-¡No quiero hacer cosas de niñas!- protestó Lily por centésima vez esa mañana.
-¡Harás lo que haya que hacer y punto!- sentenció su madre terminantemente.
Lily resopló e iba a iniciar nuevas protestas, pero su padre, aun sentado en el sofá, se le adelantó:- ¡Ya basta, Lulu! ¡Ni una palabra más!
La chica abrió la boca para responder, pero antes de que pudiera hacerlo Harry, en un tono que no admitía réplicas, le espetó:- Aquí no hay tareas de niños o niñas. Tu hermano y tú limpian, tu madre decora y Albus y yo cocinamos. Si protestas otra vez, serás castigada, señorita. ¿Entendido?
Lily murmuró un malhumorado sí y subió a limpiar los cuartos de huéspedes.
Ginny se rió por lo bajo:- Estuve a punto de usar la varita.
- ¿Algunos mocomurciélagos la hubieran puesto en su lugar?- intervino Albus, desde su lugar sobre la alfombra.
- Bah... Estaba pensando en usar Silencio. ¿Y qué están esperando ustedes dos? ¡A la cocina! ¡Fuera de mi sala!
Harry y Albus cumplieron la orden de inmediato. Mientras su padre terminaba de preparar la salsa para el pavo que se horneaba lentamente, Albus preparó una deliciosa crème brûlée para el postre, siguiendo una receta de Astoria Malfoy, la favorita de Scorpius.
Al tiempo que se horneaba el postre, padre e hijo prepararon ensaladas y diferentes acompañamientos.
Se entendían bien en la cocina, mejor que en cualquier otro ámbito. Albus había crecido viendo a su padre cocinar y había aprendido muchas de sus recetas. Además, disfrutaba haciendo salsas y pastelería, actividades que relacionaba con el trabajo con pociones, que había acabado por amar y se le daba muy bien.
Trabajaron por un par de horas en silencio o comentando ocasionalmente detalles de las preparaciones en curso.
Finalmente decidieron preparar sándwiches, para que todos pudieran comer sin necesidad de interrumpir el trabajo.
Albus subió a llevar la comida a sus hermanos. Los encontró famélicos y cubiertos de polvo, pero de razonable buen humor. Comieron los tres juntos y decidieron qué se pondrían por la noche.
Cuando bajaba las escaleras con la bandeja vacía, Albus comenzó a sentir aroma a azúcar quemada. Casi tropezó con su madre en el afán por llegar a la cocina, donde suspiró de alivio al ver a su padre quemando con su varita la cubierta superior de las crème brûlée.
-Gracias- jadeó, sin aliento.
- No es nada- se sonrió su padre.- ¿Podrías chequear el pavo?
Albus estaba seguro de que ya lo había controlado. Pero, como sabía que intentaba compartir esta actividad con él, abrió el horno de todos modos. Allí, comenzando a dorarse, crujía el ave más grande que Albus hubiera visto jamás.
Tratando de mantener la calma, preguntó:- ¿Quiénes vendrán a cenar?
- ¡Oh, los de siempre! Tus abuelos, todos tus tíos y sus familias, Neville y Hannah, Luna y su familia, los Malfoy, Teddy y Andrómeda y su hermana.
-¿Vendrá Narcissa?- farfulló Albus.
-Eso dijeron Andrómeda y Draco. De otro modo, pasaría sola el Año Nuevo. ¿Te sientes bien? ¿Quieres una taza de té?
Harry sirvió a Albus una taza de tilo. Puso una mano sobre su hombro.
- Tranquilo, hijo. Esa dama no es tan aterradora como parece. Me salvó la vida una vez, ¿recuerdas?
Albus asintió, inseguro. Su padre agregó:- No creo que me haya salvado la vida para matar luego a mi hijo...
Albus palideció y tragó saliva. Su padre soltó una risotada y le dio un abrazo.
-¡Todo saldrá bien! Toma tu té que se enfría.
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