CAPÍTULO... o2.

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—Mi castigo empieza dentro de dos horas, no ahora —caminé hacia la salida.
—Soy el maestro, así que si digo que empieza ahora...
—Yo digo que no. Así que me voy.
—No va a ningún lado —me tomó del brazo.


Sentí algo, como una corriente de electricidad que corría todo mi cuerpo. Su mano era suave, era... perfecta. Podía oler su perfume, un perfume varonil que olía perfecto.
Lo miré directamente a los ojos, pude ver que sus ojos eran de color café, un café claro, eran hermosos. Su rostro, su boca, su piel, todo era perfecto. Tiré de mi brazo y me zafé de su agarré.


—Suélteme —bufé.
—Ve y toma asiento —miró hacía donde estaban Lina y Alicia—. Y ustedes salgan.


Antes de salir me dieron una mirada de pena o tal vez tristeza y salieron. Caminé a mi lugar y me senté, mirando a el maestro con odio.


—No me mires como si quisieras matarme —sonrió—. Este castigo sera divertido.
—No lo miró como si quisiera matarlo. Lo miró porque lo quiero matar.
—Mía, no es mi culpa lo de tu castigo —se sentó en el escritorio—, fue tu culpa por faltarme al respecto.
—Yo sólo dije que leyéramos otro libro. Usted fue el que se comporto como niñita al no...
—Le pido respeto —me miró enojado—. Soy su mayor y me debe...
—Se las reglas —rodé los ojos—. Me educaron perfectamente.
—Pues no parece.


Simplemente lo miré y después recargué mi cabeza en la mesa de mi asiento. El silencio se adueño del aula y eso era algo incomodo. Hasta que después de unos minutos él hablo...


—¿Piensas estar en silencio las dos horas? —al ver que no contestaba prosiguió—. Algo que odio es el silencio y...
—No es mi problema si odia o no el silencio —bufé.
—Señorita Vega, es una lastima que se comporte de esa forma.
—Es una lastima que esté perdiendo mi valioso tiempo en un estúpido castigo.
—Hagamos un trato —se puso de pie y caminó hacia mí—, si usted dice que leerá el libro que dije, damos por terminado el castigo —al ver que no conteste, extendió su mano—. ¿Qué dice?


Lo miré a los ojos. El sonreía y seguía con la mano extendida hacia mí. Suspiré y estreché mi mano con la suya.


—Hecho.
—Puede salir —caminó hacia el escritorio—. Espero y si lo lea —sonrió.
—Lo haré —me puse de pie y salí corriendo del aula.


Corrí por todo el pasillo, buscando a Lina y Alicia; pero no estaban por ninguna parte. Después de tanto correr, decidí ir a la cafetería y ahí estaban ellas.


—¡Hey! —me senté a lado de Lina.
—¿Ya termino tu castigo? —preguntó Lina—. ¿No te violo el sexy profesor?
—Sí y no —tomé una de las papas fritas de Alicia.
—¿Cómo qué sí y no?
—Mi castigo ya termino y que no me violo —rodé los ojos.
—Mmm... que lastima —dijo Alicia—. Si me hubiera castigado a mí, créeme que yo si lo violo.
—Alicia, superalo. El maestro es feo y no le interesan las chicas menores.
—¿Y tú cómo sabes? —preguntó Lina.
—Es obvio. La mayoría de nosotras tenemos dieciocho años y él tiene veinticuatro. Calcula la diferencia de edad.
—La edad no importa cuando hay amor —sonrió Alicia.
—Eso dicen y no creo que sea cierto. Es más, él no gusta de ti ni de nadie del salón.
—¿Así o más directa?
—Lo siento —me encogí de hombros—. Pero no es bueno hacerse ilusiones.


* * * *


Corrí calle abajo para llegar rápido por Alex. Se mi había hecho muy tarde por estar hablando con Lina y Alicia.
Al llegar al jardín de infantes, entré corriendo; esperando ver a mi pequeño hermano llorando, sentado en una pequeña banca. Pero no fue así, Alex no estaba.
¿Dónde diablos estaba? ¿Mi abuela abría venido por él?

Corrí a ver a su salón pero no había nadie, Alex no estaba. Sentí como picaron mis ojos, quería llorar. Escuché la risa de un niño pequeño, provenía del patio trasero. Así que corrí hacía allá.

Y ahí estaba Alex, riendo y una persona lo columpiaba.

—¡Alex! —grité y corrí hacia él.
—¡Mía! —brincó del columpio, corrió hacía mí y me abrazo.
—¿Por qué no estabas sentado en la banca, donde te digo que me esperes? —le hablé con dureza y lo alejé de mí.
—Yo...
—Tú nada, Alex —lo miré directamente a los ojos—. ¿Sabes lo que pensé cuando no te vi?
—Lo siento —bajó la mirada y susurró.
—No lo vuelvas a hacer —lo abracé fuertemente y le susurré en el oído—. Te quiero.
—Alex, no tuvo la culpa. Yo le dije que viniéramos a jugar mientras llegabas.


En ese momento recordé que mi hermano y yo no estábamos solos. Levanté la cabeza y ahí estaba la persona.
Alejé a Alex y me puse de pie.


—¿Usted?
—Sí —sonrió.
—¿Me está siguiendo?
—No —negó con la cabeza—. Mi hermana trabaja aquí, es maestra de Alex.
—Ah... Felicidades —tomé la mano de Alex y comencé a caminar.
—Adiós —Alex, hizo un ademán con su mano a Camilo.


Caminé hacia la salida, pero Camilo fue más rápido y ya estaba sujetando mi brazo.


—Puedo llevarlos a su casa.
—No gracias —miré hacía su agarre, él me soltó—. No acepto que gente extraña me lleve a casa.
—Soy tu maestro, no soy extraño.
—Para mí es extraño —de nuevo tomé la mano de Alex y caminé hacía la salida.


Alex no dejaba de hacer preguntas de su “nuevo amigo”, así que trataba de ignorar esas preguntas.
Antes de llegar a casa le dije que no hablara de eso, pero creo que más tarde en explicarle que él en decirle todo a mi abuela.


—¿Camilo? —preguntó mi abuela confundida.
—Es un compañero —mentí.
—El dijo que era tu maestro —habló Alex.
—¿Camilo es tu maestro? ¿Por qué fuiste mal educada con tu maestro?
—Abuela, Camilo no es mi maestro. Es un compañero y le decimos maestro porque es muy inteligente y nos ayuda cuando no entendemos algo.
—Pero él es muy grande.


En ese momento, juro que miré a Alex como si me hubiera golpeado. Suspiré y le mentí de nuevo a mi abuela.


—Camilo, reprobó dos años. Por eso es grande —antes de que mi abuela o Alex, pudieran hablar, me puse de pie—. Tengo que hacer tarea, voy a mi recamara.


Rápidamente me fue a mi habitación, me deje caer en mi cama y cerré los ojos. Recordé todo lo sucedido en el día, mi castigo gracias a mi falta de respeto. Alex jugando con mi maestro de literatura. También recorde la sonrisa que mataría a cualquier chica y esos hermosos ojos de Camilo. ¡Dios! No puedo pensar en eso, él es un maestro y yo una alumna, él no es nada hermoso; sólo es un odioso que se cree superior a todos.

Un pequeño sonido me sacó de mis pensamientos.



—Adelante —me senté en el borde de la cama.
—Me perdonas —entró Alex, reflejando tristeza en sus ojos.
—Perdonarte, ¿por qué?
—Por decirle a mi abuela lo de mi nuevo amigo.
—Ven acá —extendí mis brazos y lo abracé—. No tengo que perdonarte nada. Se que hiciste mal en decir algo que te dije que no hicieras, pero no estés triste que no estoy enojada contigo. Sólo ya no digas nada de lo que te diga que no le cuentes a la abuela. ¿Ok?
—Ok.


Me abrazó fuertemente y después salió corriendo de mi habitación. Hice toda mi tarea, me bañe, cenamos, acosté a Alex y me fui a dormir.
A la mañana siguiente me desperté muy temprano, para mi sorpresa salí de casa más temprano de lo normal. Antes de llegar al instituto entré a un mercado para hacer una pequeña compra.
Jugo de manzana, un pequeño frasco de chile en vinagre y unas barritas de fresa.
Después de pagar, metí todo a mi mochila y me fui al instituto. Las clases comenzaron, todo iba bien hasta que llegaron las dos últimas horas y era clase de literatura. Camilo entró con una gran sonrisa, dejo sus cosas en el escritorio y observo el jugo que estaba ahí.


—¿Quién dejo esto aquí? —preguntó.
—Fui yo —me puse de pie—. Es para usted, es para pedir disculpas por mi comportamiento de ayer.
—Gracias —sonrió—, tomé asiento.
—Espero le guste el jugo —sonreí y me senté.
—El jugo de manzana es mi favorito.


La clase comenzó, minutos antes de que terminara la clase dijo que podíamos guardar nuestras cosas. Tomó el jugo y lo abrió dando un gran sorbó. Y como si la campana lo hubiera asustado escupió el jugo en todas sus cosas.
Todos comenzaron a reír, él se puso de pie y me miró directamente.


—¿Qué le pusiste al jugo?

No sé si es amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora