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—Vamos al lago— Ignacio me miro no muy convencido. —Anda, solo caminaremos un poco y después regresaremos.

—está bien

Sam ya estaba profundamente dormido así que no me sentiría mal el no llevarle. Y aunque ya todo este tiempo había sido para nosotros solo, deseaba conocer ese hermoso lago a su lado. Deseaba compartir ese momento con él, a solas.

El lago era de lo más hermoso que había visto. Estaba todo completamente cubierto de nieve, las lámparas iluminaban todo haciéndolo incluso más resplandeciente.

Y la luna llena, la luna llena no pudo estar mejor. Resplandecía todo, gritaba que era hermosa y que le admiraran.

Sin darme cuenta, ya estaba suspirando con mi mejilla pegado contra el brazo de Ignacio. Se sentía tan bien estar ahí con él, en silencio y solo disfrutando del hermoso lago y la hermosa luna.

Nuestras respiraciones era lo único que se escucha, seguido del vapor por nuestras narices. Y era todo lo contrario a incómodo.

Lo mire de reojo, y tenía que reconocer que era un gran chico, de hecho, el mejor que nunca había conocido. Simplemente no podía pedir haberme encontrado con otro hombre mejor que él. Y aunque hubiera preferido que fuera en otra circunstancia, estaba muy agradecida que hubiera sido él y no otro.

Aunque por supuesto, sino hubiese sido por ello, nunca nos hubiésemos conocido.

De solo imaginarme teniendo sexo con otro hombre que no fuera el -aunque aún no recordaba muy bien mi noche con el- o que mi bebe no fuera de él, me daba escalofríos.

Sonreí al imaginarme a mi hijo jugando con él. Sabía que sería un gran papá, que le gustaría jugar con sus hijos y demostrarle amor. Era tan amoroso y atento.

Alce las cejas sorprendida, después fruncí el ceño y arrugue mi nariz.

Ahora hasta familia estaba pensando en formar con él. En tener una vida juntos, cuando ni siquiera novios éramos.

— ¿Qué te sucede?— alce la vista y este me miraba extrañado. Una pequeña risa salió de mí al darme cuenta que me había encontrado haciendo caras.

— ¿De qué te ríes?— una pequeña risa nerviosa me invadió y no podía responderle — ¿Qué, porque me miras así?

— ¿Cómo te miro?

—pues...— no lo deje terminar no queriendo sentirme avergonzada por lo que me fuera a decir. Sabía que lo estaba mirando muy embobada y con adoración.

—Mis manos están congeladas. — frote mi manos una contra la otra y sople para calentarlas. —no pensé que estuviera tan frío.

El extendió sus manos y me miro directo a los ojos.

— ¿Me permites?— lo mire dudosa sin saber lo que me pedía pero después de un rato lo entendí. Puse mis manos sobre las suyas y el muchacho de ojos bonitos rápidamente las envolvió y las llevo a su boca, soplando aire caliente.

Volvió a mirarme directo a los ojos y sentí mis mejillas sonrojar. Agradecí que ya estuvieran rojas por el frío así el no vería. Su mirada sobre mí me ponía nerviosa e incomodaba un poco, pero al mismo tiempo me hacía sentir especial y me gustaba. Era como si yo fuese importante para él y me quisiese.

No pude continuar soportándolo y me lance a sus brazos, uniendo mis labios fríos contra los suyos, un tanto más cálidos.

Ya me estaba imponiendo a esto y me encantaba. Su roce era único. Nunca desesperado más siempre tranquilo y amoroso.

—te quiero. — susurre contra sus labios y lo volví a besar.

—te quiero— susurró también después de un rato. Y me sonrió, pero no cualquier sonrisa sino de una forma distinta, con más libertad. —cásate conmigo.

— ¿que?

—Casémonos— abrí y cerré la boca sin saber que decirle, el me miraba ansioso, esperando una respuesta. —nos amamos, tenemos tiempo conociéndonos, tendremos un hijo juntos... opino que lo correcto es casarnos.

Le sonreí, me acerque lentamente a su rostro hasta que mis labios estuvieron contra los suyos.

—No— ahora el abrió y cerró la boca como un pez fuera del agua, sin saber qué hacer. Acaricie su mejilla y tomando su mano, trate de continuar con nuestra caminata.

—espera, pero ¿porque no?

—cuando nos casemos, habremos terminado nuestros estudios y tendremos un trabajo estable, estaremos cien por ciento seguro que nos amamos y queremos pasar el resto de nuestras vidas juntos y, nuestro hijo no será una opción por la cual casarnos. — sabía que estaba teniendo alguna condición interna, quería saber que decirme pero todo lo que hizo fue: sonreírme.

Como si no supiera que eso me debilitaba. Su sonrisa era mi debilidad, y él lo sabía.


DesnudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora