CAPÍTULO... 17.

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—¿No piensan decir nada?
—Bueno... —¿qué tenía que decir?
—¿Desde cuando son novios?

Miré de reojo a Camilo, él estaba sentado a mi lado.

Pude darme cuenta que estaba más preocupado que yo.

—Desde hace un mes —dije sin mirar a la persona que me interrogaba.
—¡Desde hace un mes!
—¿Por qué no dijiste nada, Vega?
—Yo le dije que no dijera nada —por primera vez desde que habíamos llegado, habló Camilo.
—Vaya, que inteligente es, profesor.
—Yo...
—Tú nada, Mía. Tú has ido contra las normas y has hecho lo peor del mundo.
—Sé que he ido contra las normas, pero también sé que no hecho lo peor del mundo —miré a Camilo y le sonreí.

Después de mis últimas palabras nadie dijo nada. Sólo había miradas que bailaban de Camilo a mí.
Y eso era incomodo.

—¿Nos permite? —Lina miró a Camilo e hizo un movimiento con su mano para que se fuera.
—Claro.

Las tres miramos como Camilo se puso de pie y se sentó a cuatro mesas lejos de la nuestra.
Al momento en que Lina miró que ya no había nadie cerca, giró su cabeza y clavó su mirada en mí.

Lo más incomodo de ese momento fue que no dijo nada y ahí me di cuenta que la que tenía que hablar era yo.

—Sé que hice mal en no decirles nada...
—Si que lo hiciste —interrumpió Alicia.
—Y también sé que mi obligación de mejor amiga era contarles...
—Si que lo era —Alicia volvió a interrumpir.
—¿Me seguirás interrumpiendo o sigo hablando?
—Lo siento, prosigue.
—Lo siento, pero no sabía si era buena idea decirles.
—¿No confías en nosotras? —bufó Lina.
—Claro que no. Yo confió plenamente en ustedes pero...
—¿Pero qué?
—No debía decir nada —me encogí de hombros—. No podía dejar de pensar que podrían decir el secreto.
—Nunca lo haríamos. Sabríamos mentir.
—Alicia, no.

—Claro que sabría mentir —Alicia se defendió.
—Claro que sí. Siempre que intentas mentir metes en problemas a los demás.
—Pues la última vez que mentí para ayudarte, no tuviste problemas —sonrió.

Por un par de minutos les expliqué todo.
Traté de ser lo más convencible para que no me hicieran las millones de preguntas como lo sabían hacer.

Al final, todo fue como lo planeé. Mis amigas habían escuchado todo sin interrumpirme, sólo se limitaban a asentir. Por una parte eso era mejor a que me inundaran en preguntas.

—¿Y bien? —pregunté mientras miraba de una a otra.
—Bueno... —dijo Lina. En su rostro podía seguir viendo la impresión—. Esto es tan raro.
—¡Me encanta! —gritó Alicia. Al ver que todos la miraron, se inclinó para poder susurrarnos—. Me agrada que tú y el profe sean novios.
—Gracias —le sonreí y giré mi cabeza para ver a Lina—. ¿Y tú?

Lina me miró y no contestó.
Se puso de pie y por un momento llegué a pensar que se iría. Pero no fue así. Dio la vuelta para ver a donde estaba Camilo y gritó:

—¡Oye! —cuando Camilo dio la vuelta, Lina le hizo un gesto con la mano para que se acercara.

Camilo se puso de pie y con la cabeza baja, lentamente comenzó a caminar a nuestra mesa.
Se podría decir que estaba asustado, pero asustado de qué.

—¿Sí?
—Tome asiento —dijo educadamente—. ¿Qué tiene que decirnos?
—Primero que nada, que Mía no tuvo la culpa de mentirles; yo le dije que lo hiciera. Segundo, quiero que sepan que la amo —extendió su mano y tomó la mía.
—Eso es hermoso —suspiró Alicia mientras lentamente reposaba su mejilla en su mano derecha.
—¿Podremos hablarte de tú?
—Claro que sí —sonrió—. Sólo que en el instituto no.
—Muy bien. Entonces bienvenido a nuestro mundo —sonrió.
—¿Nuestro mundo? —pregunté.
—Sí.
—¿Qué mundo?
—No lo sé, se oía bien e interesante.

Al momento de ver que todos en la mesa rieron me sentí bien. Algo en mí se había ido o se había desvanecido.
Y sabía que todo comenzaría a ir como viento en popa.


—Me he llenado. Me siento como una ballena.
—Comiste mucho —dije mientras abrochaba el cinturón de seguridad.
—¿Cómo no comer? El saber que tú andas con Camilo me abrió el apetito —sonrió Lina.
—Lina tiene razón —sonrió—. Fue algo que no nos esperábamos.
—Ya no habrá secretos para que no coman como si la comida se fuese a extinguir.
—¿Quieren ir a un lugar en especial? —preguntó Camilo mientras encendía el auto.
—Sí. Al cine o...
—No —evité que Alicia siguiese hablando.
—¿Por qué no, Mía?
—Porque no —las miré por el retrovisor—. Además ya es tarde y le prometí a mi abuela que llegaría temprano.
—Pero son las cinco.
—Tengo que ayudar a Alex con una tarea.
—Pero...
—Pero nada.
—El fin de semana las llevaré al cine —sonrió Camilo—, no se preocupen.
—Esa voz me agrada, amigo —Lina le dio unos pequeños golpes a Camilo en su hombro.
—¿Veremos la película que queramos? —preguntó Alicia.—Sí, la que deseen.
—¡Genial! —sonrió—. Creo que no será tan malo en que Mía salga con el profe.
—Pienso lo mismo.
—Chicas —bufé.

Ambas sonrieron.

No sé si es amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora