CAPÍTULO... 18.

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Traté de no llorar mientras corría por el pasillo, pero fue inútil.

Corrí lo más rápido que pude al baño y al estar dentro me encerré en el primer baño libre que encontré.
Recargué mi espalda en una de las paredes y me fui resbalando poco a poco. Al estar en el suelo llevé mis piernas junto a mi pecho y mientras las rodeaba con mis brazos, las lágrimas brotaron aun más y el dolor crecía sin parar.

No podía de dejar de pensar en aquellas palabras que me habían herido el corazón:

“Esto de ser novio de una de mis alumnas es una tontería, una perdida de tiempo. Es una estupidez”.

Di un grito y golpeé mi cabeza en la pared, no me importó el dolor. De hecho sabía que ningún dolor se compararía con el que Camilo me había hecho.

—Hola —dijo una persona al otro lado de la puerta—, ¿te encuentras bien?
—Sí —sequé mis ojos y traté de tranquilizarme.
—¿Segura? Puedo ayudarte si te encuentras...
—Gracias —la interrumpí—, pero estoy bien.

Quisiera estar bien pero sabía que no era así.


La chica seguía al otro lado de la puerta, podía ver sus zapatos y, quería grítale que se fuera, que me dejara llorar tranquila, pero me contuve y traté de contener mi llanto.

—Bueno... 
—¡Vete! —grité al ya no poder tolerar su presciencia y le di una patada a la puerta.

Escuché como la chica dio un bufido y salió del baño.
Al instante que de nuevo estuve completamente sola, volví a llorar.

¿Por qué me había dicho eso? ¿Por qué me había herido?
Quería respuestas a mis preguntas, deseaba que Camilo me diera una gran razón de su comportamiento; pero era evidente que ahora no podía hacer nada más que llorar.

Escuché como sonó la campana que indicaba que el receso había terminado, pero no hice caso, escondí mi cabeza entre mis piernas y seguí llorando.


No tenía idea de cuanto tiempo había transcurrido, tal vez ya había pasado una hora pues al momento en que ya no pude llorar más, me di cuenta que mis piernas estaban entumecidas.

Me puse de pie y con el dorso de mi mano sequé tontamente mis ojos. Al momento que creí que ya no tenía más seña de haber llorado —algo que era inútil, pues el rojo y la hinchazón de mis ojos no se desvanecería— di un hondo suspiro y tratando de no sollozar, salí.

Me sorprendí al ver a alguien dentro, recargada en la puerta.

—¿Estás llorando? —preguntó Lina, caminando hacia mí.
—No —volví a secar mis ojos con el dorso de mi mano—, lo que pasa es que mis ojos se cansaron de parpadear y están sudando.
—¿Qué sucede?
—Nada —caminé al lavabo para tomar agua entre mis manos y mojar mi cara.
—Te conozco, Mía. ¿Por qué lloras?
—Por nada.
—Lloras por Camilo ¿verdad?

Al momento de escuchar su nombre sentí algo horrible en mi estomago y en mi garganta. Mis ojos volvieron a arder y sabía que comenzaría a llorar.

—Sí... —mi voz se quebró y en ese instante las lágrimas comenzaron a brotar.
—Oh, Mía —se puso frente a mí y me pegó a su pecho.
—Él... Él no me quiere.
—¿Por qué dices eso? —dejó de abrazarme y se separó un poco de mí.
—Porque me lo dijo, piensa que todo esto fue una estupidez.
—Mía...
—Dijo que nunca debió ser mi novio y... —mi voz se quebró de nuevo.
—Es un estúpido —se acercó a mí y me volvió a abrazar.

Estuve otra hora llorando en el baño.


***


—Camilo es un imbécil —bufó Alicia al momento que dejó caer su mano a la mesa.

Cuando las clases habían terminado, Lina y Alicia me llevaron a una cafetería que se encontraba a dos cuadras de distancia del instituto; ahí me hicieron decirles todo lo que había sucedido.

Y al parecer ellas ya tenían una idea de lo que había sucedido.

Tengo que admitir que lloré más de tres veces pero trataba de controlar mis sentimientos, no quería que gente desconocida me viese llorar.

—Es más que eso —susurré.
—Camilo es un hijo de...
—Ya basta chicas —interrumpí a Lina—. Ya no hablen de él.
—Pero Mía...
—Me duele todo esto y... y ya no quiero hablar de él.
—Pequeña —Lina tomó mi mano y la acarició tiernamente—, no me gusta verte triste.
—A mí tampoco —dijo Alicia y de igual manera tomó mi otra mano libre.
—Estamos aquí para ti, ¿verdad Alicia?
—Claro —sonrió—. Recuerda que tú eres la pieza más fuerte de las tres...
—Y si tú te derrumbas...

Lina no terminó la frase y ahí me di cuenta que era mi turno de terminarla, así que sequé mis ojos y dije:

—La pirámide se cae.

Ambas asintieron y se pusieron de pie para después abrazarme y susurrar a mi oído un: “Eres más fuerte de lo que crees”.

Ellas siempre sabían como hacerme sentir bien.

No sé si es amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora