La rodilla de Claudia mejoró notablemente, la piel tomaba ahora un color rosa pálido. Claudia estaba en su habitación mirando los alrededores, su mente divagaba hacia ningún lugar en específico, cuando un jinete llamó su atención. El hombre desmontó y conversó con Adastros, ambos se dirigieron hasta las caballerizas donde se encontraba su padre.
Supo que algo no estaba bien, salió de la estancia abrigándose al paso. Cuando llegó, observó el semblante de su padre, se podía ver la incertidumbre dibujada en sus facciones. Claudia sintió que su corazón se detuvo por unos segundos, dejó de respirar como si olvidara como hacerlo.
-Dime que son buenas noticias, dime que saben algo de Lucio.
-Lo lamento hija, fue una emboscada.
-¿Él está bien?, ¿Regresó a Roma?, ¿Se encuentra dentro de los heridos?
-Ha muerto. -Replicó Antonio.
Claudia sintió que el piso se tambaleaba bajo sus pies, quería moverse pero su cuerpo estaba petrificado como si fuera una de las estatuas que adornara la entrada de la residencia.
-No, no es cierto, no es cierto. -Gritaba mientras numerosas lágrimas recorrían sus mejillas.
Antonio trató de ir a su lado, pero ella se alejó, las piernas ya reaccionaban a sus órdenes, quería estar sola. Antonio quiso seguirla pero Adastros lo detuvo.
-Déjela mi señor, necesita privacidad para llorar su pérdida.
Había un lugar en el huerto un enorme sauce cuyas ramas caían como cascadas formando un hongo. Se metió bajo sus ramas y lloró, una gran amargura la invadió, lloró hasta que sus ojos se cansaron, gritó el nombre de Lucio como si con eso él regresaría. Lo odió por morir, por abandonarla como siempre fue su temor, hasta que se hizo un silencio.
Dedrick llegó por detrás pero ella no notó su presencia hasta que él se inclinó a su lado. Claudia lo miró, y su primera reacción fue refugiarse en sus brazos, no hubo palabras, ella se aferraba a él como si esto le infundiera consuelo. No supo cuánto tiempo pasó pero sí el necesario para que se tranquilizara completamente.
-Lucio ha muerto. -Dijo ella en voz baja
-Lo sé. -Respondió Dedrick, quitando unos traviesos cabellos que le cubrían el rostro a Claudia.
-No sabía cuánto lo amaba hasta ahora que lo he perdido, siempre me dije que jamás me enamoraría de un soldado y es lo primero que he hecho, quebranté mi propia regla.
-No se puede mandar en el corazón mi señora.
-Hubiera sido una buena esposa Dedrick, siento que un profundo dolor apuñala mi pecho.
-Pasara, todo en la vida pasa, la alegría, el dolor, el sufrimiento, llórelo el tiempo que necesite, pero debe dejarlo ir. Ahora él pertenece al mundo de los muertos.
-¿Cuándo sucederá eso Dedrick?
-Cuando su corazón haya sanado.
-Se puede sanar lo que está en pedazos.
-Fuiel único sobreviviente de la masacre de mi aldea, ese día sentí que yo también había muerto, y lo único que anidaba en mi corazón era odio hasta el día en que la conocí. Llamó mi atención la forma en que se hizo escuchar entre la multitud y como se desprendió de sus pertenencias para comprarme, me preguntaba por qué lo hacía, que la movía a luchar por adquirirme. Cuando nos quedamos solos en el mercado, pude ver a través de sus ojos y supe que no era como los demás ciudadanos romanos, noté piedad en ellos, sinceridad, calidez, y desde que estoy aquí todo es diferente, usted señora me brindó otra oportunidad para empezar de nuevo.
-Gracias por tus palabras Dedrick, quizás Lucio recibió lo que merecía, creía conocerlo, pero ¿Quién era Lucio Casio en el campo de batalla? ¿Acaso mató él a niños y mujeres también?
-Quizás él era diferente.
-Ya nunca lo sabré, ¿Verdad?
-Escuché a su corazón, nunca se equivoca.
Claudia sonríe con amargura para luego agregar: -Ya oscureció, será mejor que regrese antes que mi padre mande a buscarme. No sé por qué, pero sentí algo desde que te vi en la tarima que me hizo cambiar las joyas de mi madre por ti. Me infundes confianza, cuando estás conmigo todo parece estar bien.
-Gracias mi señora, por tener ese concepto de mí.
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Antonio se encontraba preocupado por Claudia, estaba a punto de hablar con Adastros, cuando ella entró cabizbaja.
-Claudia, ¿Cómo estás?
-En pie padre, sólo quiero ir a mi habitación y descansar.
-Está bien, pediré que te lleven algo de comer.
-No tengo apetito. Sonríe sin ganas y se dirige a su cuarto.
Azeneth la ayuda a cambiarse y la arropa como cuando era niña. La vio crecer, la arrulló entre sus brazos, le contó historias sobre tierras lejanas y sus maravillas. Azeneth fue traída de Egipto, y desde el momento en que llegó se dedicó a cuidar de ella, entre ambas existía un lazo inquebrantable, era lo más cercano que Claudia conocía a una madre.
-Quédate Azeneth, cántame, como cuando era niña, cántame Azeneth.
La anciana se acomoda junto a ella, mientras acaricia su cabello le canta en una lengua extraña que parece relajar a Claudia, poco a poco el sueño invade sus ojos hasta que ya no puede tenerlos abiertos.
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Claudia: Belleza Indomable.
Historical FictionClaudia es hija de Antonio Kaeso, un adinerado y respetado miembro de la sociedad romana. Por un juramento hecho a su esposa, en el hecho de muerte, su hija tiene hasta los 18 años para escoger el hombre con que se desposará, siempre y cuando esté a...