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Sam corrió hacia a mí, contento y se levantó en dos patas, solo que alcancé a sujetar sus dos patas delanteras para que no golpearan mi vientre.

— ¡oh, Sam! ¡Pero que contento estás!

Ladraba tanto, pero ahora no lo hacía atacándome sino como si me estuviese diciendo lo feliz que estaba.

— ¡Sam, bájate!— y el perro se soltó de mis manos pero eso no le quito la alegro y las ganas de contarme lo tanto que se había divertido.

— ¿Enserio? ¿Tan divertido fue?— le hable como si me fuese a responder mientras el giraba sobre la nieve una y otra vez antes y después de mirarme al rostro y ladrarme varias veces.

— ¡eso suena tan divertido, Sam! ¡Pero qué envidia!—y enserio que tenía envidia. Deseaba tanto haber ido con ellos y aprender a patinar.

Alce el rostro de un muy imperativo Sam y mire hacia una Ignacio igual de contento y mirándome con amor y ternura. Me sentí intimidada y me hubiese gustado mirara hacia otro lado pero me contuve y le sostuve la mirada, sonriendo.

Se acercó a mi lentamente, me sujeto con las manos las caderas y me acercó a su cuerpo. Rodee rápidamente sus caderas y el aprovecho para sujetarme del cuello y pegar sus labios contra los míos con mucha firmeza.

— ¡ya teníamos tanto que no veníamos a esquiar! ¡Le extrañábamos tanto!— le faltaba la respiración pero aun así, eso no le quitaba lo feliz. —Gracias— murmuró contra mis labios. —Esto ha sido algo grande, no solo para Sam sino también para mí. — le sonreí sin querré arruinar el momento; le liberé de mi agarre y él comenzó a tratar de librarse del equipo pero su felicidad no le dejaba, estaba tan feliz que sus movimientos era inciertos. Le sonreí contenta.

—Me alegra que se divirtieran— me alegraba en gran manera hacerle feliz, aunque fuera en eso. Él ya me había hecho feliz en muchas otras formas, tenía que regresarle aunque sea un poco.

—vamos a cenar, te invito.

—está bien, pero... ¿y Sam?

—pasaremos por mi casa de camino a dejarlo. Y si gustas podemos también llegar a tu casa para que te pongas ropa menos... espaciosa. — se burló mientras tomaba mi mano y me ayudaba a caminar para ir al local a entregar el equipo.

—no quiero ir a dejar a Sam, no quiero perder lo poco que eh conseguid. ¡¿No has visto cómo quiso saltar sobre mí?! ¡Y ya no era gruñendo! No puedo volver a dejarlo a un lado y que él se vuelva a enfadar conmigo.

—bueno, entonces podemos ir a comprar algo y comer en casa, así no le dejamos de lado.

—Bien— asentí satisfecha, mirando por el vidrio de la puerta hacia un Sam aún contento, jugando en la nieve.

—Gracias— escuché murmurar a Ignacio antes de sentir su mano sujetar la mía e impulsarme a caminar fuera del lugar, hacia el estacionamiento.

— ¿qué quieres cenar?

—mejor dime que quieres tú, yo te eh invitado.

—no, eso sí que no. Este día yo lo planeé y yo soy la anfitriona; todo corre por mi cuenta este día.

—bonita, tú ya nos has traído aquí y has pagado, déjame invitar la cena.

—no, ya eh dicho que no. Así que dime, ¿que se te antoja?

—bueno pues... tal vez u...

—espera un momento... ¿y Sam?

—Está justo a tu lado— gire mi cabeza y mire hacia el suelo. Si, Sam estaba cambiando a mi lado. Quise saltar de alegría pero no quería asustarlo y después que ya no quisiera acercarse a mí, además que me era imposible saltar.

Feliz apoye mi cabeza sobre el brazo del muchacho de ojos bonitos.

—pensé que nunca me lo ganaría.

—y me alegra que ya lo hayas logrado, no me hubiese gustado tener que dárselo a alguien una vez que te vayas a... — le mire confundida

— ¡no puedes deshacerte de él, es tu amigo!

—lo sé, lo sé. — fue todo lo que dijo antes de abrir la puerta del vehículo para mí y ayudarme a entrar.

Le abrió la puerta a Sam y este rápidamente se trepó y después él se sentó detrás del volante.

Encendió el automóvil, después la calefacción y después la radio. Una canción antigua sonó por la bocina.

—salgamos de aquí, está muy frío. — y aceleró, saliendo del estacionamiento.

Quería que comiéramos algo muy rico pero que no se tardaran en hacerlo porque ya tenía mucha hambre. Además, quería que me quedara más tiempo con él a solas.

Tal vez algunas hamburguesas o tacos, pero he está. Unas hamburguesas o tacos caros, no cualquiera. Quería que este día fuese especial eh inolvidable.

—ya se ha donde iremos a comer. Sé que te dije que tú escogieras pero quiero llevarte a este restaurante, bueno, que compremos comida en este restaurante. Esta buenísima, estoy segura que te gustará.

—está bien, solo me dices hacia donde está.

— asentí y cerré los ojos apoyando mi cabeza sobre el asiento, disfrutando de la canción.

— ¿sabes cómo se llama esa canción?

—Put your head of my shoulder. — sin saber porque, sentí mis ojos llenarse de lágrimas. ¿Desde cuándo yo disfrutaba de las canciones antiguas? ¿Después cuando me habían comenzado a gustar?

Parpadeé repetidas veces y mire por la ventanilla.

— ¡oh, Dios! ¡Pero mira que hermoso!

—se llama el lago Rosevelt.

— ¿Has estado aquí antes?

—sí, algunas veces. El apartamento no está muy lejos de aquí.

— ¡¿enserio?! ¡Tenemos que venir!— y lo escuché reír. —El restaurante está ahí, mira— le apunte casi enfrente del lago. — ¡¿cómo es posible que eh venido muchas veces a este restaurante y jamás había visto este lago?!

Trate de bajarme del coche tan pronto este paro pero me fue imposible, mi abultado vientre no me dejaba. Suspire cansada, estresada e impotente.

—espera solo un momento, bonita.

Bufé y no me quedó de otra más que esperarle.

—gracias. Ahora regresamos, Sam, solo iremos a por comida.

Bajamos y ordenamos un montón de comida y después de alrededor de 20 minutos, ya estaba pagando para poder irnos. 

DesnudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora