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— ¡pero qué alegría tenerte aquí en casa! ¡Pasa!— enseguida al poner un pie dentro, ya me sentía como en casa. Aunque esta era la segunda vez que venía a la casa de la familia de Ignacio, siempre que estaba a su alrededor me hacían sentir bien.

Era una grande familia así que me tomo alrededor de cinco minutos saludar a todos. Los abuelos, tíos, y primos e incluso los hijos de todos los primos. Yo había pensado que mi familia era grande pero no, absolutamente no era cierto. Su familia si era grande.

La mesa estaba completamente montada afuera de la casa y todo listo. Había luces ya encendidas pues comenzaba a anochecer y todos ya estaban listos para comer. La cena tenía un grande banquete. Había un poco de todo y todo estaba riquísimo.

— ¡buenas noches, familia! Ya estoy en casa— mire que todos abrían lo ojos como platos, incluso la mamá de Ignacio cubrió su boca con la mano e Ignacio, empalideció.

Los mire expectantes a todos, esperando que alguien me presentara a la chica que acababa de llegar, que nunca antes había visto. Sin embargo, ya sabía quién era. Y sus reacciones me ponían nerviosa.

Sentí el brazo de Ignacio caer de mis hombros y tratar de alejar su silla un poco de mí. Lo mire dudosa, preguntándole que era lo que pasaba pero nunca dejo que sus ojos se encontraran con los mío.

—oh, hola. Miro un rostro nuevo por aquí— me saludo sonriente cuando su vista topo conmigo. Asentí y sonreí devolviendo el saludo, pero deseando realmente salir de ahí. El ambiente estaba tenso y nadie hablaba, incluso los niños pequeños habían dejado de jugar.

—Hija, ¿Por qué no vienes conmigo?— la mamá de Ignacio ya estaba a su lado y la tomo del brazo, tratando de que fuera con ella hacia la cocina.

—sí, claro. Solo deme un momento para saludar a Ignacio.

Rápidamente se soltó del agarre de doña Ramona y trotando llego hasta estar justo detrás de la silla de Ignacio. Sujeto su cuello, lo giró un poco para que le mirara e, inclinándose lentamente, plantó sus labios contra los de él.

Mi vista se nubló y un nudo en la garganta hizo acto de presencia; mi corazón se detuvo por unos momentos antes de sentir la mano de la señora Luna sujetando la mía fuertemente.

— ¡oh, pero estas embarazada! ¡Felicidades!— quiso llevar su mano a mi vientre pero una mano la detuvo, la señora Luna. Aurora, fingiendo no incomodarse, continuó sonriendo -aunque era completamente fingida- y me miro.

—Ignacio y yo planeamos tener 2 niños y una niña. — fingí sonreírle y asentí pero realmente por dentro estaba tratando con todas mis fuerzas de no soltarme llorando. Había no explicación, siempre la había. —Siempre eh pensado que ya hay demasiadas mujeres y además, somos más costosas de mantener.

— ¿hija? ¿Ahora si me puedes acompañar?

—Por supuesto, suegra. — y siguió a Ramona hacia dentro de la casa, a la cocina.

Tan rápido la chica desapareció, todos comenzaron a hablar entre sí, tan fuerte que nada se entendía.

Busque encontrarme con los ojos del muchacho de ojos bonitos pero este simplemente miraba hacia el frente. Rehusaba mi vista.

— ¿Qué es lo que pasa? Háblame. — le pedí en un susurro, para que solo él me escuchara.

Su vista se enfocó y me miro directo a los ojos. Volví a sentir un nudo en la garganta al entender porque me miraba con mucho dolor.

Todo había sido cierto.

Sin embargo, me costaba creerlo. Y estaba segura, completamente segura que había una explicación para ello. Esto no estaba sucediendo así nada más porque sí.

Por más distraída que fuera, me podía haber dado cuenta que algo aquí estaba mal.

Se levantó y tomo mi mano, ayudándome a ponerme en pie. No dijo nada, simplemente me jalo para seguirlo eh ir a una de las habitaciones; después de que entramos se aseguró de cerrar la puerta con pestillo.

— ¿Qué es lo que pasa?— me atreví a volver a preguntar. — ¿Quién es ella?— sentí mi voz flaquear. Por supuesto que sabía quién era, pero quería escucharlo de su boca, además de su explicación.

El chico de ojos bonitos miro a todas partes menos a mí y guardo silencio. Mis ojos se llenaron de lágrimas y tuve que aclarar mi garganta antes de hablar de nuevo.

—yo sé que no es verdad, yo lo sé. Tú nunca harías eso a nadie. — busque sus ojos, ansiosa, quería que me diera la razón.

—lo lamento, jamás debí haberte traído aquí. Perdóname.

— ¡Ignacio!— gemí con dolor, aun buscando su mirada, suplicándole —dime que todo eso que dicen de ti no es verdad, dímelo.

—vamos, te llevo a casa.

—¿mi cielo...?— intente de nuevo; sus ojos encontraron los míos enseguida —confío en ti, puedo notar que algo aquí está mal pero quiero... no, necesito que me expliques. Sé que tú jamás haría eso de estar con dos chicas al mismo tiempo, te conozco. Me amas, justo como yo te amo, jamás me harías esto. Si aquí hay alguien noble y sincero, ese eres tú. Pero todo lo que necesito es que me expliques lo que sea que está sucediendo. — le suplique acariciando su mejilla, tirando de sonreír para mostrarme fuerte y hacerle entender que no estaba molesta sino que entendería lo que sea que tuviera que decir.

Sabía que nada de eso era cierto pero me dolía de solo pensar que si lo fuera y necesitaba que él me dijera que no lo era.

Mi chico volvió a apartar sus ojos de los míos y, lentamente y derrotado, miro hacia el suelo.

Mi corazón cayó junto con esa acción.

—No puedo. — dijo derrotado, en apenas un susurro. Con todas mis fuerzas, contuve mis lágrimas y no deje de mirarle, esperando que cambiara de opinión y me explicara.

Él tendría un motivo, una explicación. Yo lo sabía. Él lo tendría. Y me los haría saber porque él me ama y no quiere verme sufrir. Lo sabía. Sabía que él me amaba, solo que no sabía porque me estaba dejando ir. Y sin ninguna explicación, sin justificarse.

Pero él simplemente negó; camino de espaldas a mí hasta estar frente a la ventana.

Y lo entendí. Y ya no valía la pena seguir ahí. Nada me detenía el seguir en ese lugar. No había nada por lo que luchar; él no quería luchar.

Inhale profundamente y justo iba a exaltar cuando sentí líquido bajando por entre mis piernas.

Por un momento sentí un pánico terrible, que ni siquiera me dejaba hablar, pensando que podría estar perdiendo a mi bebé. Pero al llevar mi mano entre mis piernas y asegurarme que no era sangre, suspire aliviada.

— ¿Ignacio...?— susurre con voz temblorosa; trate de sujetarme a la cama al sentir mis piernas algo débiles —Ignacio, se me ha roto la fuente— y eso sí que capturo su atención rápidamente. 

DesnudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora