Capítulo 19

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La profesora Smith desliza el examen sobre mi pupitre y me fulmina con una ceja casi al final de su frente.

Volteo la hoja y sonrío.

No tuve ni tiempo para estudiar, pero esto esta tan fácil que no bajara mi perfecto promedio.

Lleno las respuestas una por una y cada cierto tiempo Giovanni patea mi silla en busca de respuestas, que yo jamás le daré. No soy de esas personas.

Reviso por última vez mi ya completo examen y lo dejo sobre el escritorio de Smith. Regreso a mi sitio sonriendo y todos en el salón voltean a verme, en especial Terry.

Poco a poco todos van entregando el examen. Primero Yumiko, luego Candace, Yago y Hugo.

Terry parece estar sufriendo. Cada cierto rato volteo a verlo y me sorprende con su mirada.

—¡Beatriz! ¿Acaso no te diste cuenta de que te estaba llamando?— frunce el ceño con los dedos enredados en su melena dorada.

—No, perdón.— miento y miro al suelo.

Casi cuatro años y todavía no me conoce, es decepcionante.

—Estoy muy enojado contigo.

—Señor Heredia, respete que aún hay gente haciendo el examen. Cierre la boca.

Giovanni levanta las manos y cierra sus labios con una llave imaginaria.

—¿Por que estas molesto?— pregunto casi inaudible mientras evito volver a chocar mirada con mi rarito favorito.

—¿Porque? ¿En serio lo preguntas? Parece que estos cuatro años no sirvieron, no me conoces.

Lo mismo digo, príncipe rizos de oro.

—Señor Heredia.— regaña la anciana con los lentes al final de su enorme y encorvada nariz.

—Lo lamento.— sonríe y cuando la bruja se distrae continúa.— No te entiendo, la verdad que no.

—No se de que me hablas, Amor.

—No me digas Amor ahorita ¿Okay?

—¡Giovanni! ¡Se claro por favor!

—Me molesta que te vayas de crucero con el rarito. ¿Tu amigo? En serio no lo sabía.

Volteo a ver al castaño y su mirada me intimida una vez más.

Estoy entre la espada y la pared.

—Vamos, ahora dime tu excusa.

—No somos amigos. Es solo algo que dije porque su padre estaba ahí, no arriesgaré mis puntos ganados por un rarito.

Terry me debe estar odiando.

— Bien. Aún así no quiero que hables con el en todo el viaje, si lo haces...— pasa sus dedos por su cuello y luego se tira al suelo.

—¡Heredia, levántese del suelo!— grita Smith dejando sordo a toda persona que este hasta a cuarenta kilometros de distancia.

Mi novio salta del suelo riendo y toma asiento en su pequeña silleta. Arrastra la misma hacia mí y clava su mano derecha  en mi muslo izquierdo.

—¿Entendiste mi muñequita?— ríe y luego besa mi mejilla.

Odio que me diga muñequita, hasta prefiero Barbie.

El sonoro timbre irrumpe el silencio y se escuchan quejidos de gente que no pudo terminar el examen.

—¿Vamos juntos al comedor, princesita?— pregunta el rubio con una mano extendida frente a mí.

100 maneras de detener el tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora