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— ¡anda, Ignacio! ¿Por favor?— le mire con ojos suplicantes y en la forma en que me miro, supe que estaba a segundos de ganar. —yo sé que yo no puedo esquiar pero tú me dijiste que eso te encanta a ti y también a tu perro. Necesito ganármelo.

—está bien, pero tú no esquiarás.

—no, lo prometo. Además, amo a mi bebe, tampoco es como que quiero arriesgarme.

—Bien— me sonrió y al aprovechar que estaba muy cercas, paso un brazo por mis hombros y me acerco a él hasta que mis labios estuvieron contra los suyos. —pero primero tenemos que ir a tu casa para que te abrigues bien. No queremos que te vayas a congelar ahí afuera.

—Está bien—murmuré contra sus labios, rodeando su cintura. Quise acercar su cuerpo más contra el mío, pero por supuesto que mi vientre no nos dejó.

Gemimos los dos.

—mejor salgamos de aquí porque si no lo hacemos querré tumbarte sobre ese sillón y tomarte... y estando con ya nueve meses, a días de dar a luz, no creo que sea lo más apropiado. —me reí

—está bien, salgamos de aquí. Pero tú también tienes que abrigarte bien.

—por supuesto. Dame unos minutos y nos vamos. —el chico corrió hacia su habitación pero el husky se quedó, y al mirar que estaba sola enseñó sus dientes, gruñéndome.

— ¡Sam!— y nuevamente, el perro se alejó poco a poco, decidiendo si desobedece a su dueño y seguir gruñéndome u obedecerlo e ir a su encuentro. Por supuesto que, al ser muy obediente, se giró al último momento y corrió detrás de su amo.

Suspire aliviada. Ese perro me odiaba, desde el primer momento. Y a pesar de los meses, no lograba que cambiara su actitud hacia mí. Pero estaba decidía a que eso cambiara.

—ya estamos listos.

Le mire desde la cabeza hasta los pies. A pesar de que solamente tenía el rostro a la vista, estaba tremendamente guapo. Vestido todo de negro, con varias chaquetas y guantes y una gorra, me dejaba claro que con cualquier cosa que se vistiera, el luciría bien.

O al menos aunque al principio de conocerle, no había sido el chico más guapo, con los meses como que había cambiado. Y para bien, absolutamente.

Le sonreí al darme cuenta que no le había respondido nada sino que me había quedado mirándole, embobada.

—salgamos de aquí de una buena vez.

—Será lo más apropiado, sino serás tú quien me arrojará contra el sillón y no tomará. — y me guiño un ojo, sonriendo travieso.

*

—yo pagaré la renta de todas esas cosas. Yo les invité así que yo pagaré.

—está bien, como gustes. — le mire por unos segundos antes de ponerme sobre mis puntas y le darle un pequeño beso. —gracias. — y vuelve a besar mis labios.

Le di la tarjeta al chico del lugar, donde se rentaba todas las cosas para esquiar e Ignacio se puso las botas y el resto se las cargo sobre el hombro.

— ¿disculpa? ¿Esa habitación ahí afuera es para las personas que esperan por las que esquina, no es así?

—así es, señor.

—perfecto.

Salimos del negocio, el aire frío nos golpeó el rostro y el color blanco radiante nos dio la bienvenida junto con un muy contento Sam, jugando con la nieve.

Al darse cuenta de nuestra presencia, dejó de jugar y corrió muy emocionado hacia mí. Sin embargo, al darse cuenta quien realmente era, se detuvo enseguida y me miro mal, después corrió hacia Ignacio.

— ¡dale las gracias a ella! ¡Fue de ella la idea traerte! ¡Ella te invito aquí!— reía mientras le acariciaba juguetón, y el perro más que feliz. Y aunque se detuvo un momento para volver a mirarme molesto, continuó jugando con su dueño.

—tomémonos una foto, para el recuerdo.

Saque mi móvil, Ignacio se puso detrás de mí y rodeó mi vientre con su brazo; posamos para la foto.

—Sam, es una foto, anda. Si ambos sabemos que te encantan las fotografías.

Ignacio hizo espacio para Sam y este poso para la foto.

—mejor váyanse, que es una larga caminata hasta la cima de la montaña.

—sí, será lo mejor. — me dio un beso rápido antes de girarse y caminar, con su perro a su lado, hacia la montaña.

Caminé hacia la pequeña habitación con paredes de vidrio que tenían ahí, justo para las personas que no sabíamos esquiar y acompañábamos a los que sí. No había nadie ahí, toda la gente se estaba divirtiendo.

Saque mi móvil de la bolsa del abrigo y busque por las fotos.

Dios, Ignacio estaba cada vez más atractivo. Tenía una pequeña barba de algunos días y le sentaba tan bien.

Sin embargo, algo más atrajo mi atención.

El ceño fruncido de Sam. Estaba detrás de mí, donde Ignacio le había dado espacio para posar en la foto, y tenía cara de muy poco amigos.

Solté una carcajada, una muy fuerte carcajada. Definitivamente ese perro me odiaba.

DesnudaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora