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La reunión familiar de cada sábado en la casa de mi abuela, mamá de mi madre había dejado de hacerse desde que habían muerto. Pero eso ya cuatro semanas de eso; las reuniones familiares se habían retomado.

Todos solíamos comenzar a llegar desde las ocho de la mañana y los más alejados, llegaban al medio día. Todas las mujeres de la familia hacían la comida mientras los niños jugaban entre los animales que tenían los abuelos, y los hombres se iban para no estorbar. Si algún hombre entraba a la cocina las mujeres se molestaban y lo corrían a gritos y casi a sartenazos.

Nuestras reuniones simplemente eran perfectas para mí. Siempre lo habían sido. Ya había hecha do tanto de menos y las había necesitado tanto durante el último mes.

Aunque nada se siente igual.

Ese hueco que dejó la ausencia de mis padres era muy palpable y todos nos dábamos cuenta de ello. Todos les extrañamos.

— ¡¿abuela?! ¡¿Dónde quiere que ponga las empanadas que eh hecho?!

—No me grites que estoy aquí— gruño mirándome con el ceño fruncido. —aún no estoy tan anciana como para no oírte— me solté riendo

—perdón, abuela, pensé que estaba en la sala.

—ponlas en la panera y guárdalas en la gaveta más alta; los hijos de tu tía no deben de tardar y ya sabes que ellos se comen todo lo que encuentran, no nos dejarían nada a nadie. — Loruama, la prima mayor de todos los nietos, me ayudo a guardar las empanadas pues ella era mal alta que yo y podía guardar alas sin ninguna dificultad.

—Dios, amo como te quedan esas empanadas de cajeta. — Dijo mientras se comía una a escondidas de mi abuela, si no le reñiría— Después que las hicimos juntas trate de hacerlas en mi tiempo libre para José pero se me quemaron.

— ¿por cuánto tiempo les dejaste?

—20, como dijiste. Pero solo estaban cocidas de abajo así que les deje otros diez minutos. Fueron suficiente para quedarlas.

—por supuesto, son muy delicadas.

—oh, hija, alguien te busca en la puerta. Ya se me había olvidado. — no interrumpió mi abuela; las dos giramos.

— ¿A quién?— pregunta Loruama. Por supuesto que no sabríamos a quien se refería, mi abuela a todas nos decía hijas.

—A Ágata— fruncí el ceño, confundida. Me comí el último trozo de empanada de cajeta que tenía en la mano y caminé hasta la puerta.

Solo porque nunca eh sido dramático sino me hubiese dejado caer al suelo.

Al principio no reconocí al chico del otro lado de la puerta, pero al mirar directo a sus ojos, supe quién era.

Mi cuerpo tembló, asustada, nerviosa y preocupada.

— ¿Qué haces aquí?— susurre y cerré la puerta detrás de mí para que nadie escuchara — ¿Cómo es que has sabido donde encontrarme?—

—buenas tardes. Eh venido a buscarte, me dijo doña Modesta que me estabas buscando— me cruce de brazos y alce una ceja, esperando que siguiera hablando, que respondiera mi otra pregunta. —tu amiga me dijo dónde podía encontrarte

— ¿Yissel?— asintió —ella fue la que te dio mi número de teléfono ¿cierto?—

— ¿qué más da eso?

—responde

—si

—bueno...- dijimos los dos al mismo tiempo. Sonrió. Maldición, tenía una sonrisa hermosa.

DesnudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora