Capítulo 8

266 16 0
                                    

N/A: Infinitas gracias por leer... y especialmente por sus comentarios.

Espero les guste..

Ningun personaje es mio...



.
-Señor Richard, ¿a donde desea que les lleve? -, cuestiono Peter con absoluta seriedad.

-la Señorita Beckett ha tenido un largo día, me ha dicho que está cansada así que primeramente la acercaremos a su apartamento-, suspire con Lucy hundida en mi hombro.

Los sollozos de mi abogada enrarecían el mortal silencio del coche. Nadie parecía querer decir algo como si el mínimo sonido aparte de los gimoteos de "campanita" estuviera prohibido por alguna ley que de impartición autoritaria. La publicista miraba por la ventanilla, ajena, altiva, incorrupta por los acontecimientos en "La Fiesta". Peter y ella estaban bajo el resguardo de su "profesionalismo", no sé si eso me agradaba o no, pero a Lucy parecía reconfortarle.

-Gracias de nuevo por aceptar acompañarme, y lamento, no sabe cuan avergonzado estoy por la escenita-, le dije al llegar a su edificio mientras Pitt rodeaba el coche para abrirle la portezuela.

-Señorita Beckett-, jadeo Lucy despegando la cara de mi brazo. - siento mucho que... -, sacudió la cabeza ordenando sus ideas. -...no quiero que se haga una mala impresión de mí,

-mal día, lo entiendo, no se preocupe, lo que pasa en "La Fiesta"...

-Se queda en "La Fiesta" -, Lucy sonrió sin humor

Peter por fin abría la puerta. Lucy ya había sepultado de nuevo la nariz en mi brazo, escondiéndose, encerrando el dolor de la traición que la avergonzaba sentir. Y la señorita Beckett parecía que no se quisiera bajar. La mirada perdida que me dirigió se clavaba en la garganta. ¿Esperaba que la detuviera?, imposible, así que enmudecí.

-Seguro que no necesita que los acompañe-, dijo en un tono agudo como si las palabras le rasparan y hubiera tenido que reunir todo el valor posible para pronunciarles.

-No estaremos bien-, dije calmado al sentir el apretón que Lucy le dio al brazo del que se aferraba.

¡Auch!, eso define la mañana del sábado. Un embotellamiento de wisky me desordenaba. De verdad lo golpee, sí que le di un buen puñetazo a ese cretino de Mark, me sentí tan bien, solo temo no haber asustado a la Señorita Beckett. Mi publicista, luego de dejarla me lleve a Lucy de juerga, Mark no merecía una sola más de sus lágrimas. Kate, ¿Debería llamarle? No ni pensarlo. Que le diría. Seguramente no habría dicho ni hola cuando ella ya me estaría colgando. El lunes, a su oficina, mucho más profesional. El lunes, la llamaría el lunes, para poder ver las gotas de lluvia resbalar por la ventana, para escuchar su voz pero con cualquier otra nimiedad de cariz profesional.

- ¡Papi!-, saltaba un remolino sobre mi espalda. - es sábado lo prometiste-, exigió sacudiéndome por los hombros. -vamos, levántate es tarde-, intentaba hacerme rodar.

-Ya voy, ya voy-, farfullé contra la almohada.

Creí haberme quedado dormido de nuevo porque ya no oía los ruegos de Alexis sin embargo una lejana risilla que auguraba alguna travesura se convencía de lo contrario.

-Lo siento papá pero tú me has dado permiso-, reía mi hija al tiempo de empaparme la cara con un atomizador.

-Arg-, gruñí levantándome y envolviendo con la manta a Alexis que chillo sorprendida rebulléndose entre mis brazos como si el mounstro de la laguna acabara de atraparla. -Bien ya estoy despierto, ahora ve a desayunar en lo que me doy una ducha-

Le prometí seguir todo su itinerario del fin de semana padre e hija. Era agotador, más que cualquier juerga. Parques, teatro, cine, museos, restaurantes, heladerías, centros comerciales, videojuegos, ayudarle con el proyecto de ciencias. Termine dormido con sus deberes pegados en mi cara y tuvimos que repetirlos.

La PublicistaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora