Epiologo

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De repente el sueño se había ido de mí y al parecer, no pensaba regresar pronto. Eran solamente las cuatro de la mañana y la luna estaba completamente iluminada, incluso parecía como si fuese una luz.

Pase los dedos por entre el cabello de mi chico, que tenía su cabeza sobre mi pecho y con un brazo rodeaba mi cuerpo. Bese su cabeza antes de moverlo de sobre mí y ponerme en pie.

— ¿qué es lo que sucede? ¿Porque me has despertado?— susurre mirando hacia la luna; me senté sobre el suelo, crucé las piernas y pegue las rodillas al pecho.

Guarde silencia y trate de no pensar en nada, más que concentrarme en lo que sea que Dios quería decirme.

Minutos después, me entraron unas inmensas ganas de llorar. ¿Cuándo me había convertido en lo que era? ¿Cuándo mi vida había cambiado tanto?

Primero las discusiones constantes de mis padres, después su supuesto divorcio, después el accidente donde fallecieron. Yo reclamándole a Dios sobre ellos y culpándolo, después yo fornicando sin permitirme después reflexionar en lo que hacía, pero sabiendo que estaba mal, luego la venta de Max. A eso le había seguido meses algo felices pero después aparición Aurora, junto con mi pequeña depresión al no estar con él amor de mi vida, y la cereza del pastel, Eloísa contándome todos quedó.

—lo lamento. Lamento todo lo que te dije. En el fondo realmente nunca lo eh creído pero... tenía que culpar a alguien y bueno, supongo que creo que al usted ser Dios era el culpable de todo. — Suspire y limpie la pequeña lagrima que se me escapó; acomode mi cabello detrás la oreja —Sé que eh cometido muchos errores y no merezco pedirte nada pero... aunque a usted no le gusta las uniones de yugo desigual, yo le amo y es el padre de mi hijo. Y yo quiero ser feliz con él. — Apreté más fuerte mis piernas contra mi pecho, sintiendo un pequeño viento fresco —te prometo, te prometo que si nos ayudas con esa chica, Aurora, yo jamás volveré a alejarme ni a dudar de ti; ni mucho menos a culparte de nada. Te prometo que siempre te serviré, incluso los días que no me apetezca hacerlo y enseñaré a mi hijo o hijos a servirte. Te lo prometo.

— ¿bonita?

—Aquí estoy— susurre

— ¡¿bonita?!

—Estoy aquí— me levante enseguida, tratando de estar en su campo de visión.

Le escuché suspirar.

—pensé que te habías ido ¿qué haces ahí?

—nada, solo observaba la luna.

—Ven aquí— alzó el edredón y golpeó el colchón. —No quiero que te me vuelvas a escapar de las manos. — me dijo burlón; gustosa me metí entre el edredón y me deje enredar por sus brazos.

—Te quiero

—Te quiero. 

DesnudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora