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Sujete todas las bolsas de despensa con mis dos brazos, y haciendo maniobras presione el timbre.

Nada

Volví a presionar el timbre y hasta segundos después se escucharon unos pasos correr hacia la puerta.

— ¡Ya voy!— se escuchó la voz de Ignacio al otro lado. Momentos después abrió la puerta y me miro asombrado, al igual que yo le mire a él.

Solamente una pequeña toalla le cubrí las caderas y un montón de agua aún le chorreaba desde el cabello por todo el pecho.

— ¿Ágata?— quise mirar hacia otro lado pero mi orgullo no me lo permitió, no me mostraría como que me afectaba su desnudez. —Déjame ayudarte. — Me quito todas las bolsas de los brazos y sostuvo la puerta para mí. —pasa, por favor.

—Gracias— murmuré despacio. Ya había estado aquí otras veces pero nunca dejaba de ser incómodo. Tal vez nunca lo dejaría.

—Ágata. — me paré en seco al percatarme que no estábamos solos. Busque a mí alrededor de donde había provenido la voz y me encontré con Mauricio sentado enfrente del televisor, jugando videojuegos.

—hola, Mauricio ¿cómo estás?

—Bien, es bueno verte. — apago la TV, se puso en pie, camino hasta mí y beso mi mejilla. —me tengo que ir, regreso hasta en la noche.

—pero no tienes que irte por mí, de hecho si gustas quedarte; eh traído algo de comida.

—que más me encantaría pero... ya eh quedado con alguien, de hecho llevo varios minutos de retraso. Hasta pronto. — tomó su cartera y las llaves de la barra y cerró de un portazo al salir; segundos después se abrió la puerta. —creo que me llevaré a Sam.

—sí, sería buena idea.

— ¿no has dicho que tenías una cita?

Mauricio se paró en seco en su camino hacia la habitación de Ignacio y dio media vuelta para mirarme.

—ella conoce a Sam y se aman. — no sabía si reír o sentirme ofendida, sin embargo Ignacio sí que supo que hacer: soltó una pequeña risita. Le mire con una ceja alzada y este se cubrió la boca, la risa desapareció como si nunca se hubiese reído.

—es decir, se conocen desde hace años y aunque al principio si se mostró reacio hacia ella, después se acostumbró. — Asentí, fingiendo que le creía —bueno, les dejo.

— ¿así que...? ¿Has traído comida?

—sí, pero tengo que prepararla todavía. ¿Te molesta?

—para nada, estás en tu casa. Permíteme un momento y ahora regreso y te ayudo.

—no te preocupes, tómate tu tiempo.

Camino hacia su habitación y no pude evitar girarme un poco y mirarle mientras caminaba. La toalla estaba justo arriba de sus caderas y se pegaba tan bien a su trasero que se podía mirar lo perfectamente redondo que era.

Gemí internamente.

Se escucharon unos murmullos en la habitación para después los gruñidos de Sam al encontrarme ahí, en su casa.

—lo lamento, ya nos íbamos. — y sale apurado sujetando de la correa a Sam.

Comencé a sacar toda la despensa de las bolsas y a guardar las cosas que sabía, no necesitaría.

Una de las primeras veces que había venido me había percatado que casi no tenían despensa, y podía darme cuenta que era porque no tenían mucho dinero.

DesnudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora