CAPÍTULO... 14.

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—Estaba en la biblioteca.
—¿Por qué has llegado tarde? ¿Por qué no has contestado mis llamadas?
—No encontraba el libro que necesitaba y al móvil se le terminó la batería.
—No te creo, Mía.

¡Demonios! Al parecer yo no era buena actriz.

—Nunca te he mentido, abuela. No entiendo por qué la desconfianza.
—He llamado a Lina y Alicia,  ninguna de ellas sabía que ibas a la biblioteca.
—No sabían porque no les dije. No creo que sea necesario decirles todo lo que hago.
—Muéstrame el trabajo que fuiste a hacer a la biblioteca.
—¿Qué? —dije más sorprendida que preocupada.
—Que me muestres el trabajo —extendió su brazo hacia mí.
—¿En verdad estás desconfiando mí, abuela? No creo que merezca tu desconfianza.

Sin esperar a que mi abuela contestara, subí las escaleras corriendo y me encerré en mi habitación.

Está bien, mi abuela tenía todo el derecho de desconfiar, de pensar mil cosas. Pero me dolía su desconfianza. De verdad me dolía.

Al entrar a mi habitación, cerré la puerta con seguro y me dejé caer al suelo.
No iba a llorar porque simplemente no sentía esa necesidad, lo único que quería era gritar y golpear a la primera persona que cruzara frente a mí.

Miré como Nina, mi pequeña gatita dio un brinco de mi cama y caminó hacia mi lado para comenzar a maullar y acurrucarse a mi lado. La acuné en mis brazos y ahí junto a ella me quedé por buen rato.

No sé exactamente cuanto tiempo estuve sentada en el suelo, sólo sé que mientras estaba recargada en la puerta me quedé dormida.

El enojo ya había pasado y creía que ya podía salir a hablar tranquilamente con mi abuela pero ella fue más rápida que yo pues en cuanto me decide a ponerme de pie, ella llamó a mi puerta.

—Perdón —fue lo primero que dije al abrir la puerta.
—¿Por qué?
—Por haberte gritado y por comportarme de esa forma, pero no lo pensé.
—Mía —susurró—, tienes que entender que antes de actuar hay que pensar en las consecuencias.
—Lo he intentado pero no puedo.

Movió la cabeza a los lados y comenzó a caminar hacia dentro de mi habitación para sentarse en mi cama.

—Y bien, ¿estás lista para hablar?
—¿Qué quieres que te diga?
—Dónde estabas y por qué me has mentido.

¿Tendría que decir la verdad?

Antes de contestar inhalé y la miré.

—Fui a un parque y... —¿Verdad o mentir?—. Bueno, ahí me quedé leyendo. El tiempo pasó volando y cuando me di cuenta ya era muy tarde.
—¿Por qué me mentiste diciéndome que ibas a la biblioteca?
—Es que en un principio iba a ir pero al momento en que tome el autobús —me encogí de hombros—, me dejé ir y pensé que podría leer en ese parque.
—Ven aquí, Mía —dio pequeñas palmaditas a la cama—. Siéntate a mi lado.

Sin decir una palabra comencé a caminar a donde estaba mi abuela y me senté a su lado, sin verla.
Simplemente no podía mirarla. Mentirle era algo que no me gustaba hacer, pero siendo honesta, en este caso lo mejor era mentir.

—Sabes que puedes confiar en mí —asentí—. No tienes que mentirme, Mía. Y si a la próxima deseas ir a leer a ese parque, sólo dímelo —sujetó mi mano—. No te negare una lectura en un parque.
—Gracias, abuela —la abracé fuertemente.

Esperé a que tanto mi abuela como Alex subieran a su habitación. Al momento en que ambas puertas se cerraron, bajé a la cocina.
Con delicadeza abrí la puerta de mi habitación, bajé las escaleras lenta pero a la vez sigilosamente.

Al momento de estar en la cocina tomé un plato hondo y una cuchara, del refrigerador saqué la leche y cuando tuve todo fuera, serví.
Me senté frente a la barra de servicio de la cocina y con la luz de la luna que entraba por la ventana, comencé a cenar.

Se suponía que cuando yo comía a solas era porque quería reflexionar sobre algo que había hecho mal, y este era uno de esos días que merecía reflexión.

Todo había salido mal... Bueno, no todo. Mi comida con Camilo había sido perfecta, esa tarde había sido la mejor, pues me había convertido en la novia de Café.
Tengo que aceptar que también me había ido un poco mal, puesto que mi abuela se había dado cuenta que le había mentido. Gracias a dios se creyó que había ido a leer al parque.

Estaba tan concentrada en mis pensamientos que no me di cuenta de la presencia de Alex.

—¡Alex! —dije sorprendida—. ¿No deberías de estar durmiendo?
—No puedo dormir.
—¿Por qué? —hice a un lado el plato de cereal.
—No me has contado un cuento.
—Cierto, lo olvidé. Además pensé que la abuela lo había hecho.
—Estaba enojada. ¿Sabes por qué estaba enojada.
—Estaba enojada por cosa de grandes.
—Yo soy grande. Puedes decirme.
—Es verdad que eres grande —me puse de pie y caminé hacia él—, pero hay cosas que los grandes no deberían saber.
—¿A qué te refieres, Mía?
—A nada —tomé su mano—. Venga, vamos a contarte un cuento.


***


—No tienen porque reclamarme nada —bufé.
—Claro que sí —dijo Lina—. Tu abuela nos habló a cada una pensando que estábamos contigo, cuando no era así. ¿Dónde te metiste?
—¿Por qué no nos dijiste nada? —dijo Alicia, poniéndose a lado de Lina.
—No tengo que darles una explicación. No siempre les diré lo que hago o a donde voy.
—¿Te has escuchado? —dijo Lina mirándome con enojo—. ¡¿Qué es lo que te sucede?!
—Lo que me sucede —me puse de pie—, es que estoy harta de siempre darles información de lo que haga o deje de hacer —la miré fijamente—. No son mi madre para tenerlas al tanto de todo.
—Mía...
—¡Estoy harta de ustedes!

Al terminar de hablar di media vuelta y al momento de caminar le di un pequeño golpe en el brazo a Lina, cosa que no me importó.

¿Por qué había actuado así? ¿Por qué les había dicho que estaba harta de ellas cuando no era así?
Eran las preguntas que me hacía mientras corría por los pasillos hacia la nada. No era justo el haberles hablado así, eran mis mejores amigas y era obvio que querían saber lo que había sucedido conmigo.
Simplemente mi actitud no había sido la correcta.

Cuando estuve en el primer piso, corrí a donde sabía que no era buena idea, pero aun así lo hice.
Corrí a la sala de profesores.
Cuando estuve frente a la puerta de aquella aula pude ver que Camilo estaba al fondo. Sentado en una de las tantas mesas.
En ese momento no pensé en nada y entré corriendo para abrazarlo, o mejor dicho, para que él me abrazara y yo comenzar a llorar en sus brazos.

—¿Qué te pasa, mi pequeña? —preguntó sin alejarme de él.
—No sé que me sucede —susurré y me aferré más a él—. No sé que me pasa.
—¿Por qué lo dices?
—Le he mentido a mi abuela, le he gritado. Y ahora le dije a mis amigas que estoy harta de ellas cuando es mentira.
—Mía... —me alejó de él y colocando su dedo en mi barbilla, subió mi cabeza—. ¿Te has dado cuenta lo que ha sucedido? —negué con la cabeza—. Has mentido por lo nuestro.
—¿Mentir por lo nuestro? —pregunté confundida—. ¿A qué te refieres?
—Me refiero a que todo esto sucedió porque no puedes decir que tú y yo somos novios. Mentiste porque te sientes presionada porque no puedes decir la verdad.
—Pero... —no pude seguir hablando y de nuevo comencé a llorar.
—Pequeña —me abrazó.
—No quiero mentir. No quiero que mis amigas me odien.
—Oye, tranquila. Esto se puede solucionar.
—¿Cómo? —lo miré.
—Diciendo la verdad pero a la vez mintiendo.
—No entiendo —me separé un poco de él.
—Es fácil. Vas a seguir diciendo la verdad. Les contaras todo a tus amigas y seguirás siendo la misma. Pero al mismo tiempo no dirás todo.
—O sea, diré la verdad pero no hablare de nosotros.
—Así es. Ahora deja de estresarte tanto y se la misma.
—Lo haré —sonreí mientras Camilo secaba mis lágrimas.
—Esa es mi pequeña.
—Te amo.
—Te amo más. Pero ahora ve y soluciona tu problema con tus amigas.

Sonreí mientras asentía y cuando estuve a punto de dar el primer pasó, Camilo me jaló del brazo y me besó tiernamente. Lastima que el beso duro poco.

—Ahora ve y soluciona todo.
—Nos vemos más tarde.

De la misma forma en que entré a la sala, de esa forma salí corriendo.

Hablar con Camilo me había tranquilizado y me había hecho recapacitar.
Era verdad. Todo esto de no poder decir que éramos novios me ponía mal y al ver que me preguntaban tantas cosas, decidía gritar y enojarme con la persona que me hacía las preguntas.

—Perdónenme —como por décima vez les pedí perdón. Pero ellas se negaban a hacerme caso, me ignoraban—. Vamos, chicas. Perdónenme, no quería decir lo que dije.
—Pero lo hiciste, Mía —dijo Lina—. Dijiste que ya estás harta de nosotras y si es así no sé porque nos sigues hablando.
—Lo dije sin pensar. Todo lo que dije fue sólo un impulso.
—Las palabras duelen —susurró Alicia, mientras secaba sus lágrimas—. Debes saberlo.
—Lo sé. Sé que las palabras duelen y por eso me siento mal.
—No parece —bufó Lina.
—Perdón, ¿qué quieren que haga para que me perdonen?
—Queremos que nos dejes en paz y que dejes de hablarnos.

En ese momento, Lina tomó la mano de Alicia y la jaló para que juntas salieran del aula.
No dije ni hice nada para detenerlas. Sólo las miré alejarse de mí.

En el momento en sentí que mis ojos ardían, tomé mi mochila y salí corriendo. No quería que me vieran llorar.

Corrí hacia la parte abandonada del instituto lo más rápido que pude. Al llegar entré al pequeño salón, cerré la puerta, aventé la mochila y me dejé caer en una de las tantas cajas con libros viejos.

¡Carajo!
Sólo llevaba un día de novia con Camilo, y mis mentiras ya me estaban causando problemas.

Tal vez estuve ahí encerrada por una hora. Una hora llorando y maldiciéndome por todo. Pero no podía hacer nada. Ya había abierto la boca y ya había herido y mentido a mis amigas.


***


—Ya no llores —susurró Camilo a mi oído—. Todo se va a solucionar.
—Nada se va a solucionar. Ellas me odian.
—Son mejores amigas, sabrán perdonarte.
—No las conoces —susurré y sequé una de mis lágrimas—. No me van a perdonar.
—Lo harán. Lo sé.
—¿Cómo puedes saberlo?
—Sólo lo sé —sonrió y me abrazó un poco más.
—Ya tengo que irme —me alejé de él—. No puedo llegar tarde a casa. No otra vez.

Le di un pequeño y tierno beso para después bajar del auto e irme a casa.


***


A la mañana siguiente llegué al instituto más temprano de lo normal. Sabía que si el problema entre mis amigas y yo no se solucionaba, mi vida se iría al caño.
Tal vez suene estúpido, pero sin ellas no era nada. Ellas más que amigas eran mis hermanas y simplemente no quería perderlas.

Estaba en la entrada del aula, y mientras le prohibía la entrada a mis compañeros, esperaba la llegada de Lina y Alicia.
Quería pensar que hoy sí querrían hablar y tal vez me perdonarían.


Al verlas entrar por la puerta, pude sentir un nudo en mi estomago y aunque quise correr para abrazarlas, me contuve.

No quería sentir un rechazo, no otra vez.

No sé si es amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora