12

396 30 0
                                    

Cubrí mi rostro para que Ignacio no me viese de esa forma, llorando sin parar.

Sentir esta impotencia de no poder ayudar a mi Max me tenía más que mal. Era como si me estuviese deshaciendo de él, de mi mejor amigo. Y eso era lo peor para mí.

El perro de Ignacio salió corriendo de la habitación y al darse cuenta de mí, se paré enfrente y me enseñó sus dientes, gruñendo.

Suspire, lo que me faltaba.

—hola, Sam bonito— dije con voz temblorosa, queriendo estirar mi mano para acariciarle pero un fuerte ladrido me detuvo.

— ¡Sam!— y fue todo lo que tuvo que decir para que el perro, con una lucha interna por seguir gruñéndome u obedecer a su dueño, se alejó.

—Lo lamento— se disculpó con voz débil, sentándose a mi lado y rodeando mi cuerpo, haciendo que apoyara mi cabeza sobre su pecho.

Suspire relajándome.

Por una extraña razón, me sentía segura y protegida entre sus brazos, y deseaba quedarme así para siempre.

Sin embargo, también sentí unas inmensas ganas de llorar aún más.

Extrañaba sentirme querida y protegida y segura. Anhelaba esa seguridad y amor que mis padres me trasmitían, que Dios me daba.

—bonita... bonita— susurró con voz débil, cariñosa, mientras me consolaba pasando la mano mi espalda.

Me sujete más fuerte a él y el llanto salió más intenso, sin yo poderlo evitar.

—lo lamento... sé que tonto llorar por un simple animal pero... él era mi amigo.

—tranquila, bonita, no tienes que disculparte de nada.

—es que... es que... es tan ridículo para mi llorar por un animal. Jamás creí llorar por un animal.

—pero tú misma lo has dicho, no  s cualquier animal, es tu amigo.

— ¡pero ya no quiero llorar!

—entonces míralo de esta forma: tu amigo no ha muerto, solo se mudará a otra parte. Aún lo tienes, aún sigue siendo tú amigo, solo que ahora no vivirá contigo. Eso es todo. No tiene por qué sentirte mal porque le seguirás viendo.

Suspire hondo, recuperando la respiración y la compostura. Por supuesto, si debía estar agradecida que seguía con vida y podría seguirle viendo.

Sentí sus dedos aun acariciando mi cabello y después beso mi cabeza. Gemí relajándome aún más contra sus brazos.

—ahora, deberías relajarte, tomar una ducha caliente e ir a dormir. Has tenido un día largo y agotador y el embarazo no te lo pone fácil. — y como si él me hubiese acordado de ello, el dolor de los pies hinchados hizo acto de presencia.

Trate de ponerme en pie pero las piernas me fallaron y rápidamente Ignacio me sujeto.

— ¿Qué te sucede?— me miro realmente preocupado; acaricie su mejilla con ternura.

—Solo me siento muy agotada— me tomo en brazos sin siquiera yo poder reaccionar y camino conmigo.

—Bájame, estoy muy pesada. — murmuré acariciando su mentón, viendo sus sonrojadas mejillas por el esfuerzo que hacía. Sin embargo, apoye mi mejilla contra su pecho, sintiéndome débil. —no me lleves a la habitación, necesito una ducha, apesto a sudor y suciedad— gemí contra su cuello; su piel se erizo al sentir mi respiración.

— ¿estas segura? No importa si te bañas hasta mañana, ya que estés recuperada y tengas fuerzas para hacerlo.

—no, no quiero dormir así sucia, no me gusta; no podré dormir.

DesnudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora