CAPÍTULO... 23.

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Estaba tan feliz de estar de nuevo junto a Camilo, que me olvidé todo. Olvidé que tenía a Lina y Alicia esperándome.

—Nunca cambiaría este día —dije al momento de mirarlo.
—Y yo nunca te cambiaría a ti.
—¿Lo juras?
—Lo juro con el corazón.
—Te amo.

Y sin dejar que contestara, me incliné hacia él y lo besé.
Dios, en verdad extrañaba besarle.

—Mira —señaló con su dedo índice al mar.
—¿Qué?
—Delfines.

Entrecerré los ojos para poder ver bien.

Al momento de verlos me puse de pie y comencé a saltar.

—¡Son hermosos! —grité—. ¡Los delfines se ven hermosos!
—Y el atardecer hace que la escena se vea más hermosa.

Di media vuelta para ver que Camilo estaba tras de mí.

—Tienes razón —le sonreí y volví a ver a los delfines—. ¿Tienes tu móvil contigo?
—Sí, ¿por qué?
—Porque quiero capturar este momento —volví a verlo—. ¿Me prestarías tu móvil? —tendí mi mano hacia él.
—Claro —metió su mano al bolsillo de sus bermudas caqui. Al sacar su móvil lo tendió hacia mí—. Aquí tienes.
—Gracias —sonreí al momento de tomarlo.

Le di la espalda a Camilo y desbloqueé el móvil —la contraseña seguía siendo “Manzana”— para poner la cámara y tomar una fotografía de los delfines que saltaban en el mar.

—¿Puedes hacer algo por mí? —lo miré.
—Claro.
—Tomate una foto conmigo.

Camilo no contestó, solamente sonrió y comenzó a caminar hasta donde yo estaba.
Al estar frente a mí, tendió su mano para pedirme el móvil.
Se lo di.

—Sabes que no tienes que pedirme fotos —dijo—, sólo tómalas.
—Okay —sonreí.
—¿Cómo deseas que sea la foto?
—Tú y yo abrazados, que el atardecer salga de fondo. Ah, y si se puede que también salgan los delfines.
—Perfecto —dejó caer su brazo en mis hombros y me pegó a él—. Sonríe.

Esa fue una de las mejores fotografías que tenía con él. Era hermosa. Había capturado todo lo que yo quería.

—Tienes que pasarme la foto cuando tenga mi móvil conmigo.
—Claro, puedo pasártela en el autobús.
—Perfecto —sonreí y volví a ver la fotografía—. Nos vemos genial. Extrañaba esto, ¿sabes? —levanté la mirada y sonreí—. Te extrañaba a ti.
—Oh, ven acá —tendió sus brazos hacia mí y con sus manos me indicó que me acercara.

No lo dudé ni un segundo, me abalancé a él y rodeé su cintura con mis brazos.

—Te amo, Café. Te amo de verdad.
—Te amo, Manzana. Te amo de verdad.

Enterré mi cabeza en su pecho y lo abracé aun más fuerte.

No se había puesto su colonia, pero aún así olía perfecto. Él tenía un aroma en especial. Un aroma a cítrico pero a la vez dulce. Su aroma era como a un limón dulce (raro, ¿verdad?)... La verdad es difícil explicar lo bien que Camilo olía.
Lo único que puedo decir, es que el olor de Camilo era único, especial. Ningún otro hombre olía como él.

Lentamente levanté la cabeza y los ojos de Camilo se clavaron en los míos.

—No quiero que acabe esto.
—No tiene que acabar si tú no quieres.
—¿Crees qué estaremos juntos por siempre?
—¿Quieres la verdad? —asentí—. Bueno, yo creo que no estaremos juntos por siempre; creo que estaremos juntos por millones de siempres y de infinitos.
—Eso me encanta —sonreí—. Me encantaría estar millones de siempres e infinitos junto a ti.
—Entonces lo estaremos —acarició tiernamente mi mejilla.
—¿Lo juras?
—Lo juro.

Ese era un fantástico momento para besarnos, y sí, estuvimos a punto de besarnos; pero un grito evitó ese beso.

—¡Mía! ¡Mía!

La voz era de Lina y provenía de abajo, así que era obvio que estaba en la parte baja de las rocas.

Me alejé de Camilo y abrí los ojos como platos.
¿Qué haría ahora?

—¿Ahora qué? —susurré.
—No lo sé, ¿bajemos?
—No —caminé para estar más cerca de él—, si Lina me ve contigo me matará.
—¿Crees que dejaré que te mate?
—Nos matará a los dos, no podrás hacer nada.
—Al menos me va a matar intentando defenderte —sonrió y tomó mi mano—. Vamos.
—No —tiré de su brazo e hice que se detuviera—. Iré yo primero.
—Okay.

Lina de nuevo gritó, así que inhalé un poco y caminé hasta la orilla de la roca para inclinarme y ver.
Ahí pude darme cuenta que no venía sola. Venía en compañía de Alicia y Alejandro.

—Mía, ¿qué haces ahí? —gritó Lina—. Baja.
—Estoy... Estoy pensando —sonreí—. ¿Qué hacen ustedes aquí?
—Querida, llevas más de cinco horas desaparecida. Nos preocupamos.
—No tenían que hacerlo.
—Pues lo hicimos, así que baja ya.
—Okay —asentí—, ya bajo.

Los tres asintieron, yo asentí.
Les di una sonrisa y di un paso atrás para poder dar la vuelta y mirar a Camilo.

—Me tengo que ir —me encogí de hombros—. Nos vemos mañana en el autobús.
—No tienes que irte —comenzó a caminar y se detuvo frente a mí.
—Lo tengo que hacer. Ellos no pueden verme contigo.
—¿Tienes miedo a que se enojen?
—Tengo miedo a que no comprendan.
—¿Cómo saber que no comprenden si no lo intentas?
—Bueno, por...
—Vamos, diles que suban.
—No, no, no, no —negué con mi dedo índice—. Si hago eso me van a matar.
—¡MÍA!
—¡YA VOY! —grité—. Me tengo que ir.
—Diles que suban.

Negué con la cabeza.

—Vamos, diles. No pasará nada, bueno, tal vez me avienten de aquí o Frank quiera venganza por lo de anoche —entrecerré los ojos y los fijé en él—. No me mires así.
—Espera a que nos vayamos y luego bajas, ¿okay?
—Mía...
—Te amo —me acerqué a él y planté un gran beso en su boca. Eso evitó que siguiese hablando—, nos vemos.

Le mostré una pequeña sonrisa y di la vuelta para irme, pero volvió a hablar y no pude ignorarlo.
¿Cómo ignorar a quien amas?

—No te vayas.
—Tengo que irme —me encogí de hombros—. Me esperan allá abajo.
—Diles que suban.
—Camilo...
—Vamos a enfrentarlos juntos.

Por un par de segundos —que para mí fueron horas— tuve mi vista conectada con la de Camilo.
Estaba poniéndose su propia condena. Yo sabía que Lina sería la más enojada de todos. Ella podría matarnos a ambos y aventar nuestros cuerpos al mar para que nadie nos encontrase.

—Está bien —fue lo único que pude decir.

Bien, si Lina nos mataría, sería mejor que estuviésemos juntos.

Di vuelta y comencé a caminar de nuevo a la orilla de la roca.
Al inclinarme un poco, pude ver que Lina, Alicia y Alejandro estaban recargados en la roca. Y al parecer estaban desesperados.

—¡Hey! —les grité. Los tres subieron la vista inmediatamente—. ¿Y si suben?
—¿Y si mejor bajas? —dijo Alicia.
—No, mejor suban ustedes. La vista aquí es hermosa.
—Mía...
—Chicos, suban. Esto es hermoso.

No obtuve una respuesta inmediata. Los tres solamente se miraron y decían cosas que yo no lograba escuchar.

Un minuto después, los tres miraron hacia donde yo estaba. Me miraron seriamente y después asintieron.

—Más vale que no me caiga —dijo Lina, con gran sonrisa mientras subía su pie derecho a una pequeña roca—, porque si eso llega a suceder, juro que te mato.
—Yo soy pésima escalando —sonreí—, así que no te preocupes, logré subir sin ningún raspón.
—Aquí voy —dijo Lina entre dientes y comenzó a escalar.

Uno tras otro iban escalando la roca, y cuando Lina llegó hasta el final y tendió su mano para que la tomara, me di cuenta que mis manos sudaban.

No sé si es amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora