CAPITULO 5

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Los bárbaros llegaron al siguiente poblado, su deseo era vender a los esclavos que traían, no sólo Claudia, sino otras personas de aldeas que habían saqueado.

Fueron llevados a una plazoleta donde se reunió un grupo numeroso de personas. La escena que vino a la mente de Claudia es la de la madre africana clamando para no ser separada de su hijo. Todos venían con grilletes menos ella y Azeneth. De nada le valía ser ciudadana romana, ahora su destino se mezclaba con aquella gente, no había estatus social, nada que la diferenciara de ellos.

Como sucedía en Roma empezaron con los más débiles, terminando con la mejor mercancía, ella para el final.

Cuando Claudia es subida a la tarima con el niño en brazos, se escuchan murmuraciones, todos se miran extrañados, podría haber muchas ofertas por ella, ¿Pero quién en su sano juicio compraría un niño? y más uno tan pequeño, solo sería un estorbo.

El jefe se paró frente a la multitud y dijo: -La romana se venderá con el niño, lo que hagan con él después de la adquisición es su problema.

-No. -Gritó Claudia. -Por favor me lo prometió, permita que la anciana se lo lleve.

-Te prometí que mientras estuviera conmigo no les haría daño, tu nuevo dueño definirá la suerte del niño.

-Permite que se quede con Azeneth, te lo suplico.

-¿Estás segura de hacerlo? no lo volverás a ver.

-Al menos sabré que está bien.

-Como quieras. -El jefe hace una señal a otro hombre que le quita a Octavio a Claudia y se lo entrega a Azeneth.

Claudia siente como si le arrancaran el corazón, el dolor que estaba experimentando no lo había sentido nunca, ni siquiera cuando Lucio murió. Octavio comenzó a llorar, extendiendo los brazos hacia su madre quién fija su vista en la multitud y trata de no verlo, ya que si lo hace, no lo lograra, correría hacia él y no permitiría que se lo llevaran

-Cuídalo, como lo hiciste conmigo. -Claudia se dirige a Azeneth pero sin mirarla. La anciana se aleja con el niño hasta que el llanto de Octavio es solo un eco a la distancia. Claudia se para firme, aprieta sus puños con fuerza y aunque desea llorar se controla. Recuerda el día en que compró a Dedrick, respiró profundo, y miró al gentío con la misma ira con la que Dedrick lo hiciera años atrás.

Las ofertas empezaron, todos parecían querer obtener a la romana, aunque despeinada y sucia, su belleza era notable.

-Vendida. Se escuchó, el mercader señaló a un hombre gordo, de aspecto desagradable.

Claudia miró al que sería su dueño, cerró los ojos y juró que en cuando tuviera oportunidad escaparía para encontrar a su hijo. Podía ver la miraba lasciva de aquel hombre, se imaginó lo que pasaba por su retorcida mente, no dejaría que le pusiera una mano encima. Es bajada de la tarima y el hombre gordo la toma con brusquedad del brazo, al reír notó que le faltaban los dientes de adelante y expedía un penetrante olor a sudor. Su rostro estaba cubierto por una frondosa barba y un alargado mostacho, su aliento apestaba a ajo. Claudia sintió asco y quitó el rostro mirando hacia otro lado ya que aquel hombre le resultaba demasiado grotesco. Para su sorpresa no vivía muy lejos y entraron en una amplia casa, por su decoración se veía que era adinerado. Le salieron al encuentro unas mujeres, sus rostros estaban marcados con moretones y en los pies llevaban grilletes que por el roce rompieron su piel y se veían hinchados y con rastros de sangre.

-Esto les pasa a los que tratan de escapar. -Le advierte a Claudia. –Alístenla, cuando terminen llévenla a mi habitación.

Claudia analiza todas las posibles salidas pero eran resguardadas por hombres bien armados. Las mujeres la guiaron hacia un cuarto donde la esperaba una tina con agua. Las esclavas la bañaron, perfumaron y luego la vistieron con un fino vestido color celeste. Claudia tuvo que contenerse al acordarse que era el color favorito de Dedrick. Se había prometido a sí misma ser fuerte, no dejaría que este desdichado giro del destino la desalentara. Pero ¿Cuánto más podía soportar? perdió su hogar, familia, y ahora su amado Octavio separado de ella, sabía que Azeneth cuidaría de él pero ¿Quién velaría por Azeneth? no tenía dinero y ya los años cobraban su paso en sus blancos cabellos y encorvado cuerpo, ¿Qué tan lejos podría llegar? ¿Qué tanta protección podría brindarle a Octavio? Mientras la peinaban su rostro se dibujaba en el espejo, no había ninguna expresión en este, lo único que la mantenía cuerda era la idea de huir y reunirse con su hijo y Azeneth.

Cuando estuvo lista la encaminaron hacia la habitación, tocaron la puerta y esperaron la respuesta, una vez adentro Claudia observó a su alrededor, una enorme cama surcaba media estancia, muebles de caoba decoraban junto a unos enormes colmillos de marfil colgados en una pared cruzados entre sí. Una piel de leopardo se extendida en el suelo. Lo que llamó su atención fue la ventana que daba a la calle, la casa era de dos pisos y vio un pequeño techo que cubría la ventana de abajo, eso amortiguaría su caída en caso que decidera saltar de improvisto. Estaba tan extasiada en su pensamiento que olvidó al hombre gordo que se encontraba recostado en la cama, llevaba puesta una bata de algodón a rallas de vivos colores, se dio cuenta que sólo vestía eso.

-Ven. -Le ordenó en un tono de voz cordial. –Debes tener hambre.

Una pequeña mesa estaba a la mitad de la habitación cubierta con alimentos. Desde frutas, panes, una pierna de cordero y un pavo asado. En realidad Claudia tenía mucha hambre, su estómago protestaba, dos sillas estaban colocadas a cada lado, una la ocupó el hombre y en la otra se sentó ella.

-Me llamó Assus, mi madre me puso el nombre de uno de nuestros dioses porque vio grandeza en mí. Mi padre era romano, militar, mi madre asiria, él la abandonó cuando supo que estaba embarazada, claro nunca le mencionó que tenía esposa e hijos en Roma. Los romanos se creen tan superiores. -pone énfasis al decir esto. -Jamás lo conocí y cuando fui adulto vine a buscarlo pero había muerto, aun así me ha ido muy bien y llevo años viviendo entre ustedes.

Claudia no comprendía porque aquel hombre le contaba su vida, se limitó a escuchar.

-Pero come, adelante es por ti que mande a preparar estos manjares.

Claudia toma una manzana y la come con ganas, Assus coge con sus manos un muslo del pavo y comienza a comer. Claudia siente un vuelco en el estómago cuando sobros del pavo se quedaron pegados en su mostacho, siguió comiendo la manzana con la vista puesta en la ventana. Pensó en Dedrick, últimamente lo tenía muy presente, ¿Dónde estaría? ¿Viviría todavía en aquella aldea? ¿Sabría ella llegar si escapaba y encontraba a Azeneth? Al parecer Dedrick era la única persona a la que podía acudir dada su situación actual.

Claudia: Belleza Indomable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora