¿Dijo que me quiere? ¡Él me quiere! Quería gritar pero me contuve.
Delicadamente jalé mi mano de la suya y bajé del auto.
—Me hace feliz saber que me quieres —sonreí y cerré la puerta para inclinarme en la ventanilla—. Y espero que tú también sea feliz porque yo te quiero.
No esperé una respuesta de su parte. Sólo dejé que sonriera y que abriera la boca para hablar... No dejé que me dijera nada y me fui corriendo a casa.
¿Qué abría dicho si hubiera dejado que hablara? ¿Me abría dicho que él también era feliz porque yo lo quiero?
No lo sé, pero espero que sí.
El parque quedaba a cuatro calles lejos de mi casa, así que no tuve que caminar tanto.
Antes de entrar a casa tomé aire y entré.
—Abuela, ya llegué —dejé la llave en el pequeño mueble que había a lado de la puerta.
—¡Mía! —gritó Alex mientras corría para abrazarme.
—¡Alex! —me puse de cuclillas y lo abracé—. ¿Dónde está la abuela?
—En el patio trasero.
—Bien —me paré—, voy a verla.
Dejé mi mochila en un sofá y caminé hacia la puerta para salir por el patio.
Al llegar a mi destino miré como mi abuela hablaba con una rosa, cosa que se me hizo extraño pero bueno, ella siempre hablaba con ese rosal. Al menos eso hacía desde que Alex y yo nos mudamos a su casa.
—¿Hablando de nuevo con las rosas? —me detuve a su lado y ella al verme sonrió.
—Mía —se puso de pie—, no me di cuenta de tu presencia.
—Llegué hace unos momentos y sabe que tengo ese “don”. Llegar y que no se den cuenta de mi presencia —asintió y sonrió—. Abue, ¿por qué siempre, cada tarde hablas con este rosal?
—Las flores escuchan, ¿lo sabías? —negué con la cabeza—. Pues ahora lo sabes. Además tu madre plantó este rosal y lo cuidó por años... Ahora quiero imaginar que cuando hablo con el rosal es como si hablara con tu madre.
—Eso es hermoso.
—Lo más hermoso es que aunque ella ya no esté conmigo me dejó lo más maravilloso. Ustedes, mis nietos.
—Te quiero abuela —le di un gran abrazo y besé su frente.
Por un momento pensé en decirle a mi abuela todo lo que había pasado con Camilo pero borré esa idea de mi mente; mi abuela no entendería que a mí me gustara mi profesor, ella rechazaría esa idea.
En la cena hablamos de como nos había ido en el día, cosa que siempre hacíamos.
Alex nos dijo que había hecho un nuevo amigo y que la maestra lo había felicitado por escribir bien su nombre. Pero lo que más llamó mi atención fue lo siguiente:
—Extraño a mi amigo Camilo. Ya no ha ido a verme. ¿Por qué no ha ido?
—Bueno —bajé mi tenedor—, no lo sé. Nos han dejado mucha tarea en el instituto, tal vez por eso no ha podido ir a verte.
—Espero vaya pronto, ya quiero jugar con él.
—Deberías invitar a tu amigo Camilo —me dijo mi abuela—, a lo que Alex me ha dicho se ve que es una excelente persona. Me gustaría conocerlo.
Al escuchar ese: «Me gustaría conocerlo», casi muero.
Para mi suerte no tenia nada de comida o bebida en mi boca o estoy segura que me hubiera ahogado.
—Le diré, abuela —sonreí y tomé mi vaso con jugo—. Yo invitare a Camilo.
¿Invitar a Camilo a mi casa?
No, simplemente eso NUNCA sucedería.
Recostada en mi cama me puse a pensar en todo lo sucedido en esta semana.
“Las clases extras” con Camilo, las largas platicas con él, esas risas pero sobre todo... esas dos horas observando sus hermosos ojos. Observándolo a él.
Después mis pensamientos dieron un giro y me hicieron recordar lo sucedido esta tarde...
»
—Te quiero mucho. De verdad te quiero.
—Yo también te quiero Mía. Te quiero de verdad.
«
—Me quiere —susurré y no pude evitar sonreír—. Café, me quiere.
Abracé mi almohada y me aferré a ella imaginando que ha quien abrazaba era él. Camilo.
El sábado a medio día, Alicia y Lina me hicieron una visita sorpresa. De hecho me impresionó tanto ver a las dos en la puerta de mi casa con una gran bolsa de comida chatarra.
—¡Hey! ¿Por qué no me avisaron que venían?
—Queríamos sorprenderte —dijo Alicia, sonriendo.
—Pues me han sorprendido —sonreí y me moví para darles paso—. Pasen y tomen asiento.
Estuvimos hablando por horas y aunque moría por decirles lo sucedido con Café evité contarles. No era la gran cosa como para que ellas lo supieran, al menos no ahora.
—¿Ya sabes que sucederá mañana? —preguntó Lina mientras se llevaba un dulce a la boca.
—¿Mañana? ¿Qué sucede?
—¡No puedo creer que no lo recuerdes! —exclamó Alicia.
—Chicas, si no recuerdo que desayuné hoy, ¿creen que recordare que sucede mañana?
—Mañana es cinco de octubre...
—¡Llega la feria! —Alicia gritó con felicidad.
—¡Es cierto! ¡La feria llega mañana!
Cada cinco de octubre llega una feria la cual se quedaba una semana completa en la ciudad. Nosotras tres siempre íbamos el primer y último día.
Esos días eran geniales junto a mis amigas.
—Iremos mañana en la noche, ¿verdad?
—No sé. No recordaba que día era mañana así que no le he pedido permiso a mi abuela.
—Aprovechemos que estamos aquí y le pedimos permiso.
—No creo que sea necesario. Ella nunca me ha negado una salida con ustedes.
—¿Entonces es seguro que iras con nosotras?
—Sí. Yo creo que sí.
Y como lo pensé. Mi abuela me dio permiso para ir a la feria con mis amigas, además algo me decía que ese día sería genial.
—¿Puedo ir contigo, Mía? —preguntó Alex.
—Lo siento Alex, pero ya será algo noche. No puedes ir.
—Pero Mía... me portare bien.
—Podemos ir el lunes en la tarde —mi pequeño hermano bajó la mirada. Sabía que le había roto el corazón, por así decirlo—. Alex, iremos el lunes, sólo tú y yo.
—¿Lo juras?
—Lo juro y recuerda que Mía Vega, nunca rompe un juramento.
Se levantó de su silla y corrió a abrazarme.
Un abrazo de Alex era lo mejor. Alex era como mi hijo.
Cuando se llegó la tarde del domingo, me di una ducha y envuelta en la toalla busqué en mi armario la ropa más apropiada para una noche en la feria con mis amigas.
—¿Qué me pongo? —bufé y me senté en el borde de la cama—. ¿Por qué es tan difícil arreglarse cuando eres mujer?
Sí, no era una chica vanidosa y de hecho no me gustaba maquillarme, pero algo dentro de mí decía que tenía que hacer un intento y arreglarme bien.
Contemplé toda la ropa que tenia en el suelo de mi habitación y ahí pude ver lo que me pondría para esa noche.—No me veo tan mal —susurré mientras me miraba en el espejo.
Lina y Alicia llegaron a mi casa antes de las ocho. Eran más puntuales que yo.
—Ustedes dos se han puesto de acuerdo ¿verdad? —dijo Alicia.
—No —sonreí—, es cosa del destino.
Lina y yo íbamos vestidas de la misma manera. Un short y una blusa anaranjada.
De hecho las tres vestíamos igual sólo que Alicia llevaba una blusa azul.
—Abuela, ya nos vamos.
—Vayan con cuidado y por favor no llegues tarde.
—Llegaré temprano.
—Me traes un algodón de azúcar —dijo Alex—. De color azul.
—Claro —sonreí—. Un algodón de azúcar de color azul para mi hermanito.
***
—¿Cuál será al primer juego que subiremos?
—No lo sé Alicia.
—¿Qué les parece si subimos a la rueda de la fortuna?
—Me parece bien —sonreí—. Vamos a la montaña rusa.
Y por más de una hora estuvimos subiendo a juegos. Parecíamos niñas pequeñas jugando y riendo.
—Me riendo —me detuve y me incline hacia abajo para poder tomar aire—. Ya no creo poder subir a otro juego.
—Oh, vamos Mía —Alicia se puso a mi lado y me tocó el hombro—. Los carritos chocones nos esperan.
—Suban ustedes dos, yo ya no puedo.
—Esperemos a que Mía se sienta mejor —dijo Lina.
—Bueno pero acompáñenme por un refresco.
Asentí y caminamos a uno de los puestos.
Cuando Alicia compró su refresco comenzamos a caminar por la feria.
—¿Qué tal estuvo tu semana de “clases extras” —preguntó Lina en forma burlesca.
—Normal.
—¿Sólo normal? ¿No sucedió algo entre ustedes?
—¿Qué quieres que te diga? Yo sólo leía o hacía crucigramas. Nada importante.
—En esa semana, ¿no le dijiste que lo amas?
—No lo amo, sólo me gusta.
—Mía, en tus ojos se nota que lo amas.
—Primero le abro la puerta a un testigo de Jehová a aceptar que lo amo.
—Mía...
—Dejemos de hablar de Café y mejor vayan y suban a los carros chocones. Yo las miró desde aquí.
Al principio no quisieron pero al final accedieron. Y ahí estaba yo, observando como chocaban entre si.
Sonreí al ver como Alicia le gritaba a un chico por haberle derramado soda a su carro, nada grave.
Algo dentro de mí dijo que mirara a mi derecha y sin pensarlo lo hice. Allí estaba él.
—¡Camilo! —le sonreí y caminé hacia él.
—Hola Mía.
—No pensaba encontrarlo por aquí.
—¿Por qué no? Porque sea profesor no significa que no pueda salir a divertirme —pude ver su sonrisa torcida. Esa sonrisa que paralizaría el corazón de cualquier chica.
—Tiene razón. Tiene derecho a divertirse.
—¿Vienes sola?
—No, vengo con Lina y Alicia sólo que ahora están en uno de los juegos —él asintió—. ¿Y tú vienes solo?
—Sí. Mi hermana me iba a acompañar pero al final no pudo.
—Que mal.
—¿Gustas un hotdog?
—Sí —asentí. No me importó que mi estomago gritara un NO.
Me olvidé por completo de mis amigas y de todo el mundo. Estaba con la persona que me gustaba.
Mientras comíamos los hotdog platicábamos de toda cosa que se nos ocurría. Era grandioso verlo ahí, conmigo.
—Tienes algo en la nariz.
—¿Aquí? —señalé con mi dedo a una parte de mi nariz.
—No, es aquí —con su mano retiró esa basurita que tenia.—Gracias.
—Por nada.
Y no sé lo que fue. Tal vez su contacto con mi piel o verlo a mi lado... pero no podía contener esas ganas. Así que di media vuelta y lo miré fijamente a los ojos.
—No sé si es amor. Pero lo parece —me puse de puntitas para poder alcanzar a Camilo.
Y ahí bajo los fuegos artificiales que comenzaban a encender el cielo... lo besé.
Yo lo había besado y él también me había besado.
Al separarnos, los dos teníamos cara de tontos y sonreímos.
Sin importarnos nada y sin ver a nadie nos volvimos a besar bajo los fuegos artificiales de la feria.
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No sé si es amor
Teen FictionCuando el amor es puro y verdadero lo que menos importa es la edad.