CAPÍTULO... 25.

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—No —susurré. Y sin evitarlo dije lo siguiente—: ¡ZORRA! —grité, haciendo puño mis manos.

Camilo rápidamente se hizo hacia atrás, evitando tener contacto con la zorra.
La chica dio un paso hacia atrás y dio la vuelta. Ahí pude ver quién era.

—¡Tú! —dije más para mí que para ellos.

No podía creer lo que sucedía. Y no pude creer lo que fui capaz de hacer en ese momento.
Yo no era responsable de mis acciones en ese instante, todo lo que mi cuerpo hacía, yo no lo ordenaba.

Entré a la sala y corrí. No corrí hacia Camilo; corrí hacia la zorra que había estado junto a él.
Grité lo más fuerte que pude y me abalancé a ella, haciendo que cayera al suelo.
Ahora yo estaba sobre ella, aruñando, golpeando y gritando que era una gran puta.

—Mía...

Pude sentir las manos de Camilo rodear mi cintura, y eso me hizo enfurecer. No quería que me tocara con las manos con las cuales había tocado a la zorra de la prefecta. Así que sin dejar de golpearla, pateé hacia atrás y golpeé a Camilo.
Terminé golpeándolo en la parte más delicada de un hombre.

No hice absolutamente nada, ni siquiera en el momento que escuché el fuerte golpe de la caída y los gemidos de dolor de Camilo.
Yo seguí con mi trabajo; desahogar mi gran furia en el rostro y cuerpo de la zorra.

—¡Zorra! —grité—. ¡Eres una gran zorra como tu sobrina!
—¡Deja de… !

No dejé que terminara su frase, le di un fuerte golpe en la mejilla que se quedó sin habla.


No tengo idea de cuantos minutos pasaron pero cuando me di cuenta, un profesor tiró de mí y me hizo alejarme de la prefecta.
Una profesora corrió hacia la prefecta Carmen para arrodillarse a su lado y ayudarla a cubrirse el pecho —porque la muy zorra tenía la camisa desabrochada— y a que se pusiera de pie. Y un tercer profesor corrió hacia Camilo y lo ayudó a ponerse de pie, ya que él no podía hacerlo solo.
Y bueno, a mí me jalaron hasta un extremo de la sala para que no los hiriera. Vaya, como si fuese a matarlos… ¿o sí?

—¡Maldita zorra! —grité, tratando de zafarme del agarre del profesor. Pero fue inútil.
—Ya basta, señorita —dijo el profesor.
—¿Basta? Esa zorra estaba… —y en ese momento ya no pude hablar. Ya no tenía voz.

El profesor que me tomaba del brazo, comenzó a jalarme hacia la salida, y yo ya no traté de zafarme. Caminé sin renegar.
Antes de salir completamente del aula, miré a la dirección de Camilo; nuestras miradas chocaron pero, no trasmitieron nada.


Mientras me llevaban de camino a la dirección pude darme cuenta que había alumnos mirándome, pero no les tomé importancia; a mí no me interesaba que me miraran. De hecho, ya nada me importaba.


Al llegar a dirección no tuvimos que esperar a que me llamaran; inmediatamente me hicieron pasar.
Lo primero que me hizo saber que estaba en problemas, fue ver a la directora mirarme furiosamente.

—¿Qué ha sucedido con usted, Vega? —dijo la directora. No gritaba pero su voz era seria y pesada—. ¿Acaso no piensa?

“No, no pienso”, pensé.

—¿Por qué herir a dos autoridades del instituto?

No contesté a su pregunta, solamente levanté un poco la cabeza y traté de que nuestras miradas no chocaran.

—¡¿Conteste a mi pregunta, Vega?! —gritó.
—No sé por qué lo hice —susurré.
—¿Qué ha dicho?
—Que no tengo idea de por qué lo hice.
—No, usted sí sabe. ¿Por qué lo hizo?
—Lo hice porque... Bueno...
—Hable ya.
—Yo lo hice porque... me lastimaron.
—¿La lastimaron? —preguntó confundida—. ¿Cómo que la lastimaron?
—Ellos...

En ese momento la puerta se abrió y Camilo apareció.
Él comenzó a caminar hacia dentro pero la directora lo detuvo.

—¿Quién se creé para entrar así a mi oficina? ¡Salga de aquí!
—Señora directora…
—Salga de aquí profesor Acosta.
—Necesito hablar con la señorita Vega.

En ese momento me di cuenta que yo comenzaba a llorar, así que rápidamente giré mi cabeza para no mirarlo.

—No tiene permitido hablar con la alumna. No hasta que todo esto se arregle.
—Necesito…
—¡Lárgate de aquí! —grité, sin mirarlo—. ¡Lárgate con la zorra!
—¡Señorita Vega! —dijo la directora, y pude apostar que me miró velozmente.
—Que se vaya —dije casi en un susurro—. No quiero que esté aquí.
—Mía…
—Profesor Acosta, váyase. Ahora hablaré con usted.

Ya no volví a escuchar la voz de Camilo. Solamente escuché unos pasos alejarse y la puerta cerrarse.

No sé si es amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora