Sinopsis

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Llorar, es lo único que quiero hacer. Pero no puedo. Ya no hay lágrimas en mí. Me siento desecha. Y no puedo más.

Quiero gritar, gritar hasta que la voz no me salga más. Pero tampoco puedo, necesitaría mucha fuerza la cual, ahora no tengo.

Trato de tomar un objeto, pero mis manos están tan temblorosas que siquiera pude levantarlo. Suspiró audible y después gruñó, furiosa conmigo misma. ¿Pero que me sucede? Yo soy fuerte, yo puedo con todo, yo siempre salgo adelante.

Miro fijamente el florero que mi madre había puesto esa misma mañana, las flores aún estaba frescas.

Sentí una lágrima rodar por mi mejilla.

Esta vez no estaba segura de poder salir a delante. No podría. Esto sobrepasaba cualquier cosa, cualquiera.

Con frustración, furor y reuniendo toda la fuerza que no tenía, tome el jarro de cristal con las dos manos y lo lance, mientras un grito que quemó mi garganta, salió de mí. El jarro se estrelló contra la pared al lado opuesto donde me encontraba, sorprendentemente lejos.

Los trozos de vidrio saltaron y cayeron al suelo, justo como las flores. El agua se desparramó por toda la pared y la sala de estar, que aunque no era mucha, mojó considerablemente.

No me sentía satisfecha. Aún estaba furiosa.

Mire por toda la estancia y encontré una pequeña estatua que papá le había comprado a mamá en uno de sus tantos viajes, porque mi mamá lo había amado en cuanto lo miro.

Lo tome entre mis menos y lo lance hacia el mismo lugar que había lanzado el jarro, pero la estatua solo se quebró en dos.

No era suficiente.

Busque otro objeto. El trofeo de mi papá de este año, por tener el mayor soporte y durar más escalando una montaña.

Lo tome de igual forma y lo lance también hacia la misma dirección. Sin embargo, el trofeo no se quebró sino que rebotó y para cuando me di cuenta, sentí un horrible dolor en mi hombro derecho.

Y ahora sí, sin querer y sin saber de dónde saque las fuerzas, salió un fuerte grito de mi garganta, tan fuerte que la aventabas de la sala de estar retumbaron.

Y ahí, justo en ese momento, fue cuando pude llorar.

Las fuertes convulsiones de mi cuerpo, las piernas tan débiles y los fuertes sollozos que tumbaron al suelo. No podía continuar en pie.

Caí arrodillada, rendida y sollozando.

Les necesitaba, necesitaba a mis papás de vuelta.

Saber que nunca regresarían, que jamás les volvería a ver me estaba carcomiendo viva. Y no podía soportarlo. No quería.

Siempre había visto niños en la escuela sufriendo por diferentes motivos, y alguno que otro porque no tenían papás. Hasta eso momento no lo había entendido.

Y para nada que mi edad importaba, estaba segura que hubiese podido tener 40 y me dolería igual sus muertes.

—Te odio— dije en voz débil, apenas en un susurro. — ¿me escuchaste bien? Te odio— alce el mentón hacia el techo y grite: — ¡te odio! ¡¿Me escuchaste?! ¡Te odio con todo mí ser! ¡Me has quitado todo lo que más amaba! ¡Te odio! ¡Ojalá no existieras!— solloce más fuerte, dejándome caer completamente sobre el suelo, apoyando mi frente sobre el frío mármol. —Te odio, te odio, te odio— terminé susurrando, con las pocas fuerzas que aún me quedaban.

Me levante como puede, débil, apoyándome en los sillones. Mis piernas temblaban, mi hombro dolía, y todo mi cuerpo estaba frágil, pero aun así me puse en pie.

—Te odio— susurre una última vez, antes de caminar hacia la puerta de entrada. Tome las llaves de la mesita y salí, cerrando la puerta de un portazo.

Me subí a mi coche, lo prendí y conecté mi teléfono al Bluetooth.

Lo que he menos quería hacer era continuar llorando así que busqué la canción de Don Omar "Danza Kaduro" y subí todo el volumen.

Acelere y salí dejando un rastro de polvo detrás de mí.

Estaba tan enfadada. Quería golpear algo. Lo que había quebrado no había sido suficiente. Tendría que encontrar otra forma de sacar mi odio.

Odio en contra de esas malditas personas que ocasionaron el accidente, en contra de la vida, pero sobre todo, en contra de Dios.

Primero me había desecho el hecho de que mis padres, después de 28 años de casados, decidían que se querían divorciaran. Que porque ya no se amaban.

Sé que no tenía por qué afectarme eso, ya no era una niña que dependía de ellos, yo ya tengo 21 años pero aun así me afecto.

Mirar mi familia, mi guarida, el lugar estable y seguro en el que crecí, desmoronándose, fue algo que no pude soportar. Pero aun así pude seguir. Sin embargo, esto era completamente diferente; ahora con esto no podía.

Dios no se conformó con separarlos sino que quiso quitármelos, a los dos y al mismo tiempo.

Pero estaba segura que encontraría una forma de vengarme. Así hiciera lo que jamás me había atrevido a hacer, o cualquier cosa, pero me vengaría. Así fuera lo último que hiciera en esta vida. Incluso si eso era el costo, mi vida. 

DesnudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora