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Abrí los ojos lentamente pero la habitación demasiado iluminada me hizo cerrar los ojos nuevamente; parpadea varias veces para acostumbrarme a la luz.

Se escuchaban unos murmullos y después de unos segundos pude ubicarlos.

La pequeña cuna de Mateo estaba justo en el centro de Ignacio, don Efraín, y don Arturo; este último tenía el teléfono contra la oreja y estaba segura que era su esposa al otro lado de la línea pues don Arturo le estaba explicando que el bebé se encontraba en perfecto estado.

Los tres le miraban con tanta adoración y ternura que me encogió el estómago.

— ¿Cómo estas, querida?— me descubrió mirándoles, sonriente. —todas las mujeres fueron a comer un poco, estuvieron toda la mañana aquí esperando que despertaras pero como no han querido irse a descansar, solamente les pedimos que comiesen.

—Gracias— fue todo lo que pude decir, no me apetecía muy bien hablar. Lo único que quería era sujetar a mi bebé entre mis brazos y que Ignacio nos sujetara en los suyos. Pero por supuesto, eso sería imposible.

Conteniéndome de mirarle a los ojos, suplicándole, decidí dirigirme de nuevo a don Efraín.

— ¿podría sujetar a Mateo un momento?

—Por supuesto, hija. — Efraín hizo ademanes de querer coger a Mateo pero enseguida se detuvo, mirando a Ignacio; pero movió la cabeza, diciéndole que lo cogiese él.

—hola, precioso— susurre; se removió, tratando de acomodarse un poco y pegó su mejilla contra mi pecho. Segundos después, comenzó a abrir y cerrar la boca, como buscando mi pezón. —con que otra vez tienes hambre, tragoncito. — alce el rostro hacia donde se encontraban los hombres pero ya solamente estaba Ignacio.

— ¿quieres que llame a Eloísa? ¿A Elizabeth?

—No, solo ayúdame a levantar un poco más la camilla. — sin toda esa seguridad que le definía, al movieres a mi alrededor, camino hacia mi lado y oprimió el botón para levantar la camilla y dejarme un poco mejor sentada. —gracias.

La bata ya la tenía desatada y el hombro se estaba cayendo así que no me demoro descubrir mi pecho y que Mateo encontrara el pezón.

—No tienes que irte. — Ignacio se detuvo con la manilla entre la palma y, tomando una respiración profunda me miro sobre el hombro.

—no quiero incomodarte.

—no lo haces. Además, necesitaré tu ayuda para acostarlo sobre su cuna tan pronto termine porque tengo que ir a orinar. — asintió, soltando la mejilla y caminando hacia el sofá que estaba a un lado.

La respiración y los pequeños suspiros de Mateo fue todo lo que se escuchaba en la habitación. Ninguno sabía que decir y por primera vez, nuestro silencio era un silencio incómodo. Muy incómodo.

—toda la familia ha querido venir pero les eh pedido que no lo hagan. Se llenaría toda la clínica. Todos están ansiosos por conocerle.

Sonreí. Por supuesto que sí. Eran muy unidos y demasiado cariñosos.

—tan rápido nos den de alta, podrás llevar al bebé para que lo conozcan.

— ¿no piensas tú venir?

—no creo que sea lo correcto. — asintió distraído, triste. Mateo dejó de succionar y me cubrí con la bata; Ignacio se puso en pie y caminó hacia nosotros.

Con mucha delicadeza lo tomo de mis brazos e iba a decir algo más pero la puerta se abrió dejando ver a Eloísa, la abuela y las 3 bisabuelas.

La primera caminó hasta mi lado y beso mi frente.

— ¿Cómo te sientes?— acaricio mi mejilla.

—mucho mejor, dormí toda la noche mientras la abuela Elizabeth cuidaba de Mateo. Pude descansar—

—Me alegro— las dos miramos hacia el pequeño grupo que se había formado alrededor de Ignacio, todos haciéndole cariñitos al pequeño bebé dormido.

— ¿ya revisaste al Mateito que estuviera todo bien?— pregunto mi abuela Roció.

— ¿Porque?— me alarme

—es solo por precaución. Siempre tienes que mirar a tus hijos que todo esté bien. Algunas veces los doctores al momento de sacar al bebé lo lastiman y nunca lo dicen. Rápidamente Ignacio me entrego a Mateo y yo lo recosté sobre la camilla; con cuidado comencé a desvestirlo, con algo de ayuda de mi abuela y con los ojos expectantes de Ignacio sobre nosotras. Una vez que lo tuve solo en pañal mire todo su cuerpecito, tocando delicadamente.

—Él bebe tiene una marca morada en el antebrazo por el lado interno. — dije alarmada.

Mire a Ignacio alarmarse un poco pero cuando quiso acercarse ya el niño estaba rodeado por sus dos bisabuelas y abuela. Lo mire sonriendo, pidiéndole disculpas. El regreso la sonrisa para tranquilizarme y hacerme saber que estaba bien, que podía esperar.

—No parece que sea algo grave. — dijo mi abuela, Rocío.

— ¡luce como un moretón! ¡Tal vez el doctor lo tomo del bracito de una forma muy brusca y lo lastimó!— protestó mi abuela Elizabeth.

— ¡oh, no, para nada!- dijo la señora Ramona, sonriendo como si fuera algo normal, eh incluso complacida. —es una marca hereditaria. Ignacio la tenía cuando nació, al igual que su padre y su abuelo.

Ignacio se acercó y miro al bebe, escudriñando. Segundos después, sentí sus labios dejando un beso sobre mi cabello.

—está bien, solo es una mancha, no duele— me susurró como si tratara de tranquilizarme.

— ¿estás seguro?

—Sí, estoy seguro. — me sonrió, mirándome directo a los ojos. Y era como estar en el paraíso.


DesnudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora