Capítulo 10

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La noche se sentía pesada en la mansión y eso Irina lo sabía muy bien. Pues sus recuerdos volvían a impregnar las estrellas sobre el techo. 

Esta vez no lloraba, pues era su segundo recuerdo junto a Rido, siendo el primero cuando éste la atacó. 

Se levantó de su cama a la vez que recordaba, abrió la puerta que comunicaba al balcón y salió para perder su mirada en las estrellas mientras recordaba su primera vez atravesando las puertas principales de la mansión.

Ella se acercó. Ya podía ver la mansión. Estaba a tan solo metros de ella. Caminando lentamente y limpiando las lágrimas que bajaban por sus mejillas se acercó a la puerta principal. Metió sus manos en los bolsillos de su abrigo. 

Sentía que su corazón latía al mil por hora. Vio a su alrededor, la única esperanza de vida que tal vez la acompañaría era un cerezo cuya sombra cubría unas bancas de madera. 

Caminó aminorando el paso hasta estar frente a la puerta. Tocó el timbre y justo en ese momento, la parte de él que quedó en ella empezaba a alborotarse. Pudo contenerse de ello. La puerta se abrió luego de un momento, mientras ella sentía que no podía más con el dolor que dejar a su familia le había ocasionado. 

—Mi señora... —dijo el vampiro de cabello rojizo que abrió la puerta. Ella no se sorprendió ni actuó de manera diferente aunque claramente no sabía porqué tanto respeto y devoción a quien solo era un vampiro nivel E. 

Quien fuera el que le abrió la puerta la hizo pasar y en silencio la llevó a través de la casa. Ella estaba a punto de llorar, de nuevo la calidez de una casa le hizo recordar a su hogar, con sus dos hijos y su esposo. 

No podía creer como se dejaba caer en los brazos del enemigo, aquel que la obligó a lastimar a sus seres queridos. No quiso derramar lágrimas frente a los ojos que la veían. No les iba a dar el gusto. 

Aquel vampiro solo se le adelantó para abrir una puerta en lo profundo de la casa. Ella no se dio cuenta de cuándo bajó hasta allí. 

—Bienvenida, mi señora. —dijo él abriéndole paso. Algo la llamaba allí dentro, y ella sabía muy bien que era. Esa bestia. Esa bestia que la hizo sufrir por tantos años. Esa bestia que estaba haciendo sufrir a su familia. Por más odio que sintiera y por más que quisiera entrar para encontrarlo y matarlo, la castaña entró con pasos lentos y la puerta se cerró detrás suya. 

—Irina, ya era hora... No tienes idea de cuánto he deseado que vinieras a mí. Seremos uno solo, Irina. Te estaba esperando. —sentenció él. 

Ella solo pudo ver aquellos ojos, que años atrás en una noche de invierno, había visto antes de sentir sus colmillos penetrando su cuello. No pudo hablar. Sentía mucho odio, pero por alguna razón no podía desquitarlo. Se esfumaba con que él la viese a los ojos. 

—Rido... —fue lo único que ella pudo decir. 

Se acercó, él la llamaba. Eran solo centímetros lo que los separaban. 

—Te dejé vivir por una razón, y es que perteneces a mi lado. —dijo él sonriendo con misterio y maldad mientras pasaba su mano por el cabello castaño de la mujer. —Seremos felices, déjame amarte. Seremos uno solo, y sabrás que no puedes vivir lejos de mí. Me necesitas. Algo dentro de ti lo pide a gritos, ¿no es así? —sentenció él sin percatarse de la mirada llena de temor de la mujer, solo pudo acercarla su rostro al de ella y besar sus labios. Ella tenía miedo, pero ya no había marcha atrás. 

Suspiró luego de recordarlo y decidió salir de su habitación para ir a la de Rido, quien rápidamente supo que ella se acercaba y la dejó pasar. Él se encontraba sentado en el borde de su cama, sin camisa y con la mirada fija en el cielo nocturno a través de su ventana. 

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora