CAPITULO 4

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Acampaban fuera del camino, a unos cuántos kilómetros quedaba el poblado más cercano y al día siguiente surtirían sus suministros de alimentos que empezaban a escasear. La noche estaba muy fría, por lo que Adastros hace una excepción y prende una fogata, una densa neblina cubría los alrededores, persistía una llovizna. Se cubrieron con gruesas mantas, Adastros montó guardia un rato hasta que el sueño comenzó a apoderarse de sus párpados.

El amanecer se extendía en el horizonte, Claudia se despierta ya que el frío calaba en sus huesos como agujas y quiso arropar mejor a Octavio, al levantar la vista se encuentra de frente con una silueta que no puede distinguir de momento ya que los primeros rayos del sol lo encandilan. Cuando su vista se adapta a la claridad ahoga un grito al ver un enorme hombre cubierto de pieles mirándola fijo, se percata que no está solo, varios hombres lo acompañaban, su apariencia le recuerda a los captores de Lucio. Los caballos relinchan cuando los desatan haciendo que Adastros despertara observando con desconcierto el panorama. Claudia mueve a Azeneth con brusquedad mientras aprieta a Octavio aún dormido contra su pecho. La anciana bosteza y al desperezarse se encuentra con el mismo cuadro y su primera reacción es acercarse a Claudia y abrazarla, un acto involuntario de protección.

-¡Bárbaros! -Expresa Adastros poniéndose de pie, colocándose al frente de las mujeres.

El hombre los mira sin decir nada como estudiándolos, da la señal a uno de ellos y éste se aproxima a Claudia. Adastros se interpone y el bárbaro lo golpea con fuerza por el abdomen haciendo que el anciano caiga de rodillas.

-¡No! -Exclama Claudia a la vez que le da Octavio a Azeneth y se inclina junto a su amigo.

-¿Qué quieren? -Le espeta Claudia no con temor, sino con ira.

El sujeto alto no responde, por el contrario se limita a observarla, ella en ningún momento baja su mirada, la mantiene lo que hizo que éste marcara una mueca como una sonrisa a medias que surco su bronceado rostro.

Volvió a indicar que la revisaran, Claudia sabía que de nada valía resistirse por lo que no opuso resistencia. Encontraron las monedas que entregaron al parecer al jefe, éste pareció complacido, vaciaron todo lo que había en la carreta, tomaron lo que consideraron de valor y el resto lo dejaron desparramado por el suelo, llevándose con ellos también los caballos y la carreta.

Conversaron en un idioma que Claudia no reconoció, había escuchado a los germanos hablar y no era su lengua. Adastros los llamó bárbaros, si eran quién ella creía, estaban muy lejos de casa y demasiado cerca de Roma.

El jefe volvió a dar instrucciones a uno de sus hombres y este desenvainó la espada lo que hizo que Claudia se alarmara.

El hombre le indicó a Adastros que se pusiera de pie, y con otra que se diera vuelta, el anciano obedeció y es cuando le dio un empujón haciendo que volviera a caer, Claudia trató de interferir pero la sujetaron. Cuando Adastros intentaba incorporarse sintió el frío filo de la espada que le ingresaba por la espalda. La espada lo había atravesado y la sangre empezó a empaparle las ropas, cayendo por tercera y última vez.

Azeneth gritó como desquiciada haciendo que Octavio se despertara y al ver la reacción de la anciana se asusta y comienza a llorar. Claudia se tira junto al anciano, le toma la mano sosteniéndola, mientras las lágrimas se derramaban en abundancia.

-Perdone mi señora, no la pude proteger. -Dice el anciano entrecortado.

-Quédate conmigo Adastros, quédate conmigo. -Adastros intenta decir algo pero no termina ya que muere segundos después.

-No, no, no. -Grita Claudia con dolor.

Azeneth también lloraba con el terror reflejado en su cara. El mismo hombre se dirige hacia Azeneth y Octavio lo que hizo que Claudia reaccionara y se abalanzara sobre él, tomándolo desprevenido, le quitó la espada.

Los otros hombres que vieron lo sucedido se rieron con ganas al notar con la facilidad que lo habían desarmado. Éste parece enfurecido, tomó la espada de uno de sus compañeros y se abalanzó contra Claudia. Los hombres los rodean pendientes del espectáculo que iba a iniciar. Para sorpresa del bárbaro Claudia se defendía, al casarse con Lucio le había rogado le enseñara a usar la espada y éste terminó convencido por los encantos de su esposa quién aseguraba que esto podía salvarle la vida en el futuro, sin saber que éste podría ser ése día. Pareció más enfadado y con furia dejó ir todo el peso de la espada contra Claudia quién bloqueó el golpe pero se tambaleó perdiendo el equilibrio un momento, sin embargo tomó control de la situación y antes de que el bárbaro pudiera alzar nuevamente la espada, ella giró rápidamente a su derecha y sin que pudiera hacer nada le clava la espada por la espalda tal y como él había hecho con Adastros. El hombre lucía atónito al igual que sus compañeros, incluso el mismo jefe parecía consternado. Claudia estaba exhausta pero aun así se vuelve a colocar frente a Azeneth y Octavio con la espada alzada en posición de ataque. Todos murmuraban pero ya nadie se reía, su compañero yacía muerto en manos de una mujer.

-Nada mal para ser romana y mujer. -La voz del jefe sonó grave y cortante. Claudia lo miró algo confundida al saber que hablaba su idioma.

-Nadie lastimará a la anciana ni al niño, has demostrado valor y coraje por los tuyos, tienes mi palabra.

-¿Nos dejaras ir? -Consulta Claudia esperanzada por el rumbo que tomaban las cosas.

-No puedo hacer eso, vales mucho, como esclava seré bien compensado, la anciana puede irse si lo desea.

- ¿Y el niño? deja que el niño se vaya con ella.

-No, no mi señora. -Azeneth la miró suplicante. Octavio ya había dejado de llorar pero estaba asustado, extendía los brazos hacia su madre que lo ignoraba.

-¿Es tu hijo no es así? -Claudia no responde.

-El niño se queda, la anciana se va.

-Azeneth debes irte, estaremos bien.

-No la dejaré. -Conocía a Azeneth no permitiría que las separaran.

-Me diste tu palabra que no le harías daño, permite que nos acompañe, la dejaremos en el primer poblado que encontremos.

El jefe no responde pero da su aprobación con un gesto de su cabeza.

-No Claudia, por favor.

-No puedo confiar en ellos, te matarán apenas tengan oportunidad, ya perdí a Adastros, no soportaría perderte a ti también. -Le explica Claudia intentando convencelar.

Las dos mujeres susurraban para no ser escuchadas.

-No discutas conmigo Azeneth, eres mi sirvienta y harás lo que se te pide. -La anciana parece dolida por sus palabras, pero no insiste más.

Las suben a la carreta y se ponen en marcha, Claudia abrazaba a Octavio cuyo corazón latía tan aprisa que parecía que se saldría del pecho en cualquier momento.

-No permitiré que te hagan daño, lo prometo.

El niño la observa y se aferra a su cuello, ocultando su cabeza en el cabello suelto de su madre, ella lo sostiene con fuerza mientras que nuevamente las lágrimas hacían su aparición. Azeneth parecía distante, con la vista en ninguna parte. El cuerpo de Adastros fue quemado a solicitud de ella para que ningún animal llegara a él. El acto de valentía de Claudia pareció admirar al jefe que parecía un poco condescendiente con ella. Las llamas se alzaban a la luz del nuevo día.

-Adiós mi querido Adastros. -Se despide para sus adentros, sin saber que sería de ellos a partir de ese momento.

Claudia: Belleza Indomable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora