Epílogo

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Luego de que todo terminara, luego de haberse tenido que despedir de su hija, luego de asumir que no volvería a sufrir por culpa de Rido Kuran, finalmente una sonrisa se asomó en su rostro. 

Se acercó con pasos lentos a su esposo y cuando éste se percató de su presencia, la refugió en sus brazos. Todo había acabado realmente y eso le daba a ambos una sensación de alivio. Luego de un par de minutos con ambos en silencio, ella lo miró fijamente a los ojos y decidió hablar. 

—Te amo... —y justamente esas dos palabras dieron en lo profundo del hombre que la amaba con todo su ser, a pesar de que ella hubiese pasado en los brazos de otro por bastante tiempo. 

—También te amo... —pronunció entonces el rubio y sujetó la mejilla de su esposa para besarla con una ternura que a ella le hacía falta. Eso era amor y ella no sabía realmente como reconocerlo. Había pasado tanto tiempo recogiendo migajas de amor, siendo lastimada una y otra vez, que olvidó como se sentía el verdadero amor. 

—De verdad lamento la interrupción pero tienes que poner en orden a tus queridos alumnos, cuñado. —dijo el hermano menor de la castaña para hacer que ambos se separaran. Ella no pudo evitar darle una sonrisa a su esposo y luego darle otra a su hermano. 

—Ve, yo aún debo buscar a Zero. —dijo ella sosteniendo una sonrisa. Por fin podía decir que sonrió. Por fin podía decir que volvería a su felicidad habitual. 

El rubio asintió y caminó hacia la puerta principal del gran salón donde se encontraban todos los alumnos de la Clase Diurna. 

—La edad lo empieza a delatar. —dijo Toga para causar una leve risa en Irina. —Igual a ti, hermana. —agregó. Ella se acercó para abrazarlo. 

—Lo sé. —respondió luego de abrazarlo y alejarse. —Te veré más tarde. —agregó mientras empezaba a caminar en la misma dirección en la que Zero se había ido. 

Necesitaba despejar un poco su mente. 

Todo pasó tan rápido que su hija ya no era una niña, era una mujer y su hijo ahora estaba completo. Necesitaba hablar con alguien que la comprendiera y se desvió luego hacia el Dormitorio de la Luna, sospechaba que Zero podía estar allí. 

No se equivocó y se encontraba mirando fijamente a la puerta del dormitorio mientras empuñaba sus manos. La castaña se acercó con pasos lentos hasta que él se percatara de su presencia. 

—Nadie saldrá por esa puerta, así que no tiene caso que te pongas a empuñar las manos... —musitó ella tomando las manos de su hijo acariciándolas con cariño. 

De un momento a otro, ya se encontraba abrazando al chico. 

—Lamento que hayas tenido que pasar por todo esto. Si pudiese volver al pasado, juro que hubiera matado a Shizuka para que no te hiciera el daño que te hizo. —le susurró en el oído. El chico lloraba. 

—...Ichiru... —susurró el chico entre sollozos. La castaña besó su sien mientras acariciaba su espalda. Había algo que nunca se le podría quitar a Zero; el amor que tenía por su hermano gemelo. Y tampoco el dolor que la transformación le trajo. Eso era algo que solo ella comprendía. Era su madre.

—Ven, voy a contarte algo que nunca te había dicho. —dijo Irina y su hijo levantó la mirada. 

Caminaron tranquilamente hasta una de las bancas cercanas y se sentaron. Irina limpió las lágrimas de Zero y se dispuso a hablar.

—Cuando mi madre estaba embarazada de mí, también habían otros cuatro bebés en el vientre de ella. Íbamos a ser quintillizos. —empezó a contar y rápido captó la atención de su hijo, quien la escuchaba detenidamente mientras ella acariciaba sus manos. —Sabes que en una familia de Cazadores, si es un embarazo múltiple, uno de los embriones toma la energía del otro y el otro muere. En mi caso, yo tomé la energía de todos mis hermanos, así como en su tiempo, Kaien tomó la energía de sus dos hermanos. Lo hacen sin conciencia, no saben que le quitan la vida a otro bebé. O a otros, en mi caso. —dijo Irina y continuó. —Tú habías empezado a tomar la energía de Ichiru, pero fuiste tan inteligente que te diste cuenta de ello y te detuviste. Tuviste la dicha de conocer a tu hermano. Yo hubiera querido conocer a todos mis hermanos, así como Kaien hubiese querido conocer a los suyos. Pero todo pasa por algo y porque tú eres diferente, pudiste conocer a tu hermano, pudiste pasar tiempo con él. —continuó ella mientras llevaba una de sus manos a acariciar el cabello de Zero.

—Pero lo maté. —dijo y ella negó con la cabeza.

—No, le salvaste la vida. —respondió ella con una completa seguridad. —Si no hubieses bebido de él, hubiera muerto de verdad y su esencia no se hubiera quedado en ti. —agregó ella, suspiró y continuó con sus palabras. —Al beber de él, le permitiste seguir viviendo dentro de ti, así como los hermanos de Kaien viven dentro de él y así como mis hermanos viven dentro de mí. La diferencia es que tú tuviste más corazón que todos los demás y quisiste permitirle a tu hermano vivir. Eso es lo que te hace especial, mi niño. —sentenció ella mientras volvía a abrazarlo y acariciar su cabello.

Zero no dijo nada, se mantuvo tranquilo en los brazos de su madre y luego de varios minutos dejó de llorar. 

Ambos se levantaron en silencio y caminaron hacia la casa donde Kaien vivía junto a Yuki y Zero. La casa en la que había vivido antes de marcharse con Rido. Los recuerdos la invadieron, pero supo que habría tiempo de sobra para estar bien, invadida de recuerdos. Entraron en silencio e Irina volvió a hablar.

—Ve a darte una ducha y a cambiarte, ¿sí? —pidió la fémina a su hijo. Él asintió y antes de entrar a su habitación, se dio la vuelta para hacerle una última petición a su madre.

—Mamá, ¿podemos enterrar a Ichiru? —preguntó y ella asintió. Él sonrió y entró a su habitación. 

Se sintió de maravilla volviendo a rondar aquella casa que había sido su hogar luego de su boda, hasta el momento en el que tuvo que marcharse con Rido.

Se sentó en uno de los sofás, su sofá favorito. Sobre la mesa para café estaba aún en juego de tazas de porcelana de su madre. Sintió todo ello tan especial.

Kaien no tardó en llegar y sentarse al lado de su esposa en completo silencio. Ella recostó su cabeza en el hombro de aquel hombre y cerró sus ojos. Él la abrazaba de lado y acariciaba su cabello con suma suavidad. 

Nuevamente iban a volver a la felicidad que se prometieron siempre.

Zero no tardó en salir de su habitación, ya duchado y cambiado. Así, salieron los tres para luego ser acompañados por Toga. Caminaron hacia el sótano en el que el cuerpo de Ichiru permanecía y los cuatro lo tomaron con cuidado para poderlo llevar a la parcela de tierra en la que había detrás de la casa de Kaien e Irina. 

Ahí, lo enterraron de la manera más informal posible. Ichiru siempre detestó todas las formalidades, lo hacía desde pequeño.

Los padres adoptivos de Zero volvieron dentro, dejando a Toga con el chico, manteniendo silencio y respeto por aquel joven que seguía vivo dentro de su hermano.

Aunque no lo pareciera, Ichiru nunca buscó el mal. Vivía con el fin de encontrar a su hermano, de volver a estar cerca de él. Zero era todo lo que él tenía.

Finalmente, Irina, Kaien, Toga y Zero podrían empezar una vida como la familia que habían empezado a ser, pero que Rido Kuran, con sus fines despreciables y sádicos, había desintegrado. 

Volvieron a la vida que conocían, una vida de trabajo en equipo para mantener la sanidad en casa, a pesar de la dificultad que esto pudiese presentar.

No había nada más que temer, todos estaban a salvo de cualquier fin malicioso.

Al menos ellos lo estaban.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora