Albus, con Scorpius de la mano, recorrió con sigilo el castillo y sus jardines hasta llegar a los invernaderos. Allí le aclaró a su amigo: -Vinimos a buscar pasiflora. Sabes dónde está, ¿no es cierto?
-Claro que sí.
Caminaron en silencio por los pasillos entre los almácigos. Hasta que Scorpius se detuvo frente a una mata de fresas radiantes y arrancó una.
- ¡No las toques!- gritó Albus. Pero ya era tarde. Las aparentemente inofensivas fresas habían enredado a su amigo en un ovillo verde.
- ¡Relashio!- vociferó Albus. Pero la planta seguía apretando firmemente a Scorpius, cuya cara se veía algo azul.
Albus trató de recordar. Sabía que no le serviría ningún hechizo. Neville se los había explicado en cuarto año, cuando estudiaban frutales mágicos. Las fresas radiantes eran susceptibles y muy buenas... cantantes. Albus se aclaró la garganta y comenzó a tararear una melodía de Celestina Warbeck, la cantante preferida de la abuela Molly.
Poco a poco, los zarcillos de la planta de fresas soltaron a su amigo que cayó inconciente al piso.
La puerta del invernadero se abrió de par en par, mostrando a Neville, o mejor dicho, el profesor Longbottom, la varita en alto denotando un leve temblor que contrastaba con su expresión decidida.
- ¡Albus!- exclamó con sobresalto, que se convirtió en pánico al ver a Scorpius en el suelo.- ¡Por Dumbledore! ¡¿Qué le pasó a Malfoy?!
Con un delicado movimiento levantó al chico del piso y empezó a caminar hacia el castillo, rumbo a la enfermería, mientras escuchaba la absurda explicación de Albus: que habían entrado a buscar pasiflora para té y Scorpius había confundido las frescas radiantes con su versión muggle, había arrancado un fruto y ellas lo habían atacado.
- Fue algo bastante tonto, Albus - Albus se estremeció, esperando la reprimenda. Pero su miedo fue injustificado: -La próxima vez, pasa por mi despacho y te daré la hierbas que necesitas.
Así dejó a un inconciente Scorpius y un afligido Albus en manos de Madame Pomfrey.
