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Todos habían llorado la muérete de mis padres. Habían sido personas que se daban a querer rápidamente. Siempre habían sido modelos a seguir y siempre intachables. Y habían sido casi perfectos para mí, hasta que nos dieron la noticia que se divorciarían.

No tendría por qué haberme afectado tanto, ya no era una niña pequeña que dependía de su estabilidad. Sin embargo, me había dolido, y mucho.

Mi modelo a seguir, tanto como individuos como matrimonio, se estaba desmoronando. ¿Dónde había quedado eso que me habían enseñado desde niña de: "hasta que la muerte los separé"?

Pura mierda había sido todo. Pura falsedad.

Sentí ganas de golpear algo pero Max, que se encontraba a unos pasos de mí, comiendo pasto, me detuvo. No quería asustarle o alterarle, él estaba primero que nada.

No había piedras alrededor así que tome un pequeño palo y lo arroje al lago, después otro y otro, hasta que el lago tuvo un pequeño montón de troncos flotando.

Me levante frustrada, de debajo del árbol y caminé hasta la orilla del lago; mire de reojo a Max dejar de comer para mirar lo que hacía. Me quite los tenis, el reloj y las pulseras para después desnudarme y dejarme solo la ropa interior; Max relincho y se acercó hasta mí, su trompa me empujó por la espalda.

—Tranquilo, que el agua está fría. — pero a él no le importo, volvió a empujarme solo que con más fuerza, hasta que me tumbo al agua. — ¡Max!— logré gritar cuando quite todo el cabello empapado de mi rostro. El caballo solo relincho y divertido movió la cabeza, burlándose de mí. Le mire con el ceño fruncido. Y casi, casi, me pareció mirar que me sacaba la lengua. Me solté riendo; por supuesto que jamás un caballo podría hacer eso.

Ya mi cuerpo no dolía así que comencé a nadar.

Aún tenía un pequeño ardor en mi entrada pero solo lo sentía si llegaba a introducir un dedo. Por lo tanto, no lo había vuelto a hacer en esos días. Al principio, el agua caliente, cualquier roce y suave movimiento era un alivio para mi sexo, pero no ninguna introducción a mi vagina. Eso lo reservaría para cundo hubiese pasado una semana por lo menos.

Dios, el recuerdo de los ojos y la sonrisa de ese chico no dejaban mi cabeza. No recordaba ninguna de sus facciones, ninguna de sus características a excepción de sus ojos, labios y su manzana de Adán.

En las noches, ya por tres noches consecutivas, me despertaba sudando y mojada de las bragas. Cada noche, después de haberlo hecho, soñaba con esa noche una otra vez. No recordaba en si nada de la noche, pero muchas escenas confusas aparecían en mis sueños así que supuse, eran fragmentos de recuerdos de la noche.

Era tan frustrante y al mismo tiempo me hacía sentir tan culpable. Nunca me había masturbado pensando en nadie, jamás, pero los últimos días esos ojos me seguían y se clavaban en mi mente mientras me acariciaba. Y no me gustaba.

Al darme cuenta que nadar no me estaba ayudando sino todo lo contrario, salí frustrada y casi pataleando del agua. Sin importarme en cambiarme, tome las cosas y la ropa, lo junte todo en bola y me trepe al caballo.

—vámonos, Max, Eloísa ya debe de haber llegado.

El lago no estaba tan lejos de la casa, sin embargo si me tomaba alrededor de 8 minutos en llegar. En cuanto estuve en la cima de la última loma antes de la casa, mire el auto de Eloísa estacionado fuera de la cochera.

Trote más rápido.

— ¡Eloísa, ya llegue!

—qué bueno que lo has hecho, tu teléfono ya ha sonado dos veces. No quise responder porque era número desconocido— le mire con el ceño fruncido, dudosa. Nunca nadie me llamaba, y las pocas personas que lo hacían las tenía registradas.

—gracias, ahora verifico— caminé hasta la cocina y saqué la jarra de jugo natural que había hecho esta mañana. — ¿Cómo te fue hoy?— Eloísa gimió cansada

—agotador, cada día gente se enferma más. Al parecer hay un virus por aquí y a muchos del pueblo lo cogieron.

—vaya, pues lo lamento.

— ¿Max?

—está bien, lo acabo de dejar en su corral. Por cierto, te eh dejado la cena dentro del microondas. — Me sonrió y asintió —me iré a duchar

—gracias, hermosa.

—No hay de que— caminé hacia la salida de la cocina pero su voz me detuvo.

— ¿cuándo piensas regresar a la escuela?

—mañana, al igual que al trabajo. La señora Florinda entendió sobre... fue muy comprensiva por estos días y me dio permiso para regresar hasta dentro de semana más pero regresaré mañana.

—Bien— me volvió a sonreír y me dio la espalda, caminando hacia el microondas.

Subí a mi habitación, arroje el bulto de ropa a una esquina y entre al baño. Termine de desnudarme y me metí a la ducha, no sin antes de revisar el teléfono y poner la canción de "Ella No Sigue Modas" de Don Omar.

Ya después tendría tiempo de devolver la llamada, ahora lo que necesitaba era una ducha caliente. Que había sido mi consuelo en los últimos días.

Cuando sentí que mi piel ya estaba más caliente de lo normal y mis llenas parecían piel de anciana, decidí que era tiempo de salir de la ducha. Seque mi cuerpo y después envolví la toalla en mi cabello. Me puse mis cremas diarias desde la cabeza hasta los pies, lave mis dientes y salí del baño y caminé hasta mi cama. Aún no era muy tarde pero mi día había sido largo y me encontraba cansada, todo lo que quería hacer era dormir.

Me metí entre las cobijas, apagué la música y recordé las llamadas. Las dos eran del mismo número así que debía ser importante.

Marque y después del cuarto timbre, se escuchó que tomaron la llamada.

—buenas noches; hace un rato recibí dos llamadas de este número pero no lo reconozco.

— ¿Ágata? — era voz de hombre.

—sí, soy yo ¿Quién es?—

—soy Ignacio. Sé que mi nombre no te dice mucho pero... soy el chico del bar, hace tres días.

¡Mierda! Ahora me parecí reconocer un poco su voz. ¡Mierda!

— ¿bueno? ¿Estás ahí?— me aclare la garganta

—no conozco a ningún... Ignacio

—Lo sé, sé que no me conoces por mi nombre pero... te traje a mi departamento y... —parecía dudar, como que no sabía en qué forma decirlo —y... pasamos la noche juntos— se quedó en silencio, esperando que dijera algo probablemente, pero me quede en silencio, esperando que continuara.

—sé que tal vez no te acuerdas de todo pero... bueno, quería saber de ti. En la mañana que desperté ya no estabas...— decidí interrumpirlo:

—no sé de qué hablas, no sé quién eres. Te equivocaste de número—

—eres Ágata ¿no?—

—Sí, pero hay muchas Ágatas en el mundo

—no muchas que tengan a una vecina mía de amiga.

—puede que sí, nadie sabe— colgué. 

DesnudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora