Prólogo

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Una fría noche de invierno, al menos más fría de lo habitual, un llanto llegando al mundo resonaba fuerte en una de las habitaciones de la mansión del mayor de los tres hermanos Kuran. En aquella habitación, una niña estaba llegando al mundo, a la vez que su madre se aferraba a la vida para no irse de él.

La sostuvo en sus brazos mientras a lo lejos, la silueta del padre de la niña se encontraba apoyado en el umbral de la puerta observando fijamente aquella escena.

-Perdóname, por favor. No quiero dejarte... -dijo mientras las lágrimas se deslizaban por sus mejillas al darle un último beso en la frente a la pequeña que tenía en sus brazos. Lloró abrazándola contra su pecho. El llanto de ambas se mezclaba en la habitación, hasta que el de la madre, cesó.

Una de las empleadas de la casa, tomó en brazos a la bebé para llevarla a realizar los procesos higiénicos habituales, a la vez que las demás empleadas se preparaban para alistar a la difunta madre primeriza.

Aquella silueta en el umbral de la puerta caminó hasta la pequeña en su cuna luego de que la empleada terminara de limpiarla y vestirla. Era su hija, mas no sentía nada por ella, como no lo sentía por su otro hijo. Se mantuvo por varios minutos observando a aquella pequeña bebé dormir en la tranquilidad de su inocencia, hasta que sintió que lo observaban.

Se dio la vuelta para ver hacia la puerta, su fiel amigo y servidor se encontraba observándolo con un gesto de frialdad, uno que jamás en su vida le había mostrado. Pudo notar que tenía empuñadas las manos.

-Le perdoné lo que hizo con mi esposa, pero no le perdonaré que por sus caprichos, ella haya muerto. Si alguna vez la quiso, aunque fuese para satisfacer sus deseos, págueselo cuidando a esa niña. -dijo con voz potente señalando a la cuna, donde la bebé empezaba a llorar. La empleada que la había atendido se iba a acercar. -No te acerques, deja que él lo haga. -agregó hacia la mujer apretando los dientes y aquella obedeció saliendo de la habitación.

El hombre se acercó al cuerpo sin vida en la cama, con algunas manchas de sangre sobre la toalla en la que estaba acostada. Al verla allí, se derrumbó, la mujer que tanto amaba estaba muerta por culpa del nacimiento de una niña producto de una aventura. No podía culpar a la niña, pero lo hacía.

La bebé continuaba llorando, por lo que el padre la tomó entre sus brazos y salió de aquella habitación llena de muerte y odio.

Fue con ella hasta la sala de estar privada que estaba cerca de su habitación. Se sentó en uno de los sofás y observó a su hija, quien había dejado de llorar al sentir contacto conocido.

-Supongo que tengo que cuidarte yo... -dijo a la pequeña, que empezaba a recordarle a su hermana en esos momentos de su vida; cuando acababa de nacer y él supo que iba a amarla con toda la locura del mundo. Sin embargo, perdió el "amor" que había en él al morir su hermana, y todo por su culpa. Empezó a ver a la pequeña bebé con ojos llenos de ternura. -Te llamarás Juri, como mi hermanita. Y desde ahora, voy a cuidarte con mi vida. Serás la niña de mis ojos y no necesitarás más familia que a tu papá...

Si tan solo Juri hubiese sabido cómo era en realidad su padre.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora