Scorpius estaba tan nervioso que no podía pensar con claridad. Estuvo a punto de pasar de largo la chimenea de la Mansión y chocó contra una mesita ratona al aterrizar sobre la inexplicablemente resbalosa alfombra.
Su padre lo ayudó a levantarse y le explicó: -Pinki preparó una cena especial para darte la bienvenida, hijo. Quiere que vayamos al comedor diario.
En el ala oeste de la Mansión, a la suave luz del atardecer, se hallaba tendida la más hermosa mesa que Scorpius hubiera visto jamás: en suaves tonos de amarillo y anaranjado se extendía un bello mantel bordado por su madre, sobre el que se alineaban sus platos favoritos.
Scorpius se sentó en su sitio habitual, a la izquierda de su padre, con los ojos llenos de lágrimas. Nada podía evitar, en aquel sitio y aquel momento, que la ausencia de su madre doliera mil veces más.
Sintió la mano de su padre sobre la suya y supo que la charla sería esa misma noche.
- Yo también la extraño muchísimo, Scorpius- confesó Draco.- ¿Estás bien?
Scorpius pensó seriamente en achacar su malestar a la falta que su madre le hacía, pero no quería ser injusto con ella ni con su recuerdo. Entonces comenzó a hablar, del mismo modo que lo haría Albus la mañana siguiente: -Tengo que decirte algo, papá. Sé que será muy decepcionante para ti, pero no puedo ser feliz si ignoro lo que siento.
El rostro de su padre parecía mármol. Se detuvo un momento a recuperar el aliento.
- Estoy enamorado de mi mejor amigo, de Albus. Y sé que no es lo que se espera de mí, pero...
Draco levantó una mano para silenciarlo.
- Mi padre siempre quiso definir mis deseos y elecciones, Scorpius, pero yo sólo quiero que seas feliz. Y aunque no hubiera tomado jamás una decisión así, intentaré comprenderlo, y lo mismo hubiera hecho tu madre. Es tu decisión. A mí sólo me resta aceptarla.
Scorpius comenzó a llorar en silencio, aferrado a la mano de su padre, hasta que este se puso de pie y lo abrazó con fuerza. Solo entonces el muchacho se serenó y pudieron cenar juntos, hablando de tonterías cotidianas.
Brindaron juntos con whisky de fuego y se rieron recordando la loca expresión de Astoria cada vez que se veía obligada a tomar esa bebida.
- ¡Juro por los más andrajosos calzones de Merlín que parecía a punto de reírse en medio del velorio de tu abuelo Lucius!
Scorpius no podía parar de reírse.
- Cuando nos íbamos, se disculpó con tanta torpeza, que es una maravilla que tu abuela Narcissa nos siga visitando aún hoy. Trataba de hablar y sólo mezclaba ideas e iba y venía una otra vez sobre lo mismo. Como haces tú cuando estás nervioso. Cuando empezaste tu declaración hace unas horas, pensé que me contarías cosas que no quería saber, una y otra vez. Pero estabas muy seguro. Eres valiente, hijo. Y es una suerte para mí que hayas podido contarme todo de un tirón.
Scorpius estaba agradecido con su padre. Al parecer, no sólo haría el esfuerzo de apoyarlo, sino que estaba dispuesto a tomar el asunto con frescura y humor.
Esa noche, tras abrazar a su padre y
agradecer en un susurro su comprensión y su cariño, se puso a escribir una breve carta para Albus, pero se quedó dormido sobre el pergamino a medio redactar.