La mañana en que regresaría a Hogwarts, Scorpius se despertó antes de que sonara la alarma de su reloj.
Se vistió con parsimonia y, antes incluso de desayunar, visitó la tumba de su madre.
Se sentó junto a la primorosa lápida, sobre la que dejó unos lirios azules del jardín de invierno. Y no dijo nada. Sólo suspiró y se preguntó cómo hubiera vivido aquel año y los previos con la serenidad y alegría de su madre envolviéndolo. Quizá con menos errores, pero tal vez con menos aventuras. No por primera vez, extrañó aquel abrazo que ya no era posible.
En el camino de vuelta a la Mansión, encontró a su padre cargado de lirios azules. El ramo se aplastó un poco, pero el abrazo posible (y necesario) compensó estropear las flores.
Juntos llevaron el nuevo ramo para Astoria. Juntos regresaron en silencio hasta la casa.
En silencio, desayunaron y atravesaron las rejas de la Mansión, cargados con el baúl de Scorpius y la jaula de su lechuza.
Se aparecieron en un callejón cercano a King's Cross. Cuando estaban a punto de cruzar la barrera, Draco detuvo a su hijo. Lo miró directo a los ojos y comenzó a reír: - Nunca creí que diría esto, pero... ¿buscamos a los Potter?
- Tampoco creía que pasaríamos Año Nuevo con ellos, pero aquí estamos- respondió Scorpius, dando un breve abrazo a su padre.- ¡Vamos!
Con una gran sonrisa, atravesaron el límite entre los andenes 9 y 10, listos para otro nuevo año con los Potter.