Desde aquella noche en la Torre de Astronomía, Albus y Scorpius poco habían hablado sobre sus sentimientos. Temían (y con sobradas razones) los juicios y comentarios de sus compañeros, por lo que sus acciones se limitaban a las habituales, es decir, pasar juntos cada momento del día y atesorar cada oportunidad de rozar al otro siquiera con la punta de los dedos.
Nadie parecía notar que caminaban más cerca de lo normal en los pasillos, hombro con hombro. Ni que Albus se sentaba a leer sobre la alfombra persa de la Sala Común, con la espalda contra las piernas de Scorpius.
De todos modos, sus corazones no sabían de sutilezas. Y así quedó demostrado en la clase de Defensa Contra Las Artes Oscuras previa a las vacaciones de Navidad.
Se trataba de una lección de repaso. Trabajarían con el encantamiento Patronus. Scorpius se lució dando forma a un Patronus corpóreo al inicio de la clase, una plateada serpiente de cascabel. La profesora Burton lo felicitó y le asignó como tarea asistir a su compañero (Albus, claro) para que lo lograse a su vez.
Los chicos caminaron hasta un rincón apartado. Albus, que sólo había conseguido convocar unas volutas de aire plateado el año anterior, atravesó el aula arrastrando los pies. Scorpius pasó un brazo por sobre el hombro de su amigo y en medidos susurros le recordó cómo había conseguido alejar dementores verdaderos: lo había logrado pensando en él.
Una sonrisa iluminó el rostro pensativo de Albus y con decisión dijo las palabras mágicas. En su mente, estaba su primer viaje en el Expreso de Hogwarts junto a Scorpius.
Las volutas informes se volvieron un cuerpo estilizado y amenazante de serpiente, que circuló un momento en torno a ambos antes de desvanecerse por completo.
Albus sonrió exultante a Scorpius, quien lo abrazó con entusiasmo, para dejarlo apenas unos segundos después, ante ciertas miradas envenenadas de alumnos y alumnas de Ravenclaw.
Como obedeciendo a una señal, sus compañeros de Slytherin los rodearon para preguntarles cómo lo habían hecho. Su curiosidad fue un escudo contra las malas influencias, pero sólo duró hasta el fin de la clase.
El rumor de que el Squib de Slytherin y el Hijo de Voldemort tenían el mismo Patronus se extendió como pólvora y, para la hora del almuerzo, los acompañaban risitas y comentarios ácidos por doquier.
Comieron incómodos y a gran velocidad. Cuando salieron del Gran Salón, lo hicieron tan rápido que no vieron salir a James tras ellos. Los alcanzó a unos metros del aula de Pociones. Scorpius se tropezó con sus propios pies. Albus entró en pánico.
- James, yo...eh... ah...-fue todo lo que pudo decir.
James lo cortó en seco: -Ya cállate. Lo sé hace meses. Creo que lo supe antes que ustedes. Sólo quería pedirles que tengan cuidado. Y también quería prometerles que haré todo lo posible para que los dejen en paz.
Albus entornó los ojos, desconfiado. Instintivamente llevó la mano al bolsillo derecho, el de la varita, pero Scorpius le detuvo el brazo, mientras expresaba en voz alta las mismas sospechas de su amigo: - ¿Por qué lo harías, James? ¿Qué ganas con esto?
James, incrédulo y triste, sacudió la cabeza.
- Lo haría porque quiero ver feliz a mi hermano y para mí eso es suficiente.
Scorpius asintió en silencio, conmovido. Albus, tenso, dio un paso hacia su hermano e hizo algo que llevaba años sin hacer. Abrazó a James como si le fuera la vida en ello. El chico se rió, tomado por sorpresa, y se despidió de ambos Slytherin con sendas palmadas en la espalda: - Y no tarden demasiado en informar de esta relación a mamá, papá y el señor Malfoy. Tienen que hacerlo antes que lo haga Skeeter...
El Gryffindor se alejó riéndose de sus caras de horror.