CAPÍTULO... o3.

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—¿Yo? Nada.
—Ese jugo sabía asqueroso —su rostro estaba rojo.
—Mmm... Tal vez fue el jugo de chile en vinagre. Es un nuevo sabor de jugo —sonreí—. Jugo de manzana picante.
—Ve a dirección.
—Nop, la clase ya termino —sonreí y salí del aula.


Caminé rápidamente hacía la salida, con una gran sonrisa en mi rostro. Fue divertido ver la expresión del maestro de literatura, espero y con esto entienda que conmigo nadie se mete.
Tome la barrita de fresa que tenía en mi mochila y la comí mientras caminaba al preescolar para recoger a Alex.
Al llegar, Alex estaba sentado en una pequeña banca, esperando a que llegara por él.


—¡Mía! —gritó y corrió hacía mí.
—¡Alex! —lo abracé—. ¿Qué tal tu día?
—Mi día fue estupendo —dijo con esa voz llena de alegría al igual que su rostro—. La profesora me felicito porque dije los números hasta el diez.
—Que inteligente —con mi mano desarregle su cabello.
—Y me dio una paleta —sacó la paleta de su lonchera.
—Quiero paleta.
—Nop, es mía.
—Yo no soy tu paleta —sonreí.
—Dije la paleta es mía de mí. No que eres tú.
—Ah... Pero dame paleta.
—No.
—Sí.
—Es mía no tuya —comenzó a correr.
—Ven aquí pequeñito. Esa paleta sera mía —sonreí y corrí tras él.


Llegando a casa, mi abuela ya tenía todo listo para comer. Alex y yo corrimos a lavarnos la mano y después regresamos a la mesa. Como siempre hablamos de nuestro día y fue obvio que no le dije nada de mi pequeña travesura a Camilo.
En la noche, mientras estaba acostada en mi cama, mirando hacía el techo. Me puse a pensar en todo, en lo que había hecho. Camilo, no merecía que le hubiera hecho esa broma, pero... espera. Él me había hecho quedar mal frente a mis compañeros, me había hecho enojar y eso merecía una venganza. Mientras pensaba en todo, me quede dormida.
Camilo, no nos dio clases los dos últimos días. Unos decían que era porque estaba enfermo, otros decían que había salido de viaje. No sabía que era verdad y para ser sincera no me importaba saber, mientras no fuera al instituto sería mucho mejor.


—¿Mía, iremos al parque? —pregunto Alex, entrando a mi habitación.
—No lo creo Alex.
—Pero tú me lo prometiste.
—Lo sé, Alex. Pero no contaba con que me dejaran mil tareas.
—Esta bien —susurró y caminó hacía la puerta.
—Alex... Pon algo en tu cabeza que te cubra del sol y dame sólo veinte minutos y vamos al parque.
—¡Sí! —gritó y corrió hacía mí para abrazarme—. Gracias hermanita, te quiero mucho.
—Te quiero más. También pregúntale a la abuela si quiere ir.


Después de veinte minutos, mi abuela, Alex y yo; salimos al parque, no quedaba tan lejos de casa así que nos fuimos caminando. En el parque jugué con Alex, corrimos por todas partes hasta cansarnos. A pesar de los golpes que obtuve por jugar fútbol, fue un día magnifico. Cuando regresamos a casa, me di una ducha y bajé a cenar con mi familia.
Domingo, el último día de descanso para después regresar a clases. Como típico domingo, era aburrido y mi abuela ni mi hermano estaban en casa; así que con un bol de palomitas y mi refresco miré películas. Era divertido estar sola en casa y estar en pijama.
Mi abuela y Alex llegaron un poco tarde así que yo, ya había cenado. Me fui a preparar mis cosas para el día siguiente y dormir.


—Pensé que no vendrías —dijo Lina, poniéndose de pie.
—¿Por qué no vendría? Es lunes y sabes que siempre vengo a clases a menos que haya un apocalipsis zombie.
—Los zombies no existen.
—Claro que sí —deje mi mochila en mi asiento—. Tengo un zombie de mascota.
—No tienes mascota. He ido a tu casa y no tienes nada de animales.
—Es porque cuando tú vas a mi casa, él va a la tuya y come a tus mascotas —sonreí.
—Mientes.
—Hablo en serio. ¿Recuerdas a Chucho, tu cachorro? —Lina asintió—. Bueno, mi zombie lo comió, por eso no lo encontraron.
—Mía...
—Es mentira. No tengo zombie, así que no me odies por la muerte de Chucho.
—Me haz hecho dudar.
—Lina, ¿no crees que si tuviera un zombie, además de estar loca ya me hubiera comido?
—¡Chicas, chicas! —giramos para ver y era Alicia, corriendo y gritando a la vez, mientras iba hacía nosotras.
—Que linda, esta feliz de vernos —dije burlonamente y sonreí.
—El guapo... —habló cuando ya estaba frente a nosotras. No podía hablar bien ya que se le dificultaba respirar. Era probable que corrió desde muy lejos—, el guapo...
—¿El guapo? —miré de Alicia a Lina—. ¿Qué guapo?
—El guapo es el maestro de literatura.
—Niñas comprendan, no esta guapo.
—Sí lo esta —dijo Lina—. ¿Qué pasa con el guapo?
—Hoy si nos dará clase y dijeron que casi muere, por eso no vino jueves ni viernes.
—¿Casi muere? —pregunté rápidamente—. ¿Por qué?
—No lo sé. Fue lo único que oí.
—¿Pero esta bien?
—Te estas preocupando mucho, Mía. ¿No crees? —dijo Lina.
—Sólo tengo duda.


Las clases comenzaron, mi día en el instituto iba normal. En el receso nos enteramos gracias a Alicia, que no tendríamos la clase de álgebra; así que tendríamos una hora libre. Cuando termino el receso, unos minutos más tarde regresamos al aula, en mis manos llevaba una rebanada de pastel de chocolate, platicaba con Lina y Alicia. Cruzamos la puerta y en ese momento un compañero que se encontraba en la puerta, hablo...


—Adiós guapa —lo ignoramos. Era probable que le hablara a otra chica—. Te hablo a ti, la de las piernas bonitas, la castaña de suéter azul...


Lo quise ignorar, no me importaba que dijeran que era guapa o que mis piernas eran bonitas. Pero dijo unas palabras que no pude soportar... «Me gusta como las mueves princesa» En ese momento, sin pensar en lo que haría; giré a toda velocidad y le aventé mi rebanada de pastel. Pero en el momento que hice volar mi pastel me quede pálida.


—Mía... A dirección —habló mientras retiraba el pastel de su cara.
—Profesor no fue mi intensión. El pastel iba directo para Alfredo no para usted.
—¡A dirección!
—Pero...
—Ahora y ustedes comiencen a leer el libro.


Salí del aula, Camilo tras de mí. Podía escuchar como maldecía en voz baja. Sentía un nudo en mi estomago, no era justo que fuera yo quien seria castigada en vez de Alfredo. Estaba pálida y helada, me detuve y giré para verlo.


—Lavare su traje y me portare mejor, pero no me lleve a dirección.
—Tienes que recibir un castigo. Así que camina.
—Por favor, yo no planeaba que mi pastel cayera sobre usted.
—Pero si planeaste matarme.
—¿Matarlo?
—Soy alérgico al picante. En el momento que bebí del jugo que me regalaste, estaba matándome.
—Yo no sabía.
—Las cosas se piensan antes de actuar.
—Quería vengarme, me hizo quedar mal frente a mis compañeros.
—Pues ahora viene mi venganza. Y sera ir a dirección y recibir tu castigo.
—No fue mi intención, no quería hacer nada de esto.


Camilo, me miró a los ojos y sonrió. Caminó hacía mí y me tocó del hombro.


—Regresa al aula y comienza a leer.
—¿No me llevara a dirección?
—No —negó con la cabeza—. Pero quiero que sea la última vez.


Le di una pequeña sonrisa y me fui corriendo. Al entrar al aula todos me miraron, le di una mirada de odio a Alfredo y me senté en mi lugar. Lina y Alicia comenzaron a hacerme preguntas pero les mostraba mi libro y sonreía, era una forma de decir «dejen de hablar y déjenme leer»
Camilo regresó, su cara ya no estaba llena de pastel y su traje... bueno su traje se miraba más decente. Comenzamos a hablar de lo que habíamos leído y lo que entendimos. La clase no fue tan aburrida, cuando termino todos salieron del aula; él se quedo sentado en el escritorio. Caminé hacía él y hablé...


—Gracias por no haberme llevado a dirección —sonreí y salí corriendo detrás de mis amigas.
—¿Reporte, citatorio o suspensión? —preguntó Lina.
—Ni reporte ni citatorio, no me enviaron nada.
—¿Por qué?
—Todos en el instituto me aman —sonreí.
—Es en serio, ¿que te enviaron?
—Nada. Me la dejo pasar esta vez.
—Que lindo es Camilo —habló Alicia.
—¿Lindo? —la miré—, él no es lindo.
—Claro que lo es.
—No pienso pelear por algo tonto —sonreí y me fui al baño.


Tuvimos la última clase, como era la última; era la menos importante pero aun así traté de poner la mayor atención posible.
Cuando llegue por mi pequeño hermano, pude ver que estaba junto a otros niños; todos lo rodeaban y sonreían. Al mirarme sonrió, guardo algo en su pequeña mochila y corrió hacía mí, tome su mano y caminamos hacía la parada del autobús. Al llegar a casa saludamos a mi abuela y subimos a dejar todo en nuestras habitaciones para después comer. En la mesa hicimos nuestra rutina de siempre, que constaba de hablar de nuestro día. Después de ayudar a mi abuela con los trastes y la cocina subí a mi habitación para hacer mi tarea. Dos horas valiosas de mi tiempo se fueron en la tarea, al terminar salí de mi habitación y comencé a caminar por el pasillo hacía las escaleras. Me detuve al escuchar voces y risas en la habitación de Alex, abrí la puerta y entré.


—Alex, ¿qué haces?
—Estoy jugando con mis juguetes nuevos —giró hacía mí con una gran sonrisa. Ahí pude ver los juguetes. Eran pequeños muñecos de plásticos, todos con su ropa de colores.
—¿Juguetes nuevos? —caminé hacía la cama y me senté—. ¿Mi abuela te los compro? —sujeté uno de los muñecos.
—No.
—¿No? ¿De dónde los tomaste? Sabes que no tienes que tomar nada que no sea tuyo.
—Ya lo sé. Pero me los regalo mi nuevo amigo, Camilo —en esas últimas palabras sonrió.


No dije nada, sólo deje el muñeco en la cama y caminé hacía la puerta. Giré para ver a Alex, jugando y sonriendo con sus muñecos nuevos, se veía muy feliz pero no podía tener esos juguetes que venían de mi enemigo numero uno.
La mañana del día siguiente, antes de irme al instituto; entré sin hacer ruido a la habitación de Alex y tome todos los muñecos, le di un pequeño beso en la frente y salí. Metí esos muñecos en mi mochila y me fui al instituto.
Corría por el pasillo directamente a mi aula, cinco minutos tarde. Pero yo no tenía la culpa, el culpable era el chófer del autobús. Cuando estuve frente a el aula veinticuatro tome aire y llamé a la puerta, era probable que me dejaran entrar a la clase como también era probable que no. La puerta se abrió y en ese momento maldije el haber perdido mi horario.


—¿Puedo pasar?
—¿Por qué llega tarde?
—El autobús paso tarde y había mucho trafico.
—Pudo levantarse más temprano y así no llegaría tarde.
—Es la primera vez que llego tarde y es más me retrasé con cinco minutos.
—La clase comenzó hace cinco minutos, así que ya no puede pasar.
—Pero...


Y me cerró la puerta en la cara. Quise abrir la puerta y golpearlo, pero tome aire y caminé hacía la cafetería. Ahí me quedé esperando a que pasaran las dos horas. Faltaban diez minutos cuando decidí regresar, hice mi última compra y me fui. Me apoyé en la pared y miré como salían mis compañeros. En ese momento entré al salón y me detuve frente al escritorio de Camilo.


—Odio que me cierren la puerta en la cara, odio que me dejen hablando sola y lo odio a usted.
—Llegue más temprano y no me importa si me odia o no.
—No quiero... —abrí mi mochila y tiré los muñecos en el escritorio—, no quiero que le regale nada a Alex.
—Es un niño y pensé...
—No me importa lo que piense, no se acerque a él o diré que lo acosa.
—Señorita Mía...
—Ah... Olvidaba algo —metí mi mano a mi bolsillo y le aventé lo que tenía en mi mano.
—¡Señorita Vega! —gritó una voz de mujer. Giré y miré que era la prefecta Carmen.
—Yo... —limpie mis manos en mi ropa.
—Acompáñeme a la dirección.
—Pero...
—¡Ahora!


Caminé lentamente detrás de la prefecta mientras limpiaba mis manos del resto del polvo de gis. Podía escuchar los susurros de los alumnos que habían en el pasillo, traté de ignorarlos. Al llegar a dirección me dijeron que tomara asiento mientras la directora se desocupaba. La prefecta me hizo una seña para que entrara. Dentro la directora estaba sentada detrás de su escritorio, movió su mano para que me sentara.


—¿Sabes qué lo que has hecho es una falta de respeto? —asentí—. Y en este instituto no sé toleran las faltas de respeto.
—Lo sé, pero...
—Guarde silencio señorita Vega. Su acción merece una suspensión permanente.
—No me puede correr, es el último año y...
—Puedo hacerlo. Soy la directora... —no termino de hablar ya que en ese momento la puerta se abrió—. Maestro Acosta.
—Disculpe directora pero tengo que hablar con usted.
—Estoy ocupada.
—Es urgente.
—Muy bien. Señorita Vega, espere afuera.


Asentí y antes de salir miré a Camilo, él cual seguía sucio de gis. Tome asiento en una de las sillas que estaban fuera de la dirección. Pasaron los minutos y no me llamaban, ¿a caso se estaban poniendo de acuerdo para decir en una ceremonia que estaba fuera de la escuela? Mi abuela me matará cuando se entere que no estudiare este año.
La puerta se abrió y salio Camilo, caminó hacía mí con una gran sonrisa. Claro, estaba feliz porque ya no me vería y descansaría de mis maldades.


—Puedes retirarte.
—¿Tengo que pasar por mis documentos ahora o mañana? —pregunté en voz baja, quería llorar.
—No.
—No, ¿qué?
—Que vayas a tu salón y estés tranquila, no te van a dar de baja del instituto —comenzó a caminar. Yo me quedé ahí de pie, razonando sus palabras. Corrí tras él.
—¿Usted la convenció? —hablé tras él. Se detuvo y giró para verme.
—Así es. Le dije que todo fue un accidente, así que dejo que te quedaras.
—Gracias —susurré bajando la cabeza—. Gracias por ayudarme.
—Por nada. Ahora ve a tu salón y pórtate bien.
—Lo haré —comencé a caminar, pero me detuve en cuanto Camilo hablo.
—Llévale a Alex estos juguetes —extendió una pequeña bolsa hacía mí—. Haz que tu hermano sea feliz.
—¿Cómo sabe que es mi hermano?
—Él me lo dijo.
—¿Qué más le dijo?
—Sólo eso. Regresa los juguetes a su dueño —sonrió.
—Gracias —tome la bolsa—. Y por favor ya no le de nada a Alex.


El resto de las clases fue un poco incomodo ya que todos me preguntaban cosas tontas, como... ¿Hoy es tu último día en la escuela? ¿Te suspendieron? ¿Ya no te aceptaran en otra escuela? Entre más preguntas tontas. Lina y Alicia, no podían creer que después de todo ni un reporte me hubieran enviado; pero bueno creo que la suerte estaba conmigo.
En el jardín de infantes, Alex estaba sentado, la cabeza hacía abajo; se notaba que estaba triste. Caminé hacía él y me senté a su lado.


—¡Hey! ¿Qué te pasa, Alex?
—Estoy triste —susurró. En el momento que alzó la cabeza pude ver que estaba llorando.
—¿Por qué estas triste? —lo abracé—. ¿Por qué lloras?
—No encontré los muñecos que me dio mi nuevo amigo.
—No los encontraste porque los tengo yo.
—¿Tú los tienes?
—Sí —le sonreí—. Me gustaron mucho tus juguetes y quise mostrarlos a mis amigas —mentí y le entregue los muñecos.
—¿De verdad? ¿Qué dijeron de mis juguetes nuevos?
—Que eran hermosos —en ese momento su rostro se ilumino—, querían que se los regalara pero les dije eran tuyos.
—Pueden ir a casa para jugar conmigo —se puso de pie y guardo sus juguetes.
—Se los diré.


Los días pasaron y en el instituto trataba de comportarme lo mejor posible. No quería que ahora sí me fueran a suspender definitivamente. En la clase de Camilo, trataba de que mi lado malo desapareciera pero era más fuerte que yo, así que mis travesuras seguían y las puedo en listar:
Uno: Jugo de manzana con picante(chile en vinagre).
Dos: Polvo de gis en todo su rostro, cabello y traje.
Tres: La pata de su silla rota.
Cuatro: Escribir en el pizarrón que era un maestro aburrido.
Cinco: Esconder su maletín en el baño de niñas.
Seis: Organizar una mini fiesta en su clase.
Siete: Ponchar una llanta de su auto.
Ocho: Escribir en las ventanillas de su auto que era guapo y que lo quería(cosa que es mentira).
En fin, le he hecho desde travesuras piadosas hasta las más “malas”, pero aun así él no me castiga. Aunque Camilo se vengaba; por cada travesura que le hacía, él me dejaba más tarea.


—Ya que hemos terminado la lectura quiero que todos me den su opinión. De mi parte, puedo decir que los soldados no me agradan. Creo que no ayudan mucho al país...
—Se equivoca —grité y me puse de pie—. Ellos son enviados a las guerras y dan la vida por todos nosotros —sentí como brotaban mis lagrimas.
—Mía...
—Usted no sabe lo que ellos tienen que dejar por ir a luchar contra algo que no han provocado. No sabe lo que piensan, no sabe si regresan con vida o muertos.
—Sólo di una opinión y...


Sin dejar que terminara de hablar, salí corriendo y me fui a llorar a el lugar más lejano del instituto. Ahí deje salir un grito y me rompí en llanto. No me pareció agradable lo que había dicho. Mi padre fue un soldado y él lucho por tantas personas que no merecían nada. ¿Y qué recibió a cambio? Su propia muerte.

No sé si es amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora