en él.

—Mía —tomó mi brazo y tiró de él.
—¿Qué?
—Perdón, no quise decir eso. Lo juro, pero ya no quiero que te encierres en tu mundo.
—Lina, eso es mucho pedir.
—Vamos, Mía, tú eres fuerte y no mereces llorar por un imbécil.
—Trato de no hacerlo, pero no puedo.
—Sé que puedes, y Alicia y yo te ayudaremos.

No contesté, simplemente asentí y la abracé.


***


—¿Cuál crees que debería llevar? —preguntó Alicia.
—No sé.

Alicia llevaba más de una hora discutiendo en si llevar un traje de baño que la dejase muy al descubierto o muy tapada.

Ahí es donde imaginé que yo era el hombre esperando a que su chica decidiera si comprar un esmalten rosa pastel o un rosa brillante.

—Lleva los dos.
—Papá solamente me ha dado dinero para uno.
—Pues lleva el que más te guste.
—Los dos me gustan —dijo desesperada y dio la vuelta para volverme a mostrar los dos trajes—. ¿Cuál llevo?
—Mmm... Creo que el azul te quedaría bien.
—¿De verdad? —de nuevo giró y se miró en el espejo.
—Sí.
—¡Mía! —Lina gritó mientras corría hacia donde yo estaba sentada y dejó caer una montaña de trajes de baño sobre mis piernas—. Pruébatelos —ordenó.
—¿Para qué?
—Tienes que comprar un traje.
—No es necesario, ya tengo en casa la ropa que llevaré.
—Oh, no —negó con la cabeza—. Hemos venido de compras y tú tienes que llevar algo.
—Lina tiene razón —dijo Alicia mientras se retiraba del espejo y se acercaba a nosotras.
—He venido porque me han obligado.
—Mía, tenemos que vernos lindas en la playa.
—Te aseguro que así nos veremos. Lo aseguro —sonreí y dejé caer los trajes en la silla donde había estado sentada—. Pero no es necesario que lleve traje de baño.
—Mía, en la playa no vas a usar pants, o ¿sí?
—Si hace frió, claro que sí.
—Tienes que comprar algo —dijo Lina—, o no saldremos de aquí.
—Okay —di grandes zancadas y corrí por los pasillos en busca de algo que comprar.
—¡Mía! ¡Mía! —Lina y Alicia gritaban al unísono.
—Ya voy, estoy en busca de lo que compra... ¡Lo tengo! —di un gran salto y corrí a donde ellas se encontraban.

En cuanto estuve frente a ellas, sonreí.
Ambas me miraron extrañadas.

—¿Qué es eso? —preguntó Lina.
—Son unas gafas de sol y unas sandalias.
—Sé lo que son.
—¿Entonces para que preguntas? —sonreí.
—Lo que quiero saber es... ¿Para qué las quieres?
—Las usaré en la playa.
—¿Y el traje de baño? —preguntó Alicia.
—No voy a comprar traje de baño.
—Pero Mía...
—Pero nada. Ya he comprado algo, así que vámonos.
—Mía...
—Lina —la imité—. Ya compré algo al igual que ustedes así que vamos a pagar y vayámonos.

Lina dio una negación y puso su mano en mi hombro.

—Espero que el traje que tienes en tu casa sea lindo.
—No te arrepentirás, chiquita —le guiñé el ojo.

Sabía que Lina se arrepentiría pues shorts y camisas de tirantes no contaban como traje de baño para ella.

Lastima, ella no sabría hasta que estuviéramos en la playa.


***


—¿Puedo ir contigo?
—No.
—¿Por qué no?
—Porque no puedo llevar a nadie. Es una salida sólo para los de mi clase.
—Ah...

Alex se encogió en el sofá y fijó su vista en el televisor.
Sabía que se había entristecido.

—Oye, podemos ir después. Tú y yo. Solos los dos.
—¿Lo juras? —me miró.
—Lo juro.
—¿Juramento de hermanos?
—Juramento de hermanos —lo abracé.

Alex dio un gran grito y me abrazó muy fuertemente.
El verlo feliz hacía que yo también lo fuese. Él era la cura para mis momentos de tristeza.

—Mía, Alex, a comer.
—Ya vamos abuela —grité—. A comer —le di una palmada en la pierna a Alex.
—El que llegue a lo último es un bebé llorón —dio un salto y comenzó a correr al comedor.
—Oye, ¿por qué un bebé llorón?
—Porque los bebés que lloran son feos.

¿Adivinen quién fue el bebé llorón?
Exacto, fui yo.

Esa noche hicimos nuestra gran rutina diaria. Mientras cenábamos hablábamos sobre nuestro día y todo lo relacionado.

—Mía y yo iremos a la playa —sonrió Alex.
—¿Así? ¿Cuando?
—No lo sé —me miró—. ¿Cuando iremos?
—Podemos ir en primavera.
—¿Falta mucho?
—No mucho —sonreí.
—¿Irán solamente ustedes?
—Sí, Mía a jurado que iremos los dos solos.
—Eso suena bien pero...
—No será peligroso, abuela. Lo cuidaré muy bien.
—Lo sé, hija.

No sé si es amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora