Capítulo 4

120 6 0
                                    



Puro silencio.

Todas durmiendo como angelitos,
menos yo.

Yo solo pienso. En nada en especial, o tal vez si. Hay algo muy extraño en todo esto. Y no hablo del hecho de que estoy en el mejor campamento de verano de todo el puto mundo, son vacaciones y estoy despierta a las seis de la mañana, y tampoco hablo de que acabo de decir una palabrota, cosa que yo jamás hago. Hablo, de lo que siento.

¿Porque la vida será tan mala con unos y tan generosa con otros?

Okay, si estoy hablando de ese chico extraño de el restaurante. Es solo que por alguna razón quedo muy grabado en mi mente. Podría jurar que al verlo sentí que algo grande había comenzado, algo nuevo, algo diferente.

—Pensando en el chico de nuevo, Beatriz.

¿Acabo de decir algo de lo que pensaba? Podría jurar ante Diosito que no.

—Vamos, no finjas que estas durmiendo. Hasta acá llega ese peculiar olor a miedo de que te hayan descubierto —se carcajea.

Oigo como suenan los resortes de su colchón. A los pocos segundos veo caer una sarta de pelos oscuros y una carita risueña.

—Ya entendí porque te gusta dormir en la cama de arriba, Ximena Valle.

—No has respondido a mi pregunta rayita afirmación.

—Baja la voz ¿quieres? Despertarás a las chicas.

—Para de excusarte, Beatriz.

—No es así.

—Las chicas duermen en otro cuarto, cual es tu defensa a eso.

Maldita sea.
¿Un momento otra palabrota?

—El que caya otorga, amiga—ríe y de un brinco baja a mi cama—Ahora, la pregunta es: ¿Donde queda nuestro apuesto ,rayita fuerte ,rayita tierno rayita capitán del equipo de Futbol Giovanni Heredia?

—Dos cosas, la primera: No estaba pensando en ningún chico raro. Y la segunda: Sigo un poco enojada con Giovanni así que ni me lo nombres.

—Como digas.

Camina por la puerta y al cabo de unos segundos desaparece.

Se escuchan ruidos y voces por todas partes y supongo que son las chicas.

Trato de rescatar mi nube de pensamientos en la que estaba sometida antes de que Ximena interrumpa pero es imposible. Se ha ido.

Tomo un gran bocado de aire y me dedico a intentar pararme de la cama. Me rindo luego de muchos intentos.

—¡Ey, Bea!—se oye desde el otro lado de la ventana.—Beatriz, soy yo.

Me paro de una y me acerco a la ventana para mirar que sucede.

—¿Giovanni?

—Si, soy yo—hace unos gestos de fastidio.

—¿Que haces aquí?

—¿Como que que hago aquí? ¿Crees que un par de días bastan para que olvide a mi princesita?

—¡Beatriz! ¡Ya ven a desayunar tonta!

Creo que no es buen momento para reconocer los potentes pulmones de Ximena.

—debo irme, Giovanni.

—Ya oí, solo dame cinco minutos.

¿Como decirle que no a esos ojos color cielo?

100 maneras de detener el tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora