Albus y su padre pasaron toda la mañana horneando galletas. Almorzaron casi volando y subieron corriendo la colina detrás de la Guarida. Querían delinear el plan de batalla antes que lo hicieran los demás. El equipo rojo (compuesto por su madre, su hermano, su tío Ron, su prima Rose y Teddy) solía adelantarse a hacerlo, pero gracias a una estudiada maniobra de distracción llevada a cabo por Lily y Hugo, pudieron salir antes y planificar sus movimientos, junto a tía Hermione. Los equipos estaban razonablemente divididos. La astucia del equipo verde se compensaba con la ferocidad del rojo, haciendo muy interesantes los encuentros. Victoire haría las veces de árbitro, su ecuanimidad garantizada, a menos que Teddy sufriera una falta.
Acababan de apostarse cuando sonó el silbato.
El equipo rojo avanzaba en formación cerrada, atacando con violencia, pero descuidando su retaguardia, haciendo retroceder a Lily y a Hugo, quienes apenas se defendían.
Cuando creían segura la victoria, Lily se arrojó hacia unos arbustos y Hugo hacia otros. Ambos extendieron una cuerda invisible que mandó al suelo a los rojos, que, tomados por sorpresa, apenas alcanzaron a pararse antes de recibir los golpes de cientos de bolas de nieve del ataque en tres frentes del equipo verde.
Teddy fue el primero en reconocer la derrota. Sin más ceremonias, ondeó una bandera blanca y se fue con Victoire hacia la casa.
El partido degeneró en escaramuzas poco serias mientras regresaban.
Albus sentía la nariz congelada y el corazón ardiendo. Lo único que hubiera hecho esa tarde más perfecta, habría sido pasarla con Scorpius. Con ese pensamiento fijo en la mente, tomó su chocolate con galletas, imaginó qué escribiría y, en cuanto pudo, se escapó a su cuarto para llenar cuatro piezas de pergamino.
Antes de dárselas a Gawain, iba a leerlas, pero decidió no hacerlo. Eran muy pocas las ocasiones en las que se mostraba efusivo y dejaba de medir con cuidado lo dicho y hecho. Sabía que, si alguien era capaz de apreciar sus sentimientos, ese era Scorpius, siempre sensible y cuidadoso. Tal vez estuviera ganándose algunas bromas, pero tenía la certeza de que lograría comprenderlo. Y que sus palabras encontrarían una respuesta.
Decidido y valiente, ató su carta a la pata izquierda de Gawain, le hizo una caricia antes de que partiera y bajó las escaleras, preguntándose si quedarían algunas galletas.
En la sala lo recibió una nube de humo, resultado de una partida de Gobstones, la radio sonando suavemente al ritmo de Circe y Odiseo, el dúo preferido de su madre y una taza de chocolate recién hecho, gentileza de su padre.
Se dejó caer junto a Rose y descansó la cabeza en su hombro. Su prima demostró una vez más su astucia.
- Extrañando a Scorpius, ¿no?- comentó.
Albus se incorporó e intentó parecer ofendido. Pero Rose se rió dulcemente, algo poco habitual en ella, le dio una palmada en la rodilla y agregó: - No te preocupes, es normal. Sería millonaria si me dieran un galeón por cada vez que pensé en Wood esta tarde.
Albus volvió a apoyarse en el hombro de su prima, sintiendo, por primera vez en años, que las épocas oscuras en las que no se hablaban pero fingían ser amigos no habían sido más que una rareza, una pesadilla oscura, en su historia compartida.