Capítulo 30

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Caminamos de la mano por un prado repleto de rosas. Sus manos cálidas, su sonrisa, su mirada son solo accesorios que hacen esta escena perfecta.

Es un sueño, lo sé. No es como los que el suele poner en mi cabeza, es un sueño producido por mi propio cerebro, esta clarísimo: realmente lo extraño mucho.

—¡Despierta!— dice con la voz algo alta.

Empuja mis brazos un par de veces intentando despertarme.

¿Terry?

—Vamos, no quiero que me vean aquí.

Entre abro los ojos y veo unos enormes ojos miel frente a mí.

Lastima, no es mi rarito.

Sobo mis ojos e intento levantarme.

—¿Damián? ¿Que haces aquí? ¿Acaso estas loco?

—Solo quería despertarte, muñeca— dice, se para y coloca sus manos en los bolsillos del pantalón negro que lleva—Quería verte despertar.

¿Que?

—Debes irte.

—¿Puedo ayudarte a cambiarte?— arquea una ceja de manera "sexy"

Señalo la puerta y sin decir una sola palabra más él sale de mi cuarto.

¿Que demonios le sucede? Interrumpe un hermoso sueño junto a Terry por sus ridiculeces.

Cuando ya lista bajo con mucha velocidad las escaleras y me encuentro con lo que se podría llamar "el desayuno familiar" o mejor dicho: el desayuno funeral, ya que mis padres parecen odiarse cada instante más.

—Ya basta, Gerardo, déjame en paz— dice mi madre de pronto.

Pico mi cubito de queso fresco y lo llevo a mi boca.

—No en frente de la niña, por favor.

—Ella es tu hija— grita y acomoda los pelos que se le han ido en el rostro por tantos movimientos bruscos—, ella es la que sufrirá al no tener comida.

¿No tener comida? Esto cada vez me asusta más. ¿Que acaso somos pobres?

—Es solo un error del banco Marcela, de todos modos no lo perdimos todo.

—El ochenta por ciento, con eso no nos alcanza ni para el pan.

—¡Silencio mujer!— grita mi padre histérico.

Un grupo de venas resaltan por su cuello y su rostro se torna rojo. Provoca sonidos molestos al chocar sus dientes entre si y por último sale de la habitación muy molesto.

—Damián, lleva a Beatriz a la escuela ahora— ordena finalmente mi madre mientras acaricia los laterales de su frente esperando eliminar la migraña.

Sigo al conductor hasta el auto y me monto en el asiento trasero para evitar más momentos de debilidad junto al señor de los ojos miel.

—Me haces sentir fatal— dice —, te sientas en la parte trasera en el único instante en que podemos besarnos con tranquilidad.

Creo que él no ha entendido nada.

—Sabes yo...yo... Damián, yo no creo que esto...

100 maneras de detener el tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora