Albus no podía sino sentirse algo desilusionado esa noche. Su lechuza había regresado sin respuesta.
Eran las dos de la mañana cuando logró dormirse, tratando aún de vislumbrar la silueta de Antares contra el cielo nocturno. Por eso despertó sobresaltado poco después, al oír los suaves golpes en su ventana.
Del otro lado del cristal, envuelto en una pesada capa de piel, con una sonrisa más brillante que el hielo, estaba Scorpius sobre su escoba.
Albus corrió a abrirle. Scorpius entró con cautela y lo abrazó con fuerza.
Albus comenzó a decir algo pero entonces sintió los labios de Scorpius sobre los suyos y perdió la voz, la coherencia y el sentido de la orientación. Nunca supo cuánto tiempo estuvieron allí enredados en ese beso, hasta que una ráfaga de viento helado los devolvió a la realidad.
- Tengo que irme antes de que papá inicie una búsqueda con aurores- explicó Scorpius, alejándose apenas.- Pero tuve la impresión de que no serían suficientes las palabras para responder a tu carta.
Albus soltó una risita: -Entonces debemos registrar este día en el calendario: el día en que Scorpius Hyperion Malfoy se quedó sin palabras.
Scorpius volvió a besarlo, caminando lentamente hacia la ventana.
Antes de subirse a su escoba le dio un abrazo y le susurró un te quiero, que Albus respondió con intensidad y una inhalación profunda.
- Yo también te quiero, pero no te atrevas a decirle a nadie que huelo tu cabello.
La risa cristalina de Scorpius quedó resonando en sus oídos, mientras su delgada figura desaparecía contra el oscuro cielo invernal.