Capítulo 31

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Hanabusa, Ruka, Akatsuki y Kaname habían vuelto ya al campus, dos días les habían bastado en la mansión Kuran. Sin embargo, luego de seis días, ni Takuma ni Senri habían mostrado señales de vida. Juri y Rima estaban verdaderamente preocupadas.

—Deberían haber vuelto ya. —dijo Rima mientras suspiraba estando recostada en uno de los sofás, con su cabeza sobre el regazo de quien se había vuelto su mejor amiga.

Juri intentaba mantener la calma, cuando se encontraba de esa manera, sabía que no había nada que ella hiciera que si se descuidaba, no la llevara a la locura. Respiró profundamente mientras Rima continuaba con la mirada preocupada que tenía desde el tercer día desde que Takuma y Senri se habían ido.

—Si algo pasó, voy a matar a alguien. —dijo nuevamente la de las coletas en una pequeña rabieta.

Juri miró hacia el otro sofá, Hanabusa se encontraba sentado en él y la miraba fijamente desde varios minutos antes. Juri trató de ignorar ello, pero se le hacía algo muy extraño, sin mencionar aquel beso en la mejilla del día en el que se había ido.

—Si algo le pasó a Takuma o a Senri, mataré personalmente a Asato y al tío pervertido de Senri. —volvió a exclamar Rima mientras Juri intentaba calmarla.

—Ya volverán. —afirmó Akatsuki bajando por las gradas junto a Ruka. 

—Sabemos que son como dos rocas, nadie puede hacerles nada a esos dos. —agregó la chica, sus dos primos asintieron mientras respiraban profundamente.

Pero eso no podía calmar a ninguna de las dos, Juri continuaba con su mirada perdida en el cielo nocturno. Esa misma noche, por orden del propio Kaname, no asistieron a las clases. Él sabía que ninguno de ellos estaba bien como para poder mantenerse en calma, pero también intentaba estarlo.

Fue entonces cuando sucedió. Sin haber podido asimilar la situación, Irina se acercaba al lugar donde se encontraba su esposo. Cerca de la casa que ella había dejado años atrás. 

Estaba demasiado nerviosa. El séquito se componía de Takuma Ichijô, el protector, Ichiru Kiryu, el guardaespaldas, Senri Shiki, el portador y ella, la distracción. 

Al estar frente al lugar, bajaron del auto en orden. 

—Llegó la hora... —dijo aquel hombre dentro del cuerpo de su hijo. 

—No puedo creer que tengas que afectar a tu hijo por tu egoísmo. —dijo ella segura de sus palabras. Aquel hombre se le acercó para ponerse de frente con ella. En esos momentos, cualquier palabra que dijera él, no le iba a afectar; no era el cuerpo del hombre al que ella amaba, no era su voz, solo sus ojos. 

—Senri estuvo de acuerdo. —dijo él. 

—Ah, claro, olvidé que le preguntaste. Si lastimas a Senri, yo misma seré quien acabe con todo esto y eso es una promesa, Rido. —pronunció ella las palabras con tanta naturalidad que terminó por sorprenderlos a todos. 

Ninguno de los presentes entendía cómo ella pudo responderle al hombre que la dominaba. El joven de cabellos grises suspiró; el chico de cabello rojo, poseído por el alma de su padre le hizo una seña. 

—Golpéala. —ordenó. 

—No puedo hacerlo. —respondió el joven. 

—¿Te atreves a negarme una orden? —preguntó el otro con un tono molesto. 

—No es eso, mi señor, sabe que no puedo negarme a lo que usted ordene, pero no puedo golpearla. —dijo el joven. 

El joven rubio observaba la situación asustado, esperando que el de los ojos rojo y azul no le ordenara lo mismo. 

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora